(d) Ya se aprestaba Eutidemo, después de haber derribado al joven, a iniciar —como se hace en la lucha— el tercer asalto1, cuando advertí que el muchacho estaba a punto de desplomarse, y deseoso de darle un respiro, para que no se espantara de nosotros, le dije, animándolo:
—No te asombres, Clinias, si te parecen insólitos estos razonamientos. Tal vez no te das cuenta de lo que los extranjeros están haciendo contigo: proceden de la misma manera que los qué participan en la ceremonia iniciática de los coribantes2, cuando organizan la entronización del que van a iniciar. En esa ocasión —lo sabes, además, si has sido iniciado— se lleva a cabo una suerte de jubilosa danza; y ellos dos, ahora, no (e) hacen otra cosa que bailar a tu alrededor, como si estuviesen brincando jugue-tonamente, con el propósito ulterior de iniciarte. Considera, pues, por el momento, que has escuchado los preámbulos de una consagración sofística. En primer lugar3, como enseña Pródico4, es menester que aprendas el uso correcto de los nombres; precisamente eso es lo que los extranjeros te ponen de manifiesto: que tú no sabes que la gente tanto emplea la palabra «aprender» en el caso de quien no tiene al principio ningún conocimiento de algún objeto, pero lo adquiere después, (278a) como igualmente utiliza la misma palabra cuando alude a quien ya tiene tal conocimiento, y valiéndose de él, examina ese mismo objeto; se trata, en fin, de algo que se ha dicho o que se ha hecho. En este caso, es cierto, la gente emplea más bien «comprender» que «aprender», aunque a veces usa también «aprender»5. Mas no has advertido esto —que ellos te han hecho manifiesto—: un mismo nombre se aplica a personas que se encuentran en situaciones opuestas, es decir, al que sabe y al que no. Algo así sucedió, en efecto, también con el contenido de la segunda (b) pregunta, cuanto te interrogaban si aprenden los que conocen o los que no. Semejantes enseñanzas no son, sin embargo, más que un juego —y justamente por eso digo que se divierten contigo—; y lo llamo «juego», porque si uno aprendiese muchas sutilezas de esa índole, o tal vez todas, no por ello sabría más acerca de cómo son realmente las cosas, sino que sólo sería capaz de divertirse con la gente a propósito de los diferentes significados de los nombres, haciéndole zancadillas y obligándola a caer por el suelo, entreteniéndose así con ella de la misma manera que gozan y ríen quienes quitan las banquetas de los que están por sentarse cuando los ven caídos boca arriba. Ten en cuenta, pues, que estas cosas no han sido más que un juego por parte de ellos. Pero, en fin, en segundo lugar, es evidente que precisamente ellos mismos te pondrán de manifiesto el lado serio de su saber, y yo por mi parte he de anticiparme a ellos para que no dejen de cumplir lo que habían prometido. Habían dicho, en efecto, que ofrecerían una demostración de su saber exhortativo, mas me parece ahora que han creído necesario, primero, jugar contigo. Y bien, Eutidemo y Dionisodoro, habéis hecho ya (d) vuestros juegos —y seguramente son suficientes—; dadnos entonces a continuación una demostración exhortando a este joven acerca de cómo debe cultivarse el saber y la virtud. Permitidme, sin embargo, antes, que os muestre cómo entiendo yo la cosa y cómo deseo escucharla. Y si os ha de parecer que procedo con simpleza y provocando el ridículo, no os burléis de mí: sólo por el deseo que tengo de escuchar vuestro saber me (e) atrevo a improvisar frente a vosotros. Tratad, pues, tanto vosotros como vuestros discípulos de escucharme sin reír; y tú, joven hijo de Axíoco, ten a bien responderme.
La imagen de la lucha corporal, y aun la de la destreza en apropiarse de la palabra como si fuese una pelota (276c2 y 277b4), se continúa aquí con la comparación de que el atleta sólo podía considerarse vencedor, si había derribado tres veces a su adversario (cf. República 583b2 y Fedro 256b45). El primer «asalto» comprende desde 275d2 hasta 276c7; el segundo, desde 276d7 hasta 277c7. ↩
Los ritos coribánticos provenían de los cultos de la diosa Cíbele, de origen frigio. Hicieron propias las funciones curativas de la diosa y, gradualmente, adquirieron una existencia independiente. Estos ritos comportaban movimientos que eran una combinación de frenéticas danzas, saltos y melodías producidas por flautas, que adquiría un singular carácter subyugante. En la ceremonia que precede a la iniciación, los coribantes rodean al neófito, colocado en un trono, y le danzan alrededor (v. I. M. Linforth, The Corybantic Rites in Plato, Univ. of Calif. Publ. in Class. Philology, vol. 13, 1946, 5, especialmente págs. 124 y sigs., donde se examina este pasaje de Eutidemo). ↩
El correlativo «en segundo lugar» aparecerá más adelante, en 278c3, cuando se pasa a otra cuestión: el lado «serio» del saber de los extranjeros. ↩
Famoso sofista, natural de Ceos, algo mayor que Sócrates y más joven que Protágoras, cuya «especialidad era la precisión en el uso del lenguaje y la cuidadosa distinción de los significados de las palabras comúnmente consideradas sinónimos» (W. K. C. Guthrie, Historia de la filosofía griega, vol. III, Madrid, Gredos, 1988, pág. 220), a la que también se refiere Platón, empleando la misma expresión que aparece aquí (onómaton orthótes), en Crátilo 384b3-6. Sus concepciones éticas son también importantes y nada desdeñables (v. Jenofonte, Recuerdos de Sócrates II l, 21-34). Sócrates se consideraba su discípulo, mezclando ironía y seriedad en la afirmación. Pero la mejor presentación platónica de la modalidad de Pródico, puede verse en Protágoras (337a1-c6). ↩
Manthánein se puede predicar del que sabe (entonces, es «comprender»), como del que no sabe (entonces, es «aprender»). ↩