Yo, sorprendido por la argumentación, exclamé:
—¿Qué quieres decir, Dionisodoro? Ciertamente., pero, ¡vaya!, este argumento que ya he oído tantas veces y a tantas personas no deja nunca de asombrarme. Los seguidores de Protágoras lo utilizaban frecuentemente y aun lo hacían otros más antiguos que ellos. A mí, en particular, siempre me resulta sorprendente, porque no sólo refuta a todos los demás argumentos, sino que también se refuta a sí mismo1. Pienso que de ti, mejor que de nadie, podré saber la verdad. En resumen, ¿es imposible — porque a ello va enderezado el argumento, ¿no?— decir lo falso?, pues cuando se habla, ¿se dice verdad o no se habla?
Aceptó.
[d] —Si es imposible decir lo falso, ¿es, en cambio, posible pensarlo?—Tampoco es posible —dijo.
—Entonces —agregué—, ¿no hay de ningún modo opinión falsa?
—No —contestó.
—Ni ignorancia ni hombres ignorantes. ¿O qué habría de ser la ignorancia —si existiese—, sino precisamente eso: engañarse sobre las cosas?
—Seguro —dijo.
—Pero eso no es posible — insistí.
—No —dijo.
—Pero, Dionisodoro, tú hablas por hablar, por el placer de una paradoja, ¿o en verdad crees que no hay ningún hombre ignorante?
[e] —¡Y bien, refútame!, contestó.—Pero, ¿cómo puede ser posible la refutación, según lo que sostienes, si ninguno se engaña?
—No es posible —interrumpió Eutidemo.
—Ni pedía ahora yo una refutación —dijo Dionisodoro.
—¿Y quién podría pedir lo que no es? ¿Tú podrías?
—Ah…, Eutidemo2—dije—, estas sutilezas, aunque estén bien presentadas, yo ya no las comprendo en forma adecuada, sino que las capto, así, burdamente. Y ahora tal vez haré una pregunta demasiado vulgar, pero [287a] tú perdóname. Dime: si no es posible engañarse, ni pensar lo falso, ni ser ignorante, ¿tampoco existe la posibilidad de equivocarse cuando se hace algo? Al realizar una acción no es posible equivocarse en lo que se hace. ¿No habéis dicho eso vosotros?
—Por supuesto —dijo.
—Y he aquí, entonces — agregué—, mi pregunta vulgar: si no nos equivocamos ni al actuar, ni al hablar ni al pensar, vosotros dos, ¡por Zeus!, si así son las cosas, ¿qué nos habéis venido a enseñar? ¿No afirmabais hace poco que erais capaces de enseñar la virtud mejor que nadie al que quisiera aprenderla? [b] —Pero Sócrates —intervino Dionisodoro tomando la palabra—, ¿chocheas3 — tú hasta el punto de recordar ahora lo que dijimos al comienzo —y tal vez si he dicho algo el año pasado ahora lo recordarías—, y, en cambio, no sabes qué hacer con los argumentos que usamos en este momento?
—Porque esos argumentos son muy difíciles —dije—, y es natural que así sean: ¡proceden de hombres doctos! Tanto es así, además, que resulta dificilísimo sacar algún provecho de lo último que has dicho. ¿Qué quieres decir, Dionisodoro, con la expresión «no saber qué hacer»? Es evidente que dices que no puedo refutarlos, ¿no es cierto? Porque dime: ¿qué otra cosa puede significar la expresión «no sé qué hacer con estos argumentos»?
—De lo que tú dices, sin embargo, no sería difícil sacar provecho —respondió—. Así que, contéstame4.
—Primero tú, Dionisodoro — repliqué.
— ¿No quieres contestar?, dijo.
—Pero, ¿acaso es justo?
— ¡Claro que sí!, insistió.
—¿Y por qué razón?, pregunté.
Evidentemente, ¿no por otra que ésta: que has llegado aquí, con nosotros, ahora, como gran experto en la discusión y conoces cuándo se debe contestar y cuándo no? ¿Y en este [d] momento no has de dar la mínima respuesta, porque sabes que no se debe? —Pierdes el tiempo en charlatanerías —afirmó—, en vez de contestarme. Hazme el favor, querido, obedece y contéstame: a fin de cuentas estás de acuerdo en que soy un entendido.
—Y bien, debo obedecerte. — respondí—; es necesario que lo haga, al parecer, ya que tú ordenas. Pregunta, pues.
—¿Es por el hecho de que poseen un alma por lo que los seres dotados de comprensión comprenden, o también comprenden los que no tienen alma?
—Sólo los que tienen alma.
—¿Sabes tú de alguna expresión que tenga alma?
— ¡Por Zeus! De ninguna.
— ¿Y entonces por qué hace un instante me preguntabas por la [e] comprensión de mi expresión?
La doctrina del homo mensura de Protágoras también se refuta a sí misma, como lo demuestra Platón en Teeteto 171a-c. Cuenta Diógenes Laercio (III 35) que «deseando Antís-tenes leer en público uno de sus escritos, invitó a Platón a intervenir. Al preguntarle éste sobre qué iba a leer, Antístenes le contestó que sobre la imposibilidad de la contradicción. Platón preguntó: ‘¿Cómo puedes escribir sobre eso?’, mostrándole que el argumento era contradictorio». ↩
En ésta y en las líneas anteriores, he seguido el texto establecido por E. Des Places («Euthydeme, 286e5-8», Mélanges Émile Boisacq, Bruselas, 1937, págs. 313-316) que responde más fielmente a la tradición manuscrita. ↩
«Eres un Cronos» dice el texto. Era una expresión proverbial para indicar algo perteneciente a una época ya pasada. ↩
Dionisodoro no quiere continuar la comprometedora discusión sobre «no saber qué hacer», que equivale a «no poder refutar» y busca desplazar sobre el término noéin, que puede corresponder tanto a «significar», «tener sentido» (así la empleará Sócrates), como a «comprender», «concebir» (así la usará Dionisodoro). ↩