19. Con lo dicho tendremos bastante para elevarnos a El y aprehenderle. Ahora nos será posible contemplarle, sin que, no obstante, podamos decir cuanto realmente deseáramos. Si prescindimos de todo razonamiento para verle nada más que en sí mismo, propondremos que es por sí mismo lo que es y que, caso de poseer esencia, esta esencia sería dependiente de El y, por añadidura, provendría igualmente de El. Cuando le vemos no nos atrevemos ya a decir que es por accidente, y ni siquiera acertamos a pronunciar palabra alguna. A nuestro atrevimiento seguiría inmediatamente la turbación de espíritu, porque una vez lanzados hacia El no estamos en condiciones de decir dónde se encuentra. Aparece por todas partes ante los ojos de nuestra alma y, dondequiera que ella mire, allí le ve, si es que ella no ha prescindido de Dios para mirar a otra parte y concentra en El su pensamiento.
Quizás en tal sentido quepa entender la expresión enigmática de los antiguos: algo que está por encima de la esencia1. No quiere decir solamente que el bien engendre la esencia, sino que no es esclavo de ella ni de sí mismo, ni tiene por principio una esencia; al contrario, él mismo es principio de la esencia, que no fue hecha para El sino para algo que esté fuera de El, puesto que El no necesita de un ser que él mismo ha hecho. No diremos, por tanto, que, en tanto que es, produce lo que se dice que es.