Fedro:236a-237a – Sócrates obrigado a falar

FEDRO.—Hablas en razón. Puedes sentar por principio que el que no ama tiene sobre el que ama la ventajade conservar su buen sentido, y esto te lo concedo: Pero si en otra parte puedes encontrar razones más numerosas y más fuertes que los motivos alegados por Lisias, quiero que tu estatua de oro macizo figure en Olimpia, cerca de la ofrenda de los cipselidas1.

SÓCRATES.—Tomas la cosa por lo serio, Fedro, porque ataco al que amas. Sólo quería provocarte un poco. ¿Piensas verdaderamente que yo pretendo competir en elocuencia con escritor tan hábil?

FEDRO.—He aquí, mi querido Sócrates, que has incurrido en los mismos defectos que yo; pero tú hablarás, quieras o no quieras, en cuanto alcances. Procura que no se renueve una escena muy frecuente en las comedias, y me fuerces a volverte tus burlas, repitiendo tus mismas palabras: “Sócrates, si no conociese a Sócrates, no me conocería a mí mismo; ardía en deseos de hablar, pero se hacía el desdeñoso, como si no le importara.” Ten entendido que no saldremos de aquí sin que hayas dado expansión a tu corazón, que, según tú mismo, se desborda. Estamos solos, el sitio es retirado, y soy el más joven y más fuerte de los dos. En fin, ya me entiendes; no me obligues a hacerte violencia, y habla por buenas.

SÓCRATES.—Pero, amigo mío, sería muy ridículo oponer a una obra maestra de tan insigne orador la improvisación de un ignorante.

FEDRO.—¿Sabes una cosa?, que te dejes de nuevos desdenes, porque si no recurriré a una sola palabra que te obligará a hablar.

SÓCRATES.—Te suplico que no recurras.

FEDRO.—No, no. Escucha. Esta palabra mágica es un juramento. Juro, pero ¿por qué dios?, si quieres, por este plátano, y me comprometo por juramento a que si en su presencia no hablas en este acto, jamás te leeré ni te recitaré ningún otro discurso de quienquiera que sea.

SÓCRATES.—¡Oh!, ¡qué ducho!, ¡cómo ha sabido comprometerme a que le obedezca, valiéndose del flaco que yo tengo: mi cariño a los discursos!

FEDRO.—Y bien, ¿tienes todavía algún mal pretexto que alegar?

SÓCRATES.—¡Oh dios!, no; después de tal juramento, ¿cómo podría imponerme una privación semejante?

FEDRO.—Habla, pues.

SÓCRATES.—¿Sabes lo que voy a hacer antes?

FEDRO.—Veámoslo.

SÓCRATES.—Voy a cubrirme la cabeza para concluir lo más pronto posible, porque el mirar a tu semblante me llena de turbación y de confusión.

FEDRO.—Lo que importa es que hables, y en lo demás haz lo que te acomode.

[Edición Electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS]
  1. Estatua de Zeus que los descendientes de Cipselos consagraron a Olimpo, conforme al voto que habían hecho si recobraban el poder soberano en Corinto.