— ¿Y qué otra cosa quieres que haya hecho —respondí—, sino equivocarme por imbecilidad? ¿o, tal vez, no me equivoqué y dije bien al afirmar que las expresiones tienen significado? ¿Qué dices? ¿Me he equivocado o no? Si no me he equivocado, ni siquiera tú, con todo tu saber, podrás refutarme, ni sabrás tampoco qué hacer con mi argumentación; si, en cambio, me he equivocado, entonces tú no te expresas [288a] bien, ya que sostienes que es imposible equivocarse. Y esto no lo digo con respecto de lo que afirmaste hace un año. En fin, Dionisodoro y Eutidemo —añadí—, parece que este razonamiento nuestro no avanza, y, más aún, corre el riesgo, como en el viejo caso anterior de caerse él mismo después de haber derribado al contrincante, y para que ello no suceda, ni vuestro arte —que por añadidura es tan asombroso por la precisión en las palabras— ha sido capaz de encontrar un medio.
Intervino Ctesipo: — ¡Asombrosas, sí, son las cosas que decís, hombres de. Turios o de [b] Quíos, o de donde y como os plazca ser llamados! Por cierto, no os preocupa para nada el divagar.