Critón.— Si así te parece, Sócrates, no hay ningún inconveniente. Pero explícame, primero, en qué consiste el saber de esos hombres, para que sepa yo lo que hemos de aprender.
Sócrates.— Lo oirás en seguida, porque mal podría decirte, en efecto, que no les presté atención. Precisamente, no sólo estuve muy atento, sino que recuerdo bien lo sucedido e intentaré relatarte todo desde el comienzo.
(e) Fue obra de algún dios que estuviese por casualidad sentado allí donde me viste, en el vestuario del gimnasio, completamente solo y pensando ya en irme. He aquí que cuando me disponía a hacerlo, apareció la consabida señal demónica1. Me volví entonces a sentar y poco (273a) después entraron estos dos, Eutidemo y Dionisodoro, y otros más junto a ellos, sus discípulos, que me parecieron por cierto numerosos. Una vez allí se pusieron a caminar a lo largo de la pista. No habían aún dado dos o tres vueltas cuando llegó Clinias, de quien acabas de decir, con razón, que está muy desarrollado: detrás de él venían muchos de sus enamorados y entre ellos Ctesipo2, un joven de Peania, de porte bastante bello y distinguido, aunque petulante en razón de su juventud. Al ver (b) Clinias desde la entrada que estaba yo sentado solo, avanzó directamente hacia mí y se ubicó a mi derecha, justamente como tú dices. Cuando Dionisodoro y Eutidemo vieron lo que hacía Clinias, se detuvieron primero hablando entre sí, y nos miraron una y otra vez —yo no dejaba de prestarles atención—; se acercaron, después, y uno de ellos, Eutidemo, se sentó al lado del joven, mientras que el otro lo hacía junto a mí, a la izquierda, y el resto, en fin, se acomodaba donde podía.
V. Sinal demoníaco. ↩
Es, posiblemente, algo mayor que Clinias y también primo de Menéxeno. Aparece en Lisis (203a y 206d-e) y está presente en la muerte de Sócrates (Fedón 59b9). ↩