Enéada VI,8,21 — O Bem é “inteiramente vontade”

Capítulo 21: Conclusão: o Bem é “inteiramente vontade
1-10: O Bem não podia se produzir ele mesmo outro do que é
10-20: Há perfeita identidade entre a vontade e a realidade do Bem
20-25: Comentário da expressão “se conter a si mesmo”
25-33: Conclusão do tratado: para alcançar o Bem, é preciso “desprender-se de todas as coisas”.


21. ¿Podría el ser divino ser distinto a como es? ¿Y acaso vamos a privarle del poder de hacer el bien por el mero hecho de que no pueda hacer el mal? Lo potencia del Uno no consiste desde luego en poder hacer las cosas contrarias; es la suya una potencia sólida e inmóvil y es, a la vez, la mayor posible, dado que no se aleja del Uno. El poder hacer las cosas contrarias corresponde a los seres que no permanecen en la perfección.

Conviene, por tanto, que esta producción de sí mismo de que aquí hablamos exista una vez por todas; es en verdad una producción hermosa. Pues, ¿qué ser podría modificarla, si debe su nacimiento a la voluntad divina y es ella su voluntad misma? Porque si su ser se debe a su voluntad, ¿cómo imaginarse esta voluntad? ¿Qué es lo que realmente podría ser, de no referirla a un sujeto que ya existe? ¿Vendría tal vez la voluntad de una esencia que no está en acto? La voluntad, ciertamente, ha de encontrarse en su esencia; no debe ser otra cosa que su esencia. Porque, ¿qué hay en aquel Ser que no sea voluntad? Todo en El es voluntad y nada existe en El que no quiera. Ya desde un principio confúndense así su voluntad y él mismo. Todo se sigue de su voluntad, tanto lo que El quiso ser como la forma en que lo quiso ser, pues nada engendraría la voluntad que no se encontrase en El.

Es un Ser que no se contiene a sí mismo y, si nuestras palabras tienen un sentido, deben querer decir también que soporta en la existencia a todos cuantos seres provienen de El. Estos seres son por participación, de manera que se reducen todos a El. Mas El, en cambio, no es sostenido por sí mismo ni participa de sí mismo, sino que es todas las cosas por sí mismo aunque sin tener necesidad de ser ninguna de estas cosas.

Si alguna vez nos ocurre pronunciar su nombre o pensar en El, prescindiremos de todo lo demás. Le dejaremos sólo con esta clasificación, la de sí mismo, y nada buscaremos ya. Lo único que, al contrario, recalcaremos es si queda aún algo en el pensamiento que haga referencia a El.

Podrá alcanzarse así, en verdad, un principio del que no se pueda decir ni pensar otra cosa. Este principio estará muy por encima de todo otro y será el único verdaderamente libre, porque en realidad no es esclavo de sí mismo. Sólo El es él mismo, en tanto cada uno de los otros seres es él mismo y algo más.