II. — A su vuelta de la batalla de Potidea, Sócrates se encuentra con el joven Cármides en el gimnasio de Taureas y acepta el encargo de curarle del dolor de cabeza que sufre. Sócrates, en efecto, conoce un remedio eficaz contra los dolores de cabeza : cierta planta, a la cual es preciso añadir una epode, un ensalmo. Para explicar al muchacho la potencia o virtud de este ensalmo, le recuerda que los buenos médicos curan siempre las dolencias de las partes atendiendo también, mediante un régimen adecuado, a la totalidad del cuerpo, diaíta epi pan to soma1. Pues bien, la aplicación del ensalmo obedece a este mismo principio, si bien llevándolo hasta sus últimas consecuencias. «Yo lo aprendí — dice Sócrates — en el ejército, de un médico tracio, uno de esos discípulos de Zamolxis que, según ellos afirman, hacen inmortales a los hombres. Este tracio me dijo que los médicos griegos tienen razón hablando así; pero Zamolxis, nuestro rey, que es un dios — añadió — , enseña que así como no es lícito curar los ojos sin curar la cabeza, ni la cabeza sin curar el cuerpo, así tampoco el cuerpo puede ser curado sin curar el alma, y que ésta es la causa por la cual entre los griegos son impotentes los médicos frente a la mayor parte de las enfermedades, porque desconocen el todo sobre el que debiera actuar su cuidado, y con cuyo malestar es imposible que una parte pueda estar bien. Pues todo, decía él, así lo bueno como lo malo, brota del alma, para el cuerpo y para el hombre entero, y fluye desde ella como del cuerpo los ojos ; por lo cual es ella la que, ante todo y sobre todo (kai proton kai malista), hay que tratar, si se quiere el bienestar de la cabeza y de todo el cuerpo. Pero el alma, oh bendito, me dijo, es curada con ciertos ensalmos (epodais tisin)» (Carm., 156 d-157 a). ¿En qué consisten estos ensalmos, capaces de curar el alma ? Por boca del Tracio y de Sócrates, Platón da una respuesta breve y clara : tales ensalmos son «tíos bellos discursos», tous logous einai tous kalous. «Mediante ellos nace en las almas templanza, sophrosyne, y, una vez engendrada y presente ésta, es fácil ya procurar la salud a la cabeza y al resto del cuerpo» (157 a)2.
El primer término de la respuesta no pasa de repetir una vez más lo que en el apartado anterior se nos ha dicho : que los bellos discursos, los discursos bien aderezados y capaces de persuadir, son epodai, ensalmos del alma. El segundo término, en cambio, añade una importante novedad, en cuanto nos descubre el pensamiento platónico acerca de la acción psicológica de estas metafóricas o analógicas epodai que son los discursos pertinentes y bellos ; esa acción consiste en producir sophrosyne3. Lo cual plantea a Sócrates el problema de saber y decir con precisión qué cosa es en sí misma la virtud a que los griegos dieron nombre tan bello.
Pero, antes de conocer el resultado de tal pesquisa, bueno será recoger ordenadamente las varias indicaciones del tracio zamolxida acerca del buen empleo del ensalmo contra el dolor de cabeza. Tres parecen ser principales: 1.a El ensalmo y el medicamento vegetal deben ser usados conjuntamente : para que la planta sea remedio (pharmakon) ha de serle añadido el ensalmo (155 e); es ahora un error muy extendido entre los hombres, dícese luego, querer ser separadamente médicos del alma y del cuerpo (157 b). 2.a La práctica del ensalmo debe ser anterior a la administración del medicamento: «sin el ensalmo, para nada sirve la planta» (155 e) ; «que nadie te persuada a tratar su cabeza con el fármaco si antes no ha presentado su alma para que tú la cures con el ensalmo» (157 b). 3.a El ensalmo, por tanto, no puede actuar si el enfermo no ha «presentado» u «ofrecido» su alma (paraskhein) a quien con aquél haya de tratarla : «Y si tú quieres, conforme a las prescripciones del extranjero, presentar previamente tu alma para que ella sea encantada con los ensalmos del Tracio, te daré el fármaco para la cabeza ; si no, querido Cármides, no sé lo que puedo hacer por ti» (157 c)4).
En Leyes, X, 902 d, subrayará Platón, complementariamente, el imperativo del cuidado de la parte: «Un médico encargado de cuidar el todo (holon) y que quiere y puede ocuparse de los grandes conjuntos, pero que descuida las partes y los detalles, ¿verá acaso el todo (to pan) en buen estado?» ↩
No es posible expresar con una sola palabra castellana el conjunto de notas intelectuales, éticas y estéticas que encierra el concepto griego de sophrosyne. Decir «templanza», con la tradicional enumeración de las virtudes cardinales, no es bastante, como tampoco lo es decir «serenidad». Con la misma imposibilidad topan las restantes lenguas modernas. Por eso me he decidido a emplear sin traducción el término griego. ↩
Ya Píndaro había dicho (Nem., IV, 1-6) que la euphrosyna es el mejor médico de las penalidades duraderas: «las sabias hijas de las Musas, las canciones, saben encantarlas (thelxan) con la suave caricia de su mano, y el agua caliente no da a nuestros miembros tanta ligereza como los elogios acordados a los sones de la lira». Es patente la comparación entre la acción de la palabra y el efecto del masaje y el baño termal. ↩
Es posible añadir una cuarta indicación, consignada en la República: si el enfermo, por indocilidad, no quiere abandonar un régimen de vida nocivo, para nada servirán los medicamentos ni las epodaí (Rep., IV, 425 e-426 a ↩