ETD 285a-287e: Sócrates acalma os espíritos

— ¡Por Zeus!, Dionisodoro, que yo precisamente no —dijo—, porque te estimo; pero te aconsejo, como ca-marada, e intento persuadirte, que jamás digas tan groseramente en mi presencia que quiero la muerte de aquellos que más aprecio. [285a] Como me parecieron bastante irritados el uno con el otro, comencé yo a bromear con Ctesipo y le dije:

—Creo, Ctesipo, que tendríamos que aceptar lo que nos dicen los extranjeros, ya que nos lo ofrecen de buen grado, y no seguir discutiendo por una palabra. Si, en efecto, conocen el modo de hacer morir así a los hombres, de manera tal que de malvados e insensatos los vuelven buenos y sensatos, sea que hayan descubierto ellos mismos o aprendido de [b] algún otro esta suerte de destrucción y muerte que hace que destruido quien sea malvado reaparezca transformado en bueno; si, pues, conocen el modo de hacer esto —y es evidente que lo conocen, ya que reivindicaban para sí el arte, recientemente descubierta, de hacer buenos a los malvados—, concedámosles entonces lo que piden: destrúyannos al muchacho, con tal de que lo vuelvan sensato, y a todos nosotros, también, con él. Y si tenéis miedo vosotros, que sois jóvenes, hágase la prueba conmigo, cual si fuese un cario1, pues yo, que además soy mayor, estoy dispuesto a correr el riesgo y me pongo en manos de Dio-nisodoro que está aquí presente, como lo haría con la famosa Medea de Cólquida2: que me mate, y, si quiere, que me haga cocer, o que en fin, haga de mí, si gusta, lo que desee: pero que me transforme en bueno.

Y Ctesipo agregó: —También yo, Sócrates, estoy dispuesto a ponerme en manos de los extranjeros, incluso si quieren despellejarme más aún de lo que están [d] haciendo ahora, con tal de que mi piel no termine sirviendo para un odre, como la de Marsias3, sino para la virtud. Sin embargo, este Dionisodoro cree que estoy ensañado con él; pero no lo estoy, y únicamente le contradigo aquello que no me parece acertado con respecto a mí. Así, pues, mi querido Dionisodoro —dijo—, no llames ofender a lo que es contradecir, porque ofender es otra cosa bien diferente.


  1. Expresión proverbial. Entre los carios se recolectaron tantos mercenarios y esclavos, que sus vidas eran poco estimadas. 

  2. Cólquida es la región del extremo este del mar Negro, al sur de los montes caucásicos, de donde era originaria Medea. Según la leyenda, al regresar Medea a Yolco —ciudad de la Magnesia tesalia—, después de devolver la juventud a Esón, el padre de su esposo Jasón, convirtiéndolo en un mancebo floreciente, mediante sus artilugios de cocción con hierbas mágicas, «fue al palacio de pelias y persuadió a las hijas que despedazaran y cocieran a su padre, prometiéndoles volverlo a la juventud con sus brebajes» (Apolodoro, 19, 27). Pero Medea, vengativamente, no empleó en esa ocasión sus artificios mágicos y Pelias no volvió a la vida. La ironía al establecer la vinculación con Dionisodoro es manifiesta: se pone Sócrates en sus manos, pero ¿querrá o sabrá Dionisodoro, después, cumplir los ritos metamorfoseadores? Dos obras perdidas, una de Sófocles (Envenenadores) y otra de Eurípides (Pelíades) se ocupaban del tema. 

  3. Sileno, frigio que se atrevió a desafiar a Apolo en música. Vencido por éste, Apolo colgó a Marsias de un alto pino y lo hizo perecer despellejándolo. Cuenta Heródoto (VII 26) que en Celene —ciudad frigia— se veía colgada en forma de odre la piel de Marsias.