Estos reproches y otros por el estilo me hará con justicia, si le contesto como tú dices. En efecto, Hipias, casi siempre dialoga conmigo así poro más o menos; otras veces se compadece de mi inexperiencia e ignorancia y él mismo adelanta algo determinado y me pregunta si me parece que eso es lo bello, y lo mismo acerca de cualquier cosa que eventualmente pregunte y se refiera al objeto de nuestra conversación.
Hip. – ¿En qué sentido dices eso, Sócrates?
Sóc. -Voy a explicártelo. «¡Oh incomprensible Sócrates!, me dice él, deja de darme tales contestaciones; son, en efecto, demasiado simples y refuta bles. En cambio, examina si te parece que es bello lo que ahora objetábamos en la respuesta, cuando decíamos que el oro es bello para las cosas que es adecuado y no lo es para las que no es adecuado, y así todas las otras cosas a las que esto se añade. Examina lo adecuado en sí y la naturaleza de lo adecuado en sí, por si lo bello es precisamente esto». Yo. tengo la costumbre de aceptarle en cada ocasión estas propuestas. No sé qué decirle. Así pues, ¿te parece que lo adecuado es bello?
Hip. -Totalmente, Sócrates.
Sóc. – Examinémoslo, no sea que nos equivoquemos.
Hip. -Debemos examinarlo.
Sóc. -Velo, pues. ¿Decimos que lo adecuado es lo que, al ser añadido, hace que cada una de las cosas en las que está presente parezca bella, o hace que sea bella, o ninguna de estas dos cosas?
Hip. – A mí me parece que lo que hace, que parezcan bellas. Por ejemplo, si un hombre se pone el manto o el calzado que le convienen, aunque él sea ridículo, da mejor apariencia.
Sóc. – Por tanto, si lo adecuado hace que se parezca más bello que lo que se es, sería un engaño en relación con lo bello y no sería esto lo que nosotros buscamos, Hipias. Pues nosotros buscamos aquello con lo que todas las cosas bellas son bellas, de la misma manera que todas las cosas grandes son grandes por el hecho de sobrepasar; pues, todas las cosas son grandes por esto, y aunque no lo parezcan, si exceden de la medida, son necesariamente grandes. Siguiendo este razonamiento, ¿qué sería lo bello, con lo que todas las cosas son bellas, lo parezcan o no? No podría ser lo adecuado, pues las hace parecer más bellas de lo que son, según tus palabras, y no permite que aparezcan según son. Hay que intentar decir qué es lo que hace que sean bellas, como acabo de decir, lo parezcan o no. En efecto, es esto lo que buscamos, si buscamos lo bello.
Hip. -Pero lo adecuado, Sócrates, si está presente, hace que las cosas parezcan y sean bellas.
Sóc. – ¿No es imposible que lo que en realidad es bello parezca no serlo, si está presente lo que le hace parecerlo?
Hip. -Sí, es imposible.
Sóc. – ¿Debemos convenir, Hipias, que a todas las cosas realmente bellas, incluso instituciones y costumbres, todos los hombres las tienen siempre como bellas y les parecen bellas, o bien, todo lo contrario, que no hay conocimiento sobre ello y que, privadamente, entre las personas y, públicamente, entre las ciudades hay más porfía y lucha sobre esto que sobre otra cosa?
Hip. -Más bien así, Sócrates, que no hay conocimiento.
Sóc. – No sería así, si es que de algún modo se les añadiera la apariencia. Se les añadiría, si lo adecuado fuera bello y no sólo hiciera que las cosas sean bellas, sino también que lo parezcan. De manera que si es lo adecuado lo que hace que las cosas sean bellas, eso sería lo bello que nosotros buscamos, no ciertamente lo que las hace parecer bellas. Si, por otra parte, lo adecuado es lo que las hace parecer bellas, no seria eso lo bello que nosotros buscamos. En efecto, lo que buscamos hace que las cosas sean bellas, pero una misma causa no podría hacer que las cosas parezcan y sean bellas o de otra cualidad. Decidamos ya si nos parece que lo adecuado es lo que hace que las cosas parezcan bellas o lo que hace que lo sean.
Hip. – Que lo parezcan, pienso yo, Sócrates.
Sóc. – ¡Ay! Se aleja de nosotros y nos huye, Hi pias, el conocimiento de qué es lo bello, puesto que lo adecuado se ha mostrado como algo diferente de lo bello.
Hip. – Sí, por Zeus, Sócrates, y me causa extrañeza.
Sóc. – Sin embargo, amigo, no abandonemos todavía esto, pues aún tengo cierta esperanza de que se aclare qué es lo bello.
Hip. – Estoy seguro, Sócrates; ni siquiera es difícil conseguirlo. En efecto, estoy convencido de que, si me quedara a solas un poco de tiempo y lo reflexionara, te lo diría con la máxima exactitud.
Sóc. – ¡Ay, no seas presuntoso, Hipias! Ves cuántas dificultades nos ha causado ya esta búsqueda; es de temer que se nos crispe la cuestión y se nos escape aún más. Pero no he dicho nada; pues tú, creo yo, lo conseguirás fácilmente cuando estés solo. Pero, por los dioses, descúbrelo junto a mí y, si quieres, haz la investigación conmigo como ahora. Si lo descubrimos, será excelente; si no, yo me consolaré con mi suerte y tú, en cuanto me hayas dejado, lo hallarás con facilidad. Si lo descubrimos ahora, sin duda que no te voy a ser molesto preguntándote qué era lo que tú hallaste a solas.