Es ahora cuando podemos comprender con entera claridad la katharsis platónica de las «enfermedades del alma». ¿Cuáles podrán ser los katharmoi, los agentes catárticos capaces de reinstaurar el orden en las almas afectas de ametría? I Acaso las fumigaciones de azufre o los baños lústrales de la katharsis tradicional ? Sólo en la medida en que tales prácticas ejerzan una acción suasoria y educativa sobre el alma de quien a ellas se somete1; porque es del todo evidente que el katharmos propio del desorden moral no puede ser otro que la palabra adecuada y suasoria, la epode, en el sentido más platónico del vocablo. Desde tiempo inmemorial, los griegos venían usando el canto y la recitación con fines específicamente catárticos. Pues bien: moviéndose dentro de esa vieja tradición, pero racionalizándola religiosa y filosóficamente, Platón llama katharsis tes psyches, «purificación del alma», a la adecuada reordenación verbal de las creencias, los saberes, los sentimientos y los apetitos que dan contenido al «alma» del hombre; dia tou logou katharsis, «purificación por la palabra», dirá siglos más tarde un neoplatónico2.
No son pocos los textos en que Platón alude expresamente a esa katharsis verbal y racionalizadora de las «enfermedades del alma». Una línea del Cratilo declara peritos en las operaciones catárticas a los sacerdotes y a los sofistas (396 e); con lo cual la sofística, el arte de persuadir mediante la palabra, queda conceptuada como katharmos verbal: el buen sofista tiene por oficio «purificar» el alma de quienes menesterosamente le oyen. Análogo sentido poseen las artificiosas fantasías etimológicas de ese mismo diálogo acerca del nombre de Apolo. Apolo es el dios de la adivinación y de la medicina3. Una y otra purifican al cuerpo y el alma ; el cuerpo mediante baños, aspersiones y fármacos, el alma mediante la palabra verdadera del oráculo de Delfos. Fiel a su nombre, concluye Sócrates, Apolo es dios que lava (apolouon) y desata (apolyon), y a la vez veraz (talethes) y sin doblez, sincero (aploun) (405 b). La Pitia, a través de cuya boca habla el dios de Delfos, opera con la verdad de su palabra una verdadera katharsis adivinatoria y medicinal4. No es menos clara la alusión a la katharsis verbal de la «enfermedad del alma» — en este caso, la injusticia contra los dioses — cuando en el Fedro decide Sócrates seguir el ejemplo de Estesícoro5 y «lavar» con el agua dulce de un discurso la amarga salinidad de las ofensas inferidas al dios del amor (243 a-d). La palinodia tiene así un decisivo efecto catártico6. El diálogo en que la «purificación por la palabra» queda más rotunda y temáticamente afirmada es, sin embargo, el Sofista (229 d-230 d). Ya sabemos que la katharsis del alma debe librar a ésta de la perversidad y de la ignorancia, si es que una u otra la enferman. ¿ Cuál podrá ser el agente de esa purificación ? ; Cómo un alma desequilibrada, desordenada por la ametría, podrá recobrar la sana y bella compostura de la salud moral ? Mediante la corrección punitiva y la palabra educadora, dice la precisa respuesta de Platón. Pero esta última comprende, a su vez, dos artes distintas, el arte de amonestar persuasivamente y el de argüir o refutar con eficacia7. Los dos modos de acción de la palabra que distingue el libro X de las Leyes, el modo coactivo o dialéctico y el suasorio o mítico, surgen bajo distinta apariencia en estas sutiles discriminaciones del Sofista.
No hay duda: para Platón, el agente catártico que la «enfermedad del alma» específicamente requiere es la palabra idónea y eficaz. Imponiendo evidencias o infundiendo persuasiones, la expresión verbal de quien sepa ser a la vez maestro y médico — «psicagogo», diría Platón — es capaz de reordenar las almas afectas de ametría y de reintegrarlas a su verdadero ser. «Nadie es perverso por su voluntad», enseña el Timeo (86 d). El ser del hombre es naturalmente émmetron, bien proporcionado, y por eso resulta sanadora la operación de «purificarle» de aquello que no es él. No parece ser otro el efecto que la katharsis «por la palabra» produce en el alma de quienes a ella se someten.
La esencial conexión entre la katharsis y la epode se dibuja ahora con entera nitidez. Toda epode es un katharmos verbal, un recurso para la «purificación» del alma mediante la palabra. La epode engendra sophrosyne; y ésta, cualquiera que sea su esencia última, se manifiesta descriptivamente como bien mesurada y lúcida compostura de todo aquello que constituye el alma del hombre : creencias, saberes, sentimientos e impulsos. Más que templanza o moderación derivada del menosprecio del cuerpo, como el puritanisrno extremoso del Fedón pudo sostener, la sophrosyne es kosmos, «buen orden y dominio de los placeres y los apetitos», de modo que «lo que por naturaleza es mejor prevalezca sobre lo que es peor» (Rep., IV, 430 e-431 a). Y la serena posesión de esta emmetría u ordenada proporción del alma (Rep., VI, 486 d), ¿no es acaso el término a que debe conducir la katharsis verbal, tal y como Platón la entendió ? No puede extrañar que el platónico Quión — o el escritor que más tarde tomase ese nombre — afirme que la filosofía es epode, ensalmo benéfico (Ep., 3, 6 p., 196 H). Tal había sido el más íntimo nervio de la enseñanza intelectual y ética de su maestro.
Recuérdese lo dicho acerca del carácter «conservador» de Platón. Frente a la polis griega, Platón se propuso salvar lo que Dodds llama «Inherited Conglomerate». ↩
Eunapio, Bit. soph. 1-74 s. (ed. de Fr. Boissonade). ↩
Y también de la música y del arte del arco (Crat., 405 a). ↩
Lo mismo en Fedro, 2-14 a-e. La verdad limpia y sana: tal es la esencia del pensamiento platónico acerca de la katharsis verbal. ↩
Según la leyenda, Estesícoro quedó ciego por haber insultado a Helena en su poema La destrucción de Troya. Para recobrar la vista tuvo que «purificar» su alma mediante una explícita retractación. Palinodia fué el título de este nuevo poema. ↩
La katharsis por la palabra es en este caso ex ore y no ex auditu. En otro lugar (Estudios de Historia de la Medicina y de Antropología médica, Madrid, 1943) he expuesto con alguna amplitud la teoría de estos dos modos de la katharsis verbal. ↩
No puede extrañar, según esto, que Platón llame «la más alta y principal de las katharseis» (230 d) a la élegxis o argumentación convincente. ↩