ETD 298b-300e: Ctesipo retoma o debate

Ctesipo, tomando al vuelo la palabra, dijo:

— ¿Y a vuestro padre, a su vez, no le ha sucedido lo mismo?

—En lo más mínimo —respondió Eutidemo.

—¿Es, pues —dijo—, el mismo?

—El mismo, por cierto.

—Lo lamentaría, si así fuese. Pero, dime, Eutidemo, ¿es él sólo mi padre o también el de los demás hombres?

—También de los demás — respondió—. ¿O crees que la misma persona, siendo padre, no es padre?

—Así lo creía —dijo Ctesipo.

—¿Cómo —dijo el otro—, crees que una misma cosa, siendo oro, no es oro, o que un hombre, siendo hombre, no es hombre?

— ¡Cuidado, Eutidemo!, advirtió Ctesipo. Tal vez, como dice el proverbio, «no estás atando lino con li-no»1. Afirmas, sin duda, algo notable, si dices que tu padre es padre de todos.

—Pero lo es —agregó.

—¿Sólo de los hombres —preguntó Ctesipo— o también de los caballos y de todos los demás seres vivientes?

—De todos —contestó. [d] —¿Y también tu madre es madre de todos?

—También. —¿Entonces tu madre —dijo— es también madre de los erizos de mar?

— ¡Y la tuya también!, contestó.

— ¿Entonces tu eres hermano de los terneritos, de los perritos y de los cerditos?

— Como tú —dijo.

—En consecuencia, tu padre es un cerdo y un perro.

— ¡Y el tuyo también!, dijo. — Admitirás eso en seguida, Ctesipo — intervino Dionisodoro—, si me contestas. Dime, ¿tienes un perro?

—Sí, y bastante malo —respondió Ctesipo.

— ¿Tiene cachorros?

[e] —Sí, y tan malos como él —dijo.

—¿Entonces, el perro es el padre de ellos?

—Sin duda, yo mismo lo vi acoplarse con la perra.

—Ahora bien, ¿no es tuyo el perro?

—Por supuesto —dijo.

—Entonces, siendo padre y siendo tuyo, el perro es tu padre y tú eres el hermano de los cachorros2.

Y de nuevo Dionisodoro, sin tomar aliento, a fin de que Ctesipo no se le adelantara, continuó:

—Respóndeme todavía a esta pequeña pregunta: ¿golpeas a tu perro?

Ctesipo, riendo, le contestó: — ¡Sí, por los dioses!, ya que no puedo golpearte a ti.

—¿Golpeas, pues, a tu padre?, dijo.

[299a] —Mucho más justo sería que golpeara al vuestro —dijo—, por habérsele ocurrido engendrar hijos tan sabios. Pero supongo, Eutidemo, que han de ser muchos los bienes que habrán obtenido vuestro padre y los cachorros de este vuestro saber.

—No necesita de muchos bienes, Ctesipo, ni él ni tú.

—¿Ni tampoco tú, Eutidemo?, preguntó.

—Ni ningún otro hombre. Porque, dime Ctesipo, consideras que es un [b] bien para un enfermo tomar un remedio cuando lo necesita, ¿o acaso no te parece un bien? o cuando uno va a la guerra, ¿consideras que es un bien para un hombre ir con las armas o sin ellas?

—A mí me parece que sí. Pero creo que saldrás con alguna de tus ocurrencias.

—Lo sabrás mejor si me escuchas —dijo. Responde: puesto que estás de acuerdo en que es un bien para un hombre tomar un remedio cuando lo necesita, ¿no será mejor que de tal bien tome lo más posible? ¿Y en ese caso no convendrá que alguien le triture y mezcle una carretada de eléboro3?

Y Ctesipo respondió:

—Por supuesto, Eutidemo, siempre que quien la tome tenga el tamaño de la estatua de Delfos4.

—Así, pues, también en la guerra —continuó—, puesto que hallarse provisto de armas es un bien, conviene empuñar el mayor número posible de lanzas y escudos, ya que son precisamente un bien.

—Por cierto —respondió Ctesipo—. ¿No lo crees tú así, Eutidemo, o basta tener una sola lanza y un escudo?

—Sí.

— ¿Y a Gerión y a Briáreo5 — preguntó— los armarías de ese modo? Yo te creía más listo, sin embargo, siendo un profesional de las armas, al igual que este tu compañero.

[d] Eutidemo calló. Pero Dionisodoro, retomando las respuestas anteriores de Ctesipo, preguntó:

—Y el oro, ¿no te parece que es un bien tenerlo?

—Por cierto, y en cantidad — respondió Ctesipo.

—Entonces, en tanto bienes, ¿no te parece que las riquezas se deben tener siempre y en todas partes?

— ¡Claro que sí!—, dijo.

—¿Y admites, asimismo, que el oro es un bien?

—Ya lo he admitido —contestó.

—¿Por consiguiente, es necesario tenerlo siempre y en todas partes y, principalmente, consigo mismo? Además, ¿no sería el más feliz de los hombres quien tuviera tres talentos de oro en el estómago, uno en el [e] cráneo y una estatera de oro en cada uno de los ojos?

—Por lo menos cuentan, Eutidemo —dijo Ctesipo—, que entre los escitas, los más felices y mejores son aquellos que tienen mucho oro en sus propios cráneos —para hablar como lo hacías tú antes cuando decías que mi perro era mi padre—, y lo que es aún asombroso, ¡es que beben en sus propios cráneos áureos y contemplan su cavidad interior mientras sostienen la propia cabeza en sus manos!6. [300a] — ¿Y ven los escitas y todos los demás hombres — preguntó Eutide-mo— las cosas capaces de ver o las incapaces?7).

—Las capaces —dijo.

— ¿Y también tú?, preguntó.

—También yo.

— ¿Ves, pues, nuestros mantos? —Sí.

—Entonces éstos son capaces de ver?

—Claro, maravillosamente — dijo Ctesipo.

— ¿Y qué ven.?, preguntó.

— ¡Nada! Supongo que no creerás que ven. ¡Qué inocente que eres! Parece, Eutidemo, que te hubieras dormido con los ojos abiertos, y, si fuera posible hablar sin decir nada, que precisamente estuvieras haciendo eso.

[b] —¿Y crees —dijo Dionisodo-ro— que no sea posible hablar callando8?

—De ninguna manera —respondió Ctesipo.

— ¿Ni tampoco callar hablando?

—Menos aún.

— ¿Y cuando dices «piedras», «maderas», «hierros», no hablas callando9?

—No por cierto —dijo—, si paso junto a las herrerías, pues dicen que allí los hierros, si uno los toca, gritan y callan y chillan de lo lindo, de modo que, merced a tu saber, no te has dado cuenta de que no decías nada. Pero, en fin, demuéstrame aún el otro punto, es decir, cómo resulta posible callar hablando.

Me pareció que Ctesipo estaba muy ansioso por quedar bien frente a su preferido.

—Cuando callas —dijo Eutide-mo—, ¿no callas todo?

—Sí —respondió.

—Entonces callas también las que hablan, si ellas forman parte de «todo».

— ¡Cómo!, exclamó Ctesipo, ¿no callare todas?

—No creo —dijo Eutidemo.

—Pero, querido, ¿todas las cosas hablan?

—Sí, por lo menos las que hablan.

—Pero yo no pregunto eso — dijo—, sino si todo calla o habla. [d]

—Ni una cosa ni la otra y ambas a la vez —interrumpió apresuradamente Dionisodoro—. Sé bien que a semejante respuesta no tendrías qué replicar.

Y Ctesipo, soltando una sonora carcajada, como acostumbraba a hacerlo, dijo:

Eutidemo, tu hermano ha logrado que el argumento pueda tener ambas respuestas. ¡Está perdido y acabado! Y Clinias, que estaba divirtiéndose mucho, comenzó a reírse, de modo que Ctesipo se sintió como si hubiese crecido diez veces en tamaño. Creo que Ctesipo, como buen pícaro, había aprendido de ellos, escuchándolas, estas argucias, ya que semejante saber no lo hay hoy día en otros hombres.


  1. Comparar casos que no son similares (cf. Aristóteles, Física 207a 17—18). 

  2. La falacia es así: el perro es padre; el perro es tuyo; por lo tanto el perro es tu padre. Es una falacia de composición. Aristóteles la clasifica como de accidente y trae a colación, entre otros, este mismo ejemplo (Refutaciones sofísticas 179a26-b6). La falacia se apoya en el significado de tu o tuyo, que indican propiedad como relación sanguínea. 

  3. El eléboro —de raíz purgante y diurética— era considerado remedio eficaz contra la locura. 

  4. Probablemente, la estatua de Apolo que erigieron los griegos en Delfos después de las batallas de Artemisio y Salamina (Pausanias, X 14, 3). Según Heródoto (VIII 121) tenía una altura de 12 codos (= 5,32 m.). 

  5. Briáreo era uno de los gigantes de cien brazos que ayudó a Zeus contra los Titanes: Gerión, un monstruo de tres cuerpos cuyos bueyes robó Heracles en el décimo de sus trabajos. 

  6. Los escitas, según refiere Herodoto (IV 65), utilizaban los cráneos de los enemigos para hacer copas. El equívoco en el texto se basa en la expresión «sus» o «sus propias» o «en sus» que, con respecto a la posesión de un cráneo, p. ej., puede indicar tanto algo que forma parte del propio cuerpo, como algo que no. 

  7. Mantengo, de esta manera, la ambigüedad del original, que lo mismo puede significar (1) «que (las cosas) pueden ver», como (2) «que son susceptibles de ser vistas», y de ahí que la falacia consista en aceptar que a un objeto inanimado le suceda (2), y pasar entonces a sostener (1), cosa que Ctesipo no admite. (Ver Aristóteles, Refutaciones sofísticas 166a10. 

  8. La ambigüedad, propia de la forma expresiva griega, consiste en que «callando» puede referirse tanto a quien habla como a las cosas de las que se habla. 

  9. «hablas callando» = hablas de cosas que callan.