CRITÓN.— ¡Por Zeus!, Sócrates, parece que os habíais metido en un bonito atolladero.
(293a) Sócrates.— Así es, Critón, y hasta yo mismo, cuando me vi atrapado en semejante atolladero, pedí a gritos la ayuda dé los extranjeros, invocándolos como si fueran Dioscuros1, para que nos salvaran, a mí y a mi joven compañero, de esa tercera oleada del argumento, y se esforzaran por todos los medios en demostrarnos seriamente cuál es ese conocimiento con cuya posesión podíamos transcurrir bien el resto de la vida.
CRITÓN.— ¿Y …? ¿Os lo quiso demostrar Eutidemo?
Sócrates.— ¿Y cómo no? Comenzó, además, mi amigo, con aire de hombre muy superior a hablar así: (b) —¡Oh Sócrates!, este conocimiento acerca del cual hace un buen rato que andáis en dificultades — dijo—, ¿debo enseñártelo o bien demostrarte que ya lo posees?
— ¡Dichoso de ti, Eutidemo!, exclamé. ¿Eres capaz de ello?
— ¡Por supuesto!, contestó.
—Entonces, demuéstrame, ¡por
Zeus!, que ya lo poseo. Para un hombre de mi edad, eso es mucho más fácil que aprenderlo.
—Veamos, pues —dijo—; contéstame: ¿hay algo que conoces?
—Por cierto —dije—, muchas cosas, aunque de poca monta.
—Es suficiente —dijo—. ¿Crees que es posible que una cosa que es no sea aquello que es?
—No, ¡por Zeus!
—Entonces —agregó—, ¿tú conoces algo? —Sí.
—Y si conoces algo, ¿eres alguien que conoce2?
—Por cierto —dije—, conozco precisamente eso.
—No importa. Pero, ¿no es inevitable concluir que tú conoces todo, si eres un conocedor?
— ¡Por Zeus!, no —dije yo—, pues hay muchas cosas que yo no conozco.
—Entonces, si hay algo que tú no conoces, tú no eres un conocedor.
—No lo soy de esa cosa en particular, querido —le contesté.
— ¿Y es por eso menos cierto — dijo— que tú no eres un conocedor? Hace un instante decías que eras un conocedor. Así sucede que tú mismo, por un lado, eres lo que eres y, por el otro, en cambio, no lo eres, y al (d) mismo tiempo y con respecto a lo mismo3).
—Admitámoslo, Eutidemo — respondí—, porque, como reza el proverbio, «todo lo que tú digas está siempre bien dicho»4 y. Pero, ¿cómo sé que poseo ese conocimiento que buscamos? Puesto que es imposible que una misma cosa sea y no sea, si conozco una cosa, las conozco todas -en efecto, no podría al mismo tiempo ser alguien que conoce y alguien que no conoce—; y puesto que las conozco todas, poseo también ese conocimiento. ¿No es esto lo que quieres decir, y no consiste en ello tu sagaz argumento?
(e) —¡Pero tú mismo te estás evidentemente refutando, Sócrates!, dijo.
—¿Qué? ¿Acaso no estás tú también, Eutidemo, en la misma situación?, agregué. Porque yo personalmente, mientras me encuentre contigo y con este Dionisodoro, mente dilecta5 sea cual fuere la suerte que corra, no me he de quejar de ella en absoluto. Pero, dime: ¿no es cierto que vosotros algunas cosas las conocéis, y otras, no?
—De ninguna manera, Sócrates —dijo Dionisodoro.
—¿Qué queréis decir?, pregunté. ¿Entonces no conocéis nada?
—Al contrario —dijo.
(294a) —¿Entonces conocéis todas — agregué—, puesto que conocéis alguna?
—Todas —dijo—, y también tú, pues si conoces por lo menos una, conoces todas.
— ¡Oh Zeus!, dije. ¡Qué asombroso! ¡Qué maravilla hemos hallado! ¿Y también todos los otros hombres conocen todo, o no conocen nada?
—Es claro que no puede ser — respondió—que conozcan algunas cosas y no conozcan otras, y que sean al mismo tiempo conocedores y no conocedores.
— ¿Y entonces qué?, dije yo.
—Todos conocen todo —dijo—, con tal de que conozcan una sola cosa.
(b) —¡En el nombre de los dioses!, exclamé. Y me expreso así, Dioniso-doro, porque es evidente que ya estáis procediendo seriamente, cosa que no sin dificultades he lo grado que hicierais. Vosotros dos, ¿conocéis realmente todo.? Por ejemplo, el arte del carpintero y del zapatero?
—Por supuesto —contestó.
— ¿Y sois capaces también de remendar los zapatos?
—Sí, ¡por Zeus!, y también de ponerles suelas.
— ¿Y también sabéis cosas de esta índole, como cuántas son las estrellas y los granos de arena?
—Por supuesto —dijo—, ¿o crees que no habríamos contestado que sí?
Los Dioscuros, Cástor y Pólux, eran divinidades protectoras invocadas, particularmente, por los marinos en momentos de peligro. ↩
La falacia que se prepara aquí está basada en el equívoco establecido por Eutidemo entre una noción relativa y otra absoluta; el desplazamiento significativo se da entre «conocer algo» y «alguien que conoce» o «conocedor» (entendiendo que conoce todo). Para el resto del argumento. ↩
Es decir, al conocimiento. Adviértase que ésta es una formulación muy precisa del principio de no contradicción. (Compárese con República 436b8-437a9. ↩
El núcleo del proverbio es kalá pánta «todas las cosas son hermosas». ↩
Expresión homérica (Ilíada VIII 281). ↩