3. Efectivamente en el De mysteriis aegyptiorum, el sacerdote Abammon (= Jámblico) no sólo señala a Anebón que los orígenes de la filosofía tradicional platónico-pitagorizante que alcanza la gnosis provienen del hermetismo egipcio1, sino que asimismo agrega que la filosofía y la teología no logran su plenitud más que en la prueba experimental del contacto con los dioses, y que la continuidad de tal contacto o unión no es posible por el afinamiento del conocimiento que siempre es reflejo, pero sí gracias a la actividad del culto puro, que es denominado asimismo teúrgia, “acción de los dioses”, cuando estos encuentran el vehículo, sustrato o cuerpo puro y estable, que permite ser poseído por la actividad que les es intrínseca a ellos. Pero la teúrgia ha sido practicada en sus orígenes por los (magos) caldeos, siendo también inseparable del “camino de Hermes”2.
Concluye, por lo tanto, Jámblico con este sugestivo párrafo ratificatorio la respuesta a Anebón, al explicar cómo el alma humana se libera de la fatalidad:
«Por lo tanto se debe examinar a fondo cómo el hombre se libera y evade estos lazos. Pues no hay otro medio que el conocimiento de los dioses (gnosis theon), porque la idea de la felicidad es conocer científicamente el bien, igual que la idea del mal consiste en el olvido de los bienes y el engaño respecto del mal. Una está, por consiguiente, con lo divino, pero la parte inferior es inseparable de lo mortal; una toma medida de las sustancias de los inteligibles por los caminos hieráticos, la otra, desviada de los principios, se arroja en la medición de la idea corporal; una es conocimiento del Padre, la otra, alejamiento de él y olvido del Dios Padre anterior a la esencia (proousiou), puesto que es principio en sí (autoarkhountos), y una conserva la vida verdadera elevándola hacia su Padre, la otra abaja al hombre primordial (ton genarkhounta ánthropon) hasta lo que nunca permanece y en cambio siempre fluye. Considera, pues, así este primer camino de la felicidad manteniendo la plenitud intelectiva de las almas por la unión divina; pero el don hierático y teúrgico de la felicidad se llama puerta hacia el dios demiurgo del universo, lugar o morada del bien. Posee como facultad primera otorgar la pureza del alma que es más perfecta que la pureza del cuerpo; después, la preparación del pensamiento para la participación y contemplación del bien y la liberación de todo lo opuesto, y después de esto, la unión con los dioses dispensadores de bienes. Y después de haber unido al alma con cada una de las partes del universo y con las potencias divinas que discurren a través de todas, entonces ella conduce al alma al demiurgo universal, la pone a su lado y la une fuera de toda materia a la razón eterna única; o sea, lo repito, une el alma a la potencia autoengendrada, movida por sí misma y que sostiene al universo, la potencia intelectiva, administradora del universo y que eleva hasta la verdad inteligible, que es fin en sí misma, creadora, y la conecta a las otras potencias demiúrgicas del Dios, particularmente, de modo que el alma teúrgica es establecida completamente en sus actividades, sus intelecciones y sus producciones. Entonces igualmente instala al alma en el dios demiurgo en su totalidad. Este es el fin de la ascensión hierática entre los egipcios. El Bien en sí, en tanto que lo divino, piensan que es el Dios anterior a lo que intelige, pero el relativo al hombre, la unión con él, lo que Bitys interpretó a partir de los libros herméticos. Esta parte, pues, como supones, “no ha sido preterida por los egipcios”, sino transmitida de modo conveniente a la divinidad. Tampoco los teúrgos “turban la mente divina con cosas de poca importancia”, sino con las que tienen que ver con la percepción del alma, su liberación y conservación; tampoco se ocupan “de cosas difíciles e inútiles para los hombres”, sino, al contrario, de las más aprovechables de todas para el alma; ni “son engañados por un demon de error” los que han dominado la naturaleza engañadora y demónica para elevarse a la inteligible y divina»3.
Cf. De myst. 1,1 y 12; VIII, 5, y ver García Bazán, F., La religión hermética, pp. 49-54. ↩
Ver más arriba n. 2; De myst 1,1; I, 9; 1,10; 1,12; 1, 21, etc.; y Cremer, F. W., Die chaldaischen Orakel und Jamblich De mysteriis, Meisenheim am Glan, 1969; Shaw, G., Theurgy and the Soul. The Neoplatonism of Iamblichus, University Park (PA), 1995. ↩
De myst. X, 5-7 (Des Places, É., pp. 213-215; Sodano, A. R., Giamblico. I misten egiziani, Milán, 1984, pp. 232-234; Ramos Jurado, E. A., Sobre los misterios egipcios, Madrid, 1997, pp. 226-228). ↩