HPM 282b-284e: A indústria dos sofistas

Sóc. – Piensas y reflexionas acertadamente, según creo. Puedo añadir a tu idea mi testimonio de que dices verdad y de que, en realidad, vuestro arte ha progresado en lo que se refiere a ser capaces de realizar la actividad pública junto con la privada. En efecto, Gorgias, el sofista de Leontinos, llegó aquí desde su patria en misión pública, elegido embajador en la idea de que era el más idóneo de los leontinos para negociar los asuntos públicos; ante el pueblo, dio la impresión de que hablaba muy bien, y en privado, en sesiones de exhibición y dando lecciones a los jóvenes, consiguió llevarse mucho dinero de esta ciudad. Y si quieres otro caso, ahí está el amigo Pródico; ha venido muchas veces en otras ocasiones para asuntos públicos, y la última vez, recientemente, llegado desde Ceos en misión pública, habló en el Consejo y mereció gran estimación, y en privado, en sesiones de exhibición y dando lecciones a los jóvenes, recibió cantidades asombrosas de dinero. Ninguno de aquellos antiguos juzgó nunca conveniente cobrar dinero como remuneración ni hacer exhibiciones de su sabiduría ante cualquier clase de hombres. Tan simples eran, y así les pasaba inadvertido cuán digno de estimación es el dinero. Cada uno de éstos de ahora saca más dinero de su saber, que un artesano, sea el que sea, de su arte, y más que todos, Protágoras.

Hip. – No conoces lo bueno, Sócrates, acerca de esto. Si supieras cuánto dinero he ganado yo, te asombrarías. No voy a citar otras ocasiones, pero una vez llegué a Sicilia, cuando Protágoras se encontraba allí rodeado de estimación, y, siendo él un hombre de más edad y yo muy joven, en muy poco tiempo recibí más de ciento cincuenta minas; de un solo lugar muy pequeño, de Inico, más de veinte minas. Llegando a casa con ese dinero se lo entregué a mi padre, y él y los demás de la ciudad quedaron asombrados e impresionados. En resumen, creo que yo he ganado más dinero que otros dos sofistas cualesquiera juntos, sean los que sean.

Sóc. -Muy bien, Hipias; es una gran prueba de tu sabiduría y de la sabiduría de los hombres de ahora en comparación con los antiguos y de cuán diferentes eran éstos. Según tus palabras, era grande la ignorancia de los antiguos. Dicen que a Anaxágoras, por ejemplo, le aconteció lo contrario. Habiéndole dejado en herencia mucho dinero, no lo cuidó y lo perdió todo; tan neciamente ejercía la sofística. Dicen también cosas semejantes de otros antiguos. Me parece que con esto aportas un buen testimonio de la sabiduría de los actuales en comparación con la de los de antes, y es opinión de muchos que el verdadero sabio debe ser sabio para sí mismo y que, por tanto, es sabio el que más dinero gana. Sea ya suficiente lo dicho. Respóndeme a este punto. ¿De cuál, de entre las muchas ciudades a las que vas, has conseguido más dinero? ¿Es quizá evidente que de Lacedemonia, adonde has ido con mayor frecuencia?

Hip. – No, por Zeus, Sócrates.

Sóc. – ¿Qué dices? ¿De dónde menos?

Hip. – Nunca nada, en absoluto.

Sóc. -Dices algo prodigioso y extraño, Hipias. Díme, ¿acaso tu sabiduría no es capaz de hacer mejores para la virtud a los que están en contacto con ella y la aprenden?

Hip. – Sí, mucho, Sócrates.

Sóc. – ¿Es que eres capaz de hacer mejores a los hijos de los habitantes de Inico, y te es imposible hacerlo con los hijos de los espartiatas?

Hip. – Está lejos de ser así, Sócrates.

Sóc. – ¿Es que, realmente, los siciliotas desean hacerse mejores, y los lacedemonios no?

Hip. – En absoluto; también los lacedemonios, Sócrates.

Sóc. – ¿Acaso evitaron tu enseñanza . por falta de dinero?

Hip. -Sin duda no, puesto que lo tienen en abundancia.

Sóc. – ¿Qué razón puede haber, entonces, para que, deseándolo ellos y teniendo dinero, y siendo tú capaz de reportarles la mayor utilidad, no te hayan despedido cargado de dinero? Quizá sea esta otra razón, ¿acaso los lacedemonios no darían educación a sus hijos mejor que tú? ¿Debemos decir esto así y tú estás de acuerdo?

Hip. -De ningún modo.

Sóc. – ¿Acaso no eras capaz de convencer a los jóvenes en Lacedemonia de que progresarían más recibiendo tus lecciones que las de sus conciudadanos, o no te fue posible persuadir a sus padres de que debían confiártelos a ti, en lugar de ocuparse ellos de sus hijos, si es que tienen interés por ellos? Pues no creo que impidieran por envidia que sus hijos se hicieran mejores.

Hip. -Tampoco yo creo que por envidia.

Sóc. -Sin embargo, Lacedemonia tiene buenas leyes.

Hip. – Ciertamente.

Sóc. – Pues en las ciudades con buenas leyes, lo más apreciado es la virtud.

Hip. -Sin duda.

Sóc. – Y tú sabes transmitirla a otros mejor que nadie.

Hip. -Con mucho, Sócrates.

Sóc.-Ciertamente, el que mejor sabe transmitir el arte de la hípica, ¿acaso no sería apreciado en Tesa lia más que en el resto de Grecia y recibiría más dinero, y lo mismo en cualquier parte donde se tomara con interés este arte?

Hip. -Eso parece.

Sóc. -El que es capaz de proporcionar las más valiosas enseñanzas para la virtud, ¿no alcanzará los mayores honores y ganará, si quiere, la mayor cantidad de dinero en Lacedemonia y en cualquier ciudad griega que tenga buenas leyes? ¿O tú crees, amigo, que más bien en Sicilia y en la ciudad de Inico? ¿Debemos creer eso, Hipias? Pues, si tú lo aconsejas, debo hacerte caso.

Hip. – No es tradición de los lacedemonios, Sócrates, cambiar las leyes ni educar a sus hijos contra las costumbres.

Sóc. -¿Qué dices? ¿No es tradición para los lacedemonios obrar rectamente, sino erróneamente?

Hip. – Yo no lo afirmaría, Sócrates.

Sóc. – ¿No es verdad que obrarían rectamente educando a los jóvenes mejor, en vez de hacerlo peor?

Hip. – Sí, rectamente. Pero no es legal para ellos dar una educación que venga del extranjero; puesto que, sábelo bien, si algún otro, alguna vez, recibiera dinero allí por la educación, yo recibiría mucho más. Por lo menos, les gusta oírme y me alaban; pero, como digo, no es esa la ley.

Sóc. -¿Dices tú, Hipias, que la ley es un perjuicio, o un beneficio para la ciudad?

Hip. – Se establece, creo yo, para beneficio, pero alguna vez también perjudica, cuando la ley se hace mal.

Sóc. – ¿Qué podemos decir? ¿Los legisladores no establecen la ley en la idea de que es el mayor bien para la ciudad y de que sin ella es imposible gobernar en buen orden?

Hip. -Dices la verdad.

Sóc. -Luego, cuándo los que intentan establecer las leyes no alcanzan el bien, tampoco alcanzan lo justo ni la ley. ¿Qué dices tú?

Hip. -Con un razonamiento exacto, Sócrates, así es; sin embargo, la gente no suele expresarlo así.