El sentido traslaticio, no directamente mágico de la voz epode, es frecuente en las páginas de las Leyes. Encantar con palabras o ensalmar, epadein, es a veces, como en tantos pasajes ya citados, usar de la expresión verbal con eficacia persuasiva : el Ateniense se propone «encantar» a Clinias para convencerle de algo (VIII, 837 e); la aducción de ejemplos suasorios es llamada en otra ocasión epadein (XII, 944 b) ; en orden a la política de los enlaces matrimoniales, se proclama la necesidad de recurrir al ensalmo — esto es, a la palabra eficaz — «para persuadir a cada uno de que ha de dar más importancia al equilibrio de los hijos que a una igualdad de alianzas jamás saciada de riquezas» (VI, 773 d) ; la creencia en Dios va naciendo por persuasión paulatina en las almas de los niños que «oyeron cantar a sus nodrizas y a sus madres relatos encantadores, epodai, a veces placenteros y a veces graves» (X, 887 d).
Otras veces se llama epode a todo recurso verbal, relato o canto, que. sirve para educar el alma de los jóvenes. Así acaece en II, 659 e ; II, 665 c ; II, 670 e; VII, 812 c. La acción sugestiva de la música acrecienta sin duda la eficacia «encantadora» de la palabra ; también la fuerza de la epó-dé crece aus dem Geiste der Musik, como Nietzsche diría ; mas nunca deja de ser decisiva la operación de aquello que se recita o canta : «todos los coros, en número de tres, dice el Ateniense, deben encantar (epadein) las almas de los niños mientras son jóvenes y tiernas, diciendo todas las cosas bellas (kala panta) que ya hemos expuesto» (II, 664 b). La relación de estas kala panta con los logoi kaloi del Cármides es por demás evidente.
Un texto del libro X nos permite conocer más precisamente la idea platónica de esas kala panta. Trátase de convencer a los disputadores o ergotistas de la providencia de los dioses respecto de las cosas pequeñas y de la ordenación de éstas dentro del bien del conjunto a que pertenecen, y el Ateniense manifiesta la conveniencia de añadir a la discusión «mitos encantadores», relatos o historias («Este mito (mythos), este relato (logos), o como sea necesario llamarle», se dice en IX, 872 d.) de fuerza persuasiva suficiente (X, 903 b). La discusión (dialegein) obliga o fuerza (biazesthai) mediante argumentos o razones (tois logois) a confesar el error y a reconocer la verdad ; la narración de un «imito encantador», en cambio, es capaz de persuadir (peithein) a la aceptación favorable (apodekhomai) de aquello que puede y debe creerse (X, 903 a)1). No son otras, como vimos, la función y la significación que en el Fedón posee el mito acerca del destino de las almas. También Platón rinde tributo al poder de Peitó, diosa de la persuasión. El mito mueve el ánimo a recibir solícita y creyentemente aquello que la razón del hombre — o la razón de «tal» hombre — no es capaz de demostrar con argumentos lógicos evidentes e irrefragables. Con ello la epode alcanza el ápice de su valor. 2
A. Diés relaciona justamente esta oposición entre el mito y el argumento con la que el propio Platón establece entre el preámbulo de la ley y la ley misma, y entre la persuasión y la necesidad (Leyes, IV, 722 c ↩
Cf. Boyancé, op. cit., págs. 155-160; L. Edelstein, «The Function of the Myth in Plato’s Philosophy», en Journal of the History of Ideas, X (1949), págs. 463 y sigs., y , J. Marías, «Introducción a Platón», en Platón. Pedro, trad. de María Araujo (Buenos Aires, 1948), págs. 93-96. Como se ve, Platón distingue muy resuelta y expresamente entre la «evidencia lógica» y la «evidencia mítica»; y después de haber combatido a Gorgias, da a Gorgias su parte de razón. ↩