HPM 281a-282a: Prólogo

SÓCRATES. -Elegante y sabio Hipias, ¿cuánto tiempo hace que no has venido a Atenas?

HIPIAS. -No tengo tiempo, Sócrates. Cuando Élide tiene que negociar algo con alguna ciudad, siempre se dirige a mí en primer lugar entre los ciudadanos y me elige como embajador, porque considera que soy el más idóneo juez y mensajero de las conversaciones que se llevan a cabo entre las ciudades. En efecto, en muchas ocasiones he ido como embajador a diversas ciudades, pero las más de las veces, por muchos e importantes asuntos, he ido a Lacedemonia; por lo cual, y vuelvo a tu pregunta, no vengo con frecuencia a estos lugares.

Sóc. -Esto es ser de verdad un hombre sabio y perfecto, Hipias. Lo digo, porque tú eres capaz de recibir privadamente mucho dinero de los jóvenes y de hacerles un beneficio mayor del que tú recibes, y también porque eres capaz, públicamente, de prestar servicios a tu ciudad, como debe hacer un hombre que está dispuesto a no ser tenido en menos, sino a alcanzar buena opinión entre la mayoría. Ahora, Hipias, ¿cuál es realmente la causa de que los antiguos, cuyos nombres son famosos por su sabiduría: Pítaco, Bías, Tales de Mileto y los de su escuela, e incluso los más recientes hasta Anaxágoras, todos o casi todos, se hayan mantenido alejados de los asuntos públicos?

Hip. – ¿Qué otra razón crees, Sócrates, sino que eran débiles e incapaces de llegar con su espíritu a ambas cosas, la actividad pública y la privada?

Sóc. -Luego, por Zeus, así como las otras artes han progresado y, en comparación con los artesanos de hoy, son inhábiles los antiguos, ¿así también debe mos decir que vuestro arte de sofistas ha avanzado y que son inferiores a vosotros los antiguos sabios?

Hip. – Hablas muy acertadamente.

Sóc. – Por tanto, Hipias, si ahora resucitara Bías, se expondría a la risa frente a vosotros, del mismo modo que los escultores dicen que Dédalo, si viviera ahora y realizara obras como las que le hicieron famoso, quedaría en ridículo.

Hip. – Así es, Sócrates, como tú dices. Sin embargo, yo acostumbro a alabar antes y más a los antiguos y a los anteriores a nosotros que a los de ahora, para evitar la envidia de los vivos y por temor al enojo de los muertos.