EUT 2a-5c: Prólogo

EUTIFRÓN. — ¿Qué ha sucedido, Sócrates, para que dejes tus conversaciones en el Liceo y emplees tu tiempo aquí, en el Pórtico del rey? Pues es seguro que tú no tienes una causa ante el arconte rey, como yo la tengo.

SÓCRATES. — A esto mío, Eutifrón, los atenienses no lo llaman causa, sino acusación criminal.

EUT. — ¿Qué dices? ¿Según parece, alguien ha presentado contra ti una acusación criminal? Pues no puedo pensar que la has presentado tú contra otro.

SÓC. — Ciertamente, no.

EUT. — Pero sí otro contra ti.

SÓC. — Exactamente.

EUT. — ¿Quién es ese hombre?

SÓC. — No lo conozco bien yo mismo, Eutifrón, pues parece que es joven y poco conocido. Según creo, se llama Meleto y es del demo de Piteo, por si conoces a un Meleto de Piteo, de pelos largos, poca barba y nariz aguileña.

EUT. — No lo conozco, Sócrates. Pero, ¿qué acusación te ha presentado?

SÓC. — ¿ Qué acusación? Me parece que de altas aspiraciones. En efecto, no es poca cosa que un joven comprenda un asunto de tanta importancia. Según dice, él sabe de qué modo se corrompe a los jóvenes y quiénes los corrompen. Es probable que sea algún sabio que, habiendo observado mi ignorancia, viene a acusarme ante la ciudad, como ante una madre, de corromper a los de su edad. Me parece que es el único de los políticos que empieza como es debido: pues es sensato preocuparse en primer lugar de que los jóvenes sean lo mejor posible, del mismo modo que el buen agricultor se preocupa, naturalmente en primer lugar, de las plantas nuevas y, luego, de las otras. Quizá así también Meleto nos elimina primero a nosotros, los que destruimos los brotes de la juventud, según él dice. Después de esto, es evidente que se ocupará de los de mi edad y será el causante de los mayores bienes para la ciudad, según es presumible que suceda, cuando parte de tan buenos principios.