Aunque el estilo de Platón es evidente en todo el diálogo, no cabe duda de que la estructura, el planteamiento y la argumentación siguen el esquema socrático. No obstante, en ningún otro diálogo la discusión ha sido llevada al absurdo hasta el punto que lo ha sido aquí. Quizá la poca apreciación que Platón sentía por Hipias le indujera a mostrar la debilidad con que el sofista podía abordar una discusión razonada. Aun así, no deja de ser un problema el desvío de la lógica con el que procede el desarrollo del diálogo.
Parece evidente que Hipias gozaba de consideración entre sus contemporáneos. Las mismas referencias platónicas que le suelen poner en ridículo por su vanidad dejan ver, sin embargo, la imagen de un hombre altamente interesado en adquirir conocimientos y esforzándose en ello. Lo que sin duda no poseía, como vemos también en otras ocasiones, era una escala de valores a la que sujetarse para la adquisición de estos conocimientos.
El diálogo se abre, sin fijar en qué lugar concreto se produce y sin ninguna orientación de tipo temporal, tras una conferencia (llamémoslo así) que acaba de pronunciar Hipias. Ha hablado acerca de Homero. Al terminar, el público se ha ido ausentando y quedan rezagados unos pocos, a los que naturalmente se les supone más interesados en el tema. Invitado Sócrates por Éudico, el discípulo ateniense de Hipias, a hacerle preguntas a éste, da principio el diálogo. Pero, antes de entrar en materia, el sofista da muestra de su vanidad, asunto sobre el que se va a insistir posteriormente con frecuencia hasta llegar a las manifestaciones de omnisa piencia y autosuficiencia de 368b-c.
La discusión se centra en saber a quién ha hecho mejor Homero, a Aquiles o a Odiseo. Pero como no se distingue entre «mejor», en sentido moral, de otras acepciones de la palabra «mejor», la discusión se extrema en una falta de lógica que Hipias no llega a captar. El diálogo termina sin haber encontrado una salida adecuada. Sin embargo, sí que hay una dura crítica al modo de saber del sofista. Es incapaz de encontrar una solución a un problema aparentemente sencillo. Sócrates dice que tampoco él puede admitir la conclusión a la que han abocado los razonamientos, que él unas veces se inclina a una parte y otras, a otra. Pero es natural, dice, que así le suceda a él o a cualquier hombre inexperto. Lo grave es que los sabios vacilen igualmente y no encuentren solución. Todo este tipo de diálogos en que se busca una definición sin alcanzar un fin envuelven, en el fondo, la misma crítica a la incapacidad de la sofistica para desvelar y definir un concepto en un tema dado, aunque en este caso se añade también el problema del intelectua-lismo ético de Sócrates.
Es frecuente, en los diálogos platónicos en que aparecen sofistas destacados, caracterizar a éstos por su actividad más determinante y, en ocasiones y aislada mente, por la imitación de su estilo. En el Hipias Menor esta ambientación es doble, puesto que el diálogo desarrolla, en principio, un tema preferido por Hipias y, además, se produce precisamente a consecuencia de que él acaba de tratar públicamente sobre el carácter de algunos personajes homéricos. La actividad de Hipias en los más diferentes campos del saber, consecuencia de su connatural inclinación a saber de todo antes que a conocer algo bien, no debe oscurecer la realidad de que, con el estudio de los personajes literarios, comenzaba una actividad intelectual nueva cuyo encauzamiento por vías más seguras tardaría poco en llegar. En ellas estaban en germen los comienzos de la historia de la literatura. No es Hipias el único sofista que se ha ocupado de estos temas, pero quizá lo ha hecho con mayor insistencia. Si el diálogo se presenta como un deseo de Sócrates de aclarar algunos puntos que dice no haber comprendido bien durante la exposición de Hipias, lo cierto es que esto sólo es un pretexto para llevar la discusión a un campo muy distinto del de las ingenuas manifestaciones que el sofista hubiera podido expresar. Una afirmación de Hipias admitida por todo el mundo es negada por Sócrates, primero en el mismo campo en el que Hipias trataba estos temas, es decir, aportando un texto del que se pueda inferir lo contrario. Pero a continuación se entra en una discusión que ya nada tiene que ver con textos ni personajes literarios. Tras una serie de razonamientos queda sentado que aquel que técnicamente es capaz de hacer bien una cosa es, sin duda, el más capacitado para hacerla mal, pues sólo él, si quiere hacerla mal, la hará mal sin error, a diferencia del inexperto que por casualidad podría hacerla bien alguna vez. Extrapolando este razonamiento al ámbito moral se llegará a decir, en 376b, que «…es propio del hombre bueno cometer injusticia voluntariamente y del malo, hacerlo invoIuntariamente». Aunque, como ya se ha dicho, tampoco Sócrates admite esta conclusión, no lo admite más que por intuición, ya que los razonamientos, único apoyo de Sócrates en la búsqueda de la verdad, le han llevado a esa conclusión. Ésa es la aporía del diálogo: lo que los razonamientos han demostrado no lo puede admitir una consideración objetiva de puro sentido común. Platón se debate aquí todavía en los problemas del pensamiento socrático. Se mezclan los ámbitos del conocimiento y la moral y prevalece el espíritu dialéctico.
NOTA SOBRE EL TEXTO La traducción se ha llevado a cabo sobre el texto de BURNET, Platonis Opera, vol. III, 1903 (reimpresión, 1974).