Saludé efusivamente a ambos, puesto que hacía tiempo que no los veía, y dirigiéndome en seguida a Clinias, le dije:
—Estos dos hombres, Clinias, que están aquí —Eutidemo y Dionisodoro—, son personas doctas que no se ocupan de insignificancias sino de asuntos importantes: conocen todo aquello concerniente a la guerra y que debe saber quien aspire a convertirse en estratego —es decir, la táctica, la conducción de los ejércitos y el adiestramiento necesario para luchar con las armas—. Además, son también capaces de lograr que uno sepa defenderse en los tribunales, si llega eventualmente a ser víctima de alguna injusticia. (d) Mis palabras produjeron en ellos, sin embargo, una suerte de despreciativa conmiseración; se pusieron ambos inmediatamente a reír, mirándose entre sí, y Eutidemo dijo:
—No nos dedicamos ya, Sócrates, a esas cuestiones, sino que las atendemos como pasatiempos.
Admirado, repuse:
—Algo notable habrá de ser vuestra ocupación, si sucede que semejantes tareas no son ahora para vosotros más que un pasatiempo. En nombre de los dioses, haced, pues, el favor de decirme cuál es esa maravilla.
—La virtud1, Sócrates —contestó—; nosotros nos consideramos capaces de enseñarla mejor y más rápidamente que nadie. (e) —¡Oh Zeus —exclamé—, qué estáis diciendo! ¿Cómo habéis logrado ese prodigio? Yo os consideraba hasta este momento, como acabo de decirlo, afamados expertos en la lucha armada, y así hablaba de vosotros. Recuerdo que cuando nos visitasteis la vez anterior hacíais profesión de ello. Mas si en realidad poseéis ahora este conocimiento, sedme entonces propicios2 —y advertid que me dirijo a vosotros exactamente como (274a) si fueseis dioses, implorando perdón por mis expresiones anteriores—. Por cierto, Eutidemo y Dionisodoro, aseguraos bien de que decís verdad. Es tal la magnitud de vuestra empresa que en nada puede asombrar el hecho de que uno desconfíe.
—Ten por seguro, Sócrates — dijeron ambos—, que la cosa es así.
—Pues entonces yo os felicito por esa adquisición mucho más que al Gran Rey por su imperio3. Pero contestadme tan sólo esto: ¿tenéis pensado dar una demostración de semejante saber o qué habéis decidido? (b) —Hemos venido precisamente para eso, Sócrates, con el ánimo de realizar una demostración y enseñar, si alguien quiere aprender.
—Os garantizo que lo han de querer todos aquellos que no lo poseen. En primer lugar, yo mismo; después, Clinias, que está aquí, y, aparte de nosotros, este joven Ctesipo y también los demás —dije, señalándole los enamorados de Clinias—.
Éstos, justamente, formaban ya un círculo en torno a nosotros. Porque había sucedido que Ctesipo advirtió de pronto que estaba sentado lejos de Clinias, y como Eutidemo al hablar conmigo se inclinaba hacia adelante —y Clinias se hallaba en el medio de nosotros—, me parece que ello le impedía verlo, de modo que para contemplar a su amado y ansioso también por escuchar, dio Ctesipo un brinco hacia adelante y fue el primero en colocarse directamente frente a nosotros. Su actitud determinó que también los demás, tanto los enamorados de Clinias como los seguidores de Eutidemo y Dionisodoro, se nos ubicaran alrededor. Y éstos eran precisamente los que yo señalaba cuando le decía a Eutidemo que estaban ellos dispuestos a aprender. Ctesipo asintió muy (d) entusiasmado y así también lo hicieron los demás, y todos, en fin, al unísono, rogaron a ambos que dieran una demostración del valor de ese saber.
—Eutidemo y Dionisodoro — indiqué entonces—, tratad de no escatimar absolutamente esfuerzo alguno para satisfacerlos, y haced una demostración, con lo que me complaceréis también a mí. Evidentemente, una que sea lo más completa posible no es tarea fácil; no obstante, (e) respondedme: ¿sois capaces de convertir en hombre de bien únicamente al que ya está convencido de que necesita aprender con vosotros, o también os atrevéis con aquel que aún no lo está, ya porque no crea que semejante cuestión —la virtud— sea en general susceptible de ser aprendida, o bien porque piense que vosotros dos no sois precisamente maestros de ella? Más aún: al que sostiene esto último, ¿persuadirle de que la virtud es enseñable y que con vosotros podría aprenderla a la perfección, es asunto de esta misma disciplina o bien de otra?
Véase n. 25 de Protágoras ↩
Expresión usada para rogar a los dioses perdón por alguna culpa (cf. Fedro 257a6-8). Son frecuentes las invocaciones a los extranjeros, tratándolos irónicamente como dioses a lo largo del diálogo. ↩
El énfasis que pone Sócrates en la virtud como adquisición más valiosa que la de todo el imperio persa, trae a colación lo que decía Demócrito: prefería «encontrar una sola explicación causal que llegar a ser amo del reino de los persas» Cfr. 118 DK = 951 B. ↩