Critón.— También yo, Sócrates, como siempre te repito, tengo dificultades acerca de qué debo hacer con mis hijos. El más joven es todavía pequeño, pero Critóbulo está ya crecido y necesita de alguien que le ayude. Ahora bien, yo, cada vez que estoy contigo me siento dispuesto a creer que ha sido una locura el haberme afanado en tantas otras cosas por amor a mis hijos, como lo ha sido el matrimonio, para que tuvieran [e] una madre bien digna; la riqueza, para que dispusieran de la mejor fortuna, y llegar a descuidar, después, por otra parte, su educación. Pero cuando me pongo a mirar a aquellos que se jactan de saber educar a los hombres, quedo pasmado; y, reflexionando, me parece que cada uno de [307a] ellos es sumamente extravagante, si te he decir la verdad. De modo que no sé cómo encaminar al joven hacia la filosofía.
Sócrates.— Mi querido Critón, ¿acaso no sabes que en cualquier actividad los ineptos, los que no valen nada, son los más, y que, en cambio,
los serios y dignos de estima son pocos? Por ejemplo, ¿no te parece que la gimnasia es una bella cosa, así como la crematística, la retórica y la estrategia?
CRITÓN.— Ya lo creo.
[b] Sócrates.— Y bien, ¿no ves cómo para cada una de estas actividades la mayoría de los que las practican hacen reír cuando realizan su cometido?CRITÓN.— Sí, ¡por Zeus! Es muy cierto lo que dices.
Sócrates. — ¿Y entonces.? ¿Vas por eso a rehuir tú mismo todas las actividades e impedírselas a tus hijos?
CRITÓN.— No sería justo, Sócrates.
SÓCRATES.—Pues, entonces, Critón, no hagas lo que no es necesario hacer y deja que vayan por su lado los que se ocupan de filosofía, sean [c] buenos o malos. Examina, en cambio, tú, con cuidado y atención la cosa misma: si te parece que no vale la pena, aparta de ella a toda persona y no sólo a tus hijos; si, por el contrario, te parece tal como yo mismo creo que es, entonces ve tras ella ardorosamente y ponte a ejercitarla, como dice el proverbio, «tú y contigo tus hijos».