Ya ves que debo someterme a una expiación, y para los que se engañan en mitología hay una antigua explicación que Homero no ha imaginado, pero que Estesícoro ha practicado. Porque privado de la vista por haber maldecido a Helena, no ignoró, como Homero, el sacrificio que había cometido; pero, como hombre verdaderamente inspirado por las musas, comprendió la causa de su desgracia y publicó estos versos:
No, esta historia no es verdadera; no, jamás entraste en las soberbias naves de Troya, jamás entraste en Pérgamo.
Y después de haber compuesto todo su poema, conocido con el nombre de Palinodia, recobró la vista sobre la marcha. Instruido por este ejemplo, yo seré más cauto que los dos poetas, porque antes que el amor haya castigado mis ofensivos discursos, quiero presentarle mi palinodia. Pero esta vez hablaré con cara descubierta, y la vergüenza, no me obligará a tapar mi cabeza como antes.
FEDRO: No puedes, mi querido Sócrates, anunciarme una cosa que más me satisfaga.
SÓCRATES.—Debes conocer como yo toda la impudencia del discurso que he pronunciado, y del que tú has leído; si los hubiera oído alguno, tenido por persona decente y bien nacida, que estuviese cautivo de amor o que hubiese sido amado en su juventud, al oírnos sostener que los amantes conciben odios violentos por motivos frívolos, que atormentan a los que aman en sus sospechosos celos, y no hacen más que perjudicarles, ¿no crees que nos hubieran calificado de gentes criadas entre marineros, que jamás oyeron hablar del amor a personas cultas? Tan distante estaría de reconocer la verdad de los cargos que hemos formula-do contra el amor.
FEDRO.—¡Por Zeus!, Sócrates, bien podría suceder.
SÓCRATES.—Así, pues, por respeto a este hombre, y por temor a la venganza de Eros, quiero que un discurso más suave venga a templar la amargura del primero. Y aconsejo a Lisias que componga lo más pronto posible un segundo discurso, para probar que es preciso preferir el amante apasionado al amigo sin amor.
FEDRO.—Persuádete de que así sucederá; si tú pronuncias el elogio del amante apasionado, habrá necesidad de que Lisias se deje vencer por mí, para que escriba sobre el mismo objeto.
SÓCRATES.—Cuento con que le obligarás, a no ser que dejes de ser Fedro.
FEDRO.—Habla, pues, con confianza.
SÓCRATES.—Pero, ¿dónde está el joven a quien yo me dirigía? Es preciso que oiga también este nuevo discurso, y que, escuchándome, aprenda a no apresurarse a conceder sus favores al hombre sin amor.
FEDRO.—Este joven está cerca de ti, y estará siempre a tu lado por el tiempo que quieras.
[Edición Electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS]