FEDRO.—Podrá suceder que tal sea el arte de la retórica, que estos hombres tan célebres enseñan en sus lecciones y en sus tratados, y creo que en este punto tú tienes razón. Pero la verdadera retórica, el arte de persuadir, ¿cómo y dónde puede adquirirse?
SÓCRATES.—La perfección en las luchas de la palabra está sometida, a mi parecer, a las mismas condiciones que la perfección en las demás clases de lucha. Si la naturaleza te ha hecho orador, y si cultivas estas buenas disposiciones mediante la ciencia y el estudio llegarás a ser notable algún día; pero si te falta alguna de estas condiciones, jamás tendrás sino una elocuencia imperfecta. En cuanto al arte, existe un método que debe seguirse; pero Lisias y Trasímaco no me parecen los mejores guías.
FEDRO.—¿Cuál es ese método?
SÓCRATES.—Pericles pudo haber sido el hombre más consumado en el arte oratorio.
FEDRO.—¿Cómo?
SÓCRATES.—Todas las grandes artes se inspiran en estas especulaciones ociosas e indiscretas, que pretenden penetrar los secretos de la naturaleza1; sin ellas no puede elevarse el espíritu ni perfeccionarse en ninguna ciencia, cualquiera que sea2. Pericles desenvolvió mediante estos estudios trascendentales su talento natural; tropezó, yo creo, con Anaxágoras, que se había entregado por entero a los mismos estudios y se nutrió cerca de él con estas especulaciones. Anaxágoras le enseñó la distinción de los seres dotados de razón y de los seres privados de inteligencia, materia que trató muy por extenso y Pericles sacó de aquí para el arte oratorio todo lo que le podía ser útil.
FEDRO.—¿Qué quieres decir?
SÓCRATES.—Con la retórica sucede lo mismo que con la medicina.
FEDRO.—Explícate.
SÓCRATES.—Estas dos artes piden un análisis exacto de la naturaleza, uno de la naturaleza del cuerpo, otro de la naturaleza del alma; siempre que no tomes por única guía la rutina y la experiencia, y que reclames al arte sus luces, para dar al cuerpo salud y fuerza por medio de los remedios y el régimen, y dar al alma convicciones y virtudes por medio de sabios discursos y útiles enseñanzas.
FEDRO.—Es muy probable, Sócrates.
SÓCRATES.—¿Piensas que se pueda conocer suficientemente la naturaleza del alma, sin conocer la naturaleza universal?
FEDRO.—Si hemos de creer a Hipócrates, el descendiente de los hijos de Asclepíades, no es posible, sin este estudio preparatorio, conocer la naturaleza del cuerpo.
SÓCRATES.—Muy bien, amigo mío; sin embarco, después de haber consultado a Hipócrates, es preciso consultar la razón, y ver si está de acuerdo con ella.
FEDRO.—Soy de tu dictamen.
SÓCRATES.—Examina, pues, lo que Hipócrates y la recta razón dicen sobre la naturaleza. ¿No es así como debemos proceder en las reflexiones que hagamos sobre la naturaleza de cada cosa? Lo primero que debemos examinar es el objeto que nos proponemos y que queremos hacer conocer a los demás, si es simple o compuesto; después, si es simple, cuáles son sus propiedades, cómo y sobre qué cosas obra, y de qué manera puede ser afectado; si es compuesto, contaremos las partes que puedan distinguirse, y sobre cada una de ellas haremos el mismo examen que hubiésemos hecho sobre el objeto reducido a la unidad, para determinar de esta manera todas las propiedades activas y pasivas.
FEDRO.—Ese procedimiento es quizá el mejor.
SÓCRATES.—Todo el que siga otro se lanza por un camino desconocido. No es obra de un ciego, ni de un sordo, tratar un objeto cualquiera conforme a las reglas del método. El que, por ejemplo, siga en todos sus discursos un orden metódico, explicará exactamente la esencia del objeto a que se refieren todas sus palabras, y este objeto no es otro que el alma.
FEDRO.—Sin duda.
SÓCRATES.—-¿No es, en efecto, por este rumbo por donde debe dirigir todos sus esfuerzos? ¿No es el alma el asiento de la convicción? ¿Qué te parece de esto?
FEDRO.—Convengo en ello.
SÓCRATES.—Es evidente, que Trasímaco o cualquier otro que quiera enseñar seriamente la retórica, describirá por lo pronto el alma con exactitud, y hará ver si es una sustancia simple e idéntica, o si es compuesta como el cuerpo. ¿No es esto explicar la naturaleza de una cosa?
FEDRO.—Sí.
SÓCRATES.—En seguida describirá sus facultades y las diversas. maneras como puede ser afectada.
FEDRO.—Sin duda.
SÓCRATES.—En fin, después de haber hecho una clasificación de las diferentes especies de discursos y de almas, dirá cómo puede obrarse sobre ellas, apropiando cada género de elocuencia a cada auditorio; y demostrará cómo ciertos discursos deben persuadir a ciertos espíritus y no tendrán influencias sobre otros.
FEDRO.—Tu método me parece maravilloso.
SÓCRATES.—Por lo tanto, amigo mío, lo que se enseñe o componga de otra manera no puede serlo con arte, ya recaiga sobre esta materia o ya sobre cualquier otra. Pero los que en nuestros días han escrito tratados de retórica, de que has oído hablar, han hecho farsas con las que disimulan el exacto conocimiento que sus autores tienen del alma humana. Mientras no hablen y escriban de la manera dicha, no creamos que poseen el arte verdadero.
(Edición Electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS)