Fedro:245c-246a – A alma, sua imortalidade

Por lo pronto es preciso determinar exactamente la naturaleza del alma divina y humana por medio de la observación de sus facultades y propiedades.

Partiremos de este principio: toda alma es inmortal, porque todo lo que se mueve en movimiento continuo es inmortal. El ser que comunica el movimiento o el que le recibe, en el momento en que cesa de ser movido, cesa de vivir; sólo el ser que se mueve por sí mismo, no pudiendo dejar de ser él mismo, no cesa jamás de moverse; y aún más, es, para los otros seres que participan del movimiento, origen y principio del movimiento mismo. Un principio no puede ser producido; porque todo lo que comienza a existir debe necesariamente ser producido por un principio, y el principio mismo no ser producido por nada, porque si lo fuera, dejaría de ser principio. Pero si nunca ha comenzado a existir, no puede tampoco ser destruido. Porque si un principio pudiese ser destruido, no podría él mismo renacer de la nada, ni nada tampoco podría renacer de él, si, como hemos dicho, todo es producido necesariamente por un principio. Así, el ser que se mueve por sí mismo es el principio del movimiento, y no puede ni nacer ni perecer, porque de otra manera el Urano entero y todos los seres que han recibido la existencia se postrarían en una profunda inmovilidad y no existiría un principio que les volviera el movimiento, una vez destruido. Queda, pues, demostrado que lo que se mueve por sí mismo es inmortal, y nadie temerá afirmar que el poder de moverse por sí mismo es la esencia del alma. En efecto, todo cuerpo que es movido por un impulso extraño es inanimado; todo cuerpo que recibe el movimiento de un principio interior es animado; tal es la naturaleza del alma. Si es cierto que lo que se mueve por sí mismo no es otra cosa que el alma, se sigue, necesariamente, que el alma no tiene, ni principio, ni fin. Pero basta ya sobre su inmortalidad.

[Edición Electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS]