Entre las otras almas, la que sigue a las almas divinas con paso más igual y que más las imita, levanta la cabeza de su cochero hasta las regiones superiores, y se ve arrastrada por el movimiento circular; pero molestada por sus corceles, apenas puede entrever las esencias. Hay otras que tan pronto suben como bajan, y que arrastradas acá y allá por sus corceles, perciben ciertas esencias y no pueden contemplarlas todas. En fin, otras almas siguen de lejos, aspirando como las primeras a elevarse hacia las regiones superiores, pero sus esfuerzos son impotentes; están como sumergidas y errantes en los espacios inferiores, y, luchando con ahínco por ganar terreno, se ven entorpecidas por incontables obstáculos y no obtienen más que confusión, combate y lucha desesperada; y por la poca maña de sus cocheros, muchas de estas almas se ven lisiadas, y otras ven caer una a una las plumas de sus alas; todas, después de esfuerzos inútiles e impotentes para elevarse hasta la contemplación del ser absoluto, desfallecen, y en su caída no les queda más alimento que las conjeturas de la opinión. Este tenaz empeño de las almas por elevarse a un punto desde donde puedan descubrir la llanura de la verdad nace de que sólo en esta llanura pueden encontrar un alimento capaz de nutrir la parte más noble de sí mismas y de desenvolver las alas que llevan al alma lejos de las regiones inferiores.
[Edición Electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS]