Sóc. – Así pues, amigo, encontramos que los lacedemonios infringen la ley y, aún más, lo hacen en asunto de máxima importancia; ellos, que parecen ser los más respetuosos de la ley. Pero, por los dioses, Hipias, te alaban y les gusta oír lo que tú expones. ¿Qué es ello? ¿Es, sin duda, lo que tan bellamente sabes, lo referente a los astros y los fenómenos celestes?
Hip. – De ningún modo, eso no lo soportan.
Sóc. – ¿Les gusta oírte hablar de geometría?
Hip. – De ningún modo, puesto que, por así decirlo, muchos de ellos ni siquiera conocen los números.
Sóc.-Luego están muy lejos de seguir una disertación tuya sobre cálculo.
Hip. – Muy lejos, sin duda, por Zeus.
Sóc. – ¿Les hablas, por cierto, de lo que tú sabes distinguir con mayor precisión que nadie, del valor de las letras, de las sílabas, de los ritmos y las armonías?
Hip. – ¿De qué armonías y letras, amigo?
Sóc. – ¿Qué es, ciertamente, lo que ellos te escuchan con satisfacción y por lo que te alaban? Dímelo tú mismo, ya que yo no consigo dar con ello.
Hip. – Escuchan con gusto lo referente a los linajes, los de los héroes y los de los hombres, Sócrates, y lo referente a las fundaciones de ciudades, cómo se construyeron antiguamente y, en suma, todos los relatos de cosas antiguas, hasta el punto de que yo mismo he tenido que estudiar y practicar a fondo todos estos temas.
Sóc. -Por Zeus, suerte tienes, Hipias, de que los lacedemonios no sientan gusto en que se les recite la nómina de nuestros arcontes desde Solón; de ser así, tendrías buen trabajo para aprendértela.
Hip. – ¿De qué, Sócrates? Si oigo una sola vez cincuenta nombres, los recuerdo.
Sóc. – Es verdad; no tenía en cuenta que tú dominas la mnemotecnia. Así que supongo que, con razón, los lacedemonios lo pasan bien contigo, que sa bes muchas cosas, y te tienen, como los niños a las viejas, para contarles historias agradables.
Hip. – Sí, por Zeus, Sócrates; al tratar de las bellas actividades que debe un joven ejercitar, hace poco fui muy alabado allí. Acerca de ello tengo un discurso muy bellamente compuesto, bien elaborado sobre todo en la elección de las palabras. Éste es, poco más o menos, el argumento y el comienzo. Después de que fue tomada Troya, dice el discurso que Neoptólemo preguntó a Néstor cuáles eran las actividades buenas que, al ejercitarlas en la juventud, harían que un hombre alcanzara la mayor estimación. A continuación, habla Néstor y le propone numerosas actividades bellas y de acuerdo con las costumbres. He expuesto este discurso en Lacedemonia y tengo la intención de exponerlo aquí, pasado mañana, en la escuela de Fidóstrato, así como otros temas que merecen oírse. Me lo ha pedido Éudico, el hijo de Apemanto. Procura estar allí tú y llevar a otros que sean capaces de escuchar y juzgar lo que yo diga.