EUT. — Pues, si así lo quieres, Sócrates, así voy a decírtelo.
SÓC. — Ciertamente, es lo que quiero.
EUT. — Es, ciertamente, pío lo que agrada a los dioses, y lo que no les agrada es impío.
SÓC. — Perfectamente, Eutifrón; ahora has contestado como yo buscaba que contestaras. Si realmente es verdad, no lo sé aún, pero evidentemente tú vas a explicar que es verdad lo que dices.
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — ¡Ea! Examinemos lo que decimos. El acto agradable para los dioses, y el hombre agradable para los dioses, es pío, el acto odioso para los dioses, y el hombre odioso para los dioses, es impío. No son la misma cosa, sino las cosas más opuestas, lo pío y lo impío. ¿No es así?
EUT. — Así, ciertamente.
SÓC. — ¿Y nos parece que son palabras acertadas?
EUT. — Así lo creo, Sócrates; es, en efecto, lo que hemos dicho.
SÓC.— ¿No es cierto que también se ha dicho que los dioses forman partidos, disputan unos con otros y tienen entre ellos enemistades?
EUT. — En efecto, se ha dicho.
SÓC. — ¿Sobre qué asuntos produce enemistad e irritación la disputa? Examinémoslo. ¿Acaso si tú y yo disputamos acerca de cuál de dos números es mayor, la discusión sobre esto nos hace a nosotros enemigos y nos irrita uno contra otro, o bien recurriendo al cálculo nos pondríamos rápidamente de acuerdo sobre estos asuntos?
EUT. — Sin duda.
SÓC. — ¿Y si disputáramos sobre lo mayor y lo menor, recurriríamos a medirlo y, en seguida, abaldonaríamos la discusión?
EUT. — Así es.
SÓC. — Y recurriendo a pesarlo, ¿no decidiríamos sobre lo más pesado y lo más ligero?
EUT. — ¿Cómo no?
SÓC. — ¿Al disputar sobre qué asunto y al no poder llegar a qué decisión, seríamos nosotros enemigos y nos irritaríamos uno con otro? Quizá no lo ves de momento, pero, al nombrarlo yo, piensa si esos asuntos son lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo. ¿Acaso no son éstos los puntos sobre los que si disputáramos y no pudiéramos llegar a una decisión adecuada, nos haríamos enemigos, si llegábamos a ello, tú y yo y todos los demás hombres?
EUT. — Ciertamente, ésta es la disputa, Sócrates, y sobre esos temas.
SÓC. — ¿Y los dioses, Eutifrón, si realmente disputan, no disputarían por estos puntos?
EUT. — Muy necesariamente.
SÓC. — Luego también los dioses, noble Eutifrón, según tus palabras, unos consideran justas, bellas, feas, buenas o malas a unas cosas y otros consideran a otras; pues no se formarían partidos entre ellos, si no tuvieran distinta opinión sobre estos temas. ¿No es así?
EUT. — Tienes razón.
SÓC. — Por tanto, ¿las cosas que cada uno de ellos considera buenas y justas son las que ellos aman, y las que odian, las contrarias?
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — Son las mismas cosas, según dices, las que unos consideran justas y otros, injustas; al discutir sobre ellas, forman partidos y luchan entre ellos. ¿No es así?
EUT. — Así es.
SÓC. — Luego, según parece, las mismas cosas son odiadas y amadas por los dioses y, por tanto, serían a la vez agradables y odiosas para los dioses.
EUT. — Así parece.
SÓC. — Así pues, con este razonamiento, Eutifrón, las mismas cosas serían pías e impías.
EUT. — Es probable.