HPM 300c-303d: Atribuição coletiva e atribuição parcial

Sóc. -Muy bien, Hipias. Sin embargo, yo tengo la idea de que me parece ver algo así como lo que tú dices que es imposible, pero no llego a verlo.

Hip. -No tienes la idea, Sócrates, sino que ciertamente se te va la vista.

Sóc. -No obstante, se aparecen ante mi mente muchas imágenes de este tipo, pero desconfío de ellas porque no se te muestran a ti, el hombre de nuestro tiempo que más dinero ha ganado por su sabiduría; en cambio, se me muestran, a mí que jamás he ganado nada. Me temo, amigo, que bromeas conmigo y que me engañas intencionadamente; con tanta firmeza y frecuencia se me aparecen esas ideas.

Hip. – Si bromeo o no, nadie lo sabrá mejor que tú, caso de que procures decirme esas ideas que se te aparecen. Resultará evidente que dices algo sin valor. Jamás encontrarás algo que no nos afecte ni a ti ni a mí y que nos afecte a los dos juntos.

Sóc. – ¿Qué dices, Hipias? Quizá tienes razón y yo no comprendo. Escucha muy claramente lo que quiero decir. Me parece que lo que yo no he experimentado que existe en mí y lo que yo no soy, ni tampoco tú, es posible que eso lo experimentemos los dos; por otra parte, otras cosas que experimentamos los dos no las experimentamos cada uno de nosotros.

Hip. -Parece que dices cosas prodigiosas. Sócrates, más aún que las que decías hace un rato. Reflexiona. Si los dos somos justos, ¿no lo seríamos cada uno de nosotros? Si injusto cada uno, ¿no lo seríamos ambos? Si somos de buena salud, ¿no lo sería cada uno? Si cada uno de nosotros estuviera enfermo, herido, golpeado o afectado por cualquier cosa, ¿no experimentaríamos también los dos eso mismo? Aún más, si los dos fuéramos de oro, de plata o de marfil y, si lo prefieres, si fuéramos nobles o sabios o con derecho a honores o viejos o jóvenes o, de otra condición humana cualquiera, ¿acaso no es de una gran necesidad el que seamos eso cada uno de nosotros?

Sóc. –Sin ninguna, duda.

Hip. -En efecto, Sócrates, tú no examinas el conjunto de las cosas, ni tampoco, ésos con los que tú acostumbras a dialogar; aisláis lo bello o cualquier otra cosa y os echáis sobre ello haciendo en las conversaciones una obra despedazadora. Por esto, se os escapan inadvertidamente tan grandes y perennes objetos de la realidad. Ahora se te ha pasado por alto algo tan importante como creer que existe algún accidente o entidad que pertenezca a dos seres, pero no a cada uno de ellos, o, a la inversa, que pertenezca a cada uno, pero no a los dos. Tan irracional, irreflexiva, simple e ininteligible es vuestra situación.

Sóc. – Así estamos nosotros, Hipias; con frecuencia, los hombres dicen el proverbio: «No lo que se quiere sino lo que se puede.» Pero tú nos ayudas amonestándonos constantemente. ¿Puedo todavía mostrarte ahora aún más lo que pensábamos antes de que tú nos recriminaras la situación tan tonta en que nos hallamos, o bien no debo decirlo?

Hip. -Vas a hablar a quien ya sabe lo que vas a decir, Sócrates; pues yo conozco a todos los que practican estas conversaciones y sé cómo son. Sin embargo, si te es más agradable, habla.

Sóc. – Ciertamente, me es más agradable. En efecto, nosotros, amigo, éramos tan necios, antes de haber hablado tú, que teníamos la creencia respecto a ti y a mí de que cada uno de nosotros era uno y que esto que éramos cada uno de nosotros no lo éramos consiguientemente los dos, pues no somos uno, sino dos. Tan neciamente pensábamos. Pero ahora hemos aprendido de ti que, si los dos somos dos, es necesario que cada uno de nosotros sea dos y que, si cada uno es uno, es necesario también que los dos seamos uno. No es posible que acontezca de otro modo a la continua razón de lo real, según Hípias, sino que lo que sean los dos lo es cada uno y lo que sea cada uno lo sean los dos. Convencido ahora por ti, me quedo ya quieto aquí. Sin embargo, Hipias, hazme recordar antes: ¿somos nosotros uno, tú y yo, o tú eres dos y yo, también dos?

Hip. – ¿Qué intentas decir, Sócrates?

Sóc. – Lo que estoy diciendo. Me temo que tú expresas claramente tu irritación contra mí cuando crees que dices algo con razón. Sin embargo, sigue aún: ¿no es uno cada uno de nosotros y está afectado de esta condición, la de ser uno?

Hip. – Sin duda.

Sóc. – Luego si es uno, es también impar cada uno de nosotros. ¿No consideras que el uno es impar?

Hip. – Ciertamente.

Sóc. – ¿Y los dos somos impar, siendo dos?

Hip. – Eso no puede ser, Sócrates.

Sóc. – Luego somos par los dos. ¿Es así? Hip. – Exactamente.

Sóc. -¿Acaso por el hecho de que los dos somos par es también par cada uno de nosotros.

Hip. -No, sin duda.

Sóc. -Luego no es de absoluta necesidad, como antes decías, que lo que sean los dos lo sea cada uno y que lo que sea cada uno lo sean los dos.

Hip. – No en esta clase de cosas, sino en las que, yo decía antes.

Sóc. – Es suficiente, Hipias. Hay que contentarse con eso, puesto que unas cosas parecen así y otras no lo son. Yo decía, si te acuerdas de dónde partió este razonamiento, que el placer por medio de la vista y del oído no era bello por el hecho de que fuera afectado cada uno de ellos, pero no los dos, ni por la cualidad que tuviesen los dos, pero no la que tuviese cada uno, sino por la que afectara a los dos y a cada uno, porque tú estabas de acuerdo en que eran bellos los dos y cada uno de ellos. A causa de esto, yo creía que era necesario que ellos fueran bellos por la esencia que acompaña a los dos, si los dos son bellos, y no por lo que le falta a uno de ellos. También ahora pienso así. Pero dime, como si empezáramos ahora, si los placeres producidos por medio de la vista y del oído son bellos los dos en conjunto y cada uno de ellos, ¿acaso lo que hace que sean bellos no acompaña a los dos conjuntamente y a cada uno de ellos?

Hip. -Sin duda.

Sóc. – ¿Acaso porque cada uno de ellos es placer y los dos también lo son por esta razón son bellos? ¿O bien por esta razón también los otros placeres serían igualmente bellos? Si te acuerdas, resultó evidente que eran placeres en la misma medida.

Hip. – Sí me acuerdo.

Sóc. – Y de que se dijo que eran bellos porque son producidos por la vista y el oído.

Hip.-También se dijo eso.

Sóc. -Examina si digo la verdad. Decíamos, en efecto, según yo recuerdo, que el placer era bello, pero no todo placer, sino el producido por la vista y el oído.

Hip. – Ciertamente.

Sóc. – ¿No es verdad que esta cualidad acompaña a los dos conjuntamente, pero no a cada uno? En efecto, según decíamos antes, cada uno de ellos no está formado por los dos conjuntamente, sino los dos conjuntamente por ambos, pero no por cada uno de ellos. ¿Es así?

Hip.- Así es.

Sóc. -Luego cada uno de ellos no puede ser bello por lo que no acompaña a cada uno. La cualidad de ser dos no acompaña a cada uno. De manera que, de acuerdo con nuestra suposición, es posible decir que los dos son bellos, pero no es posible decirlo de cada uno. ¿Qué otra cosa vamos a decir? ¿No es necesario que sea así?

Hip. -Así resulta.

Sóc. – ¿Debemos decir, pues, que los dos son bellos y que cada uno de ellos no lo es?

Hip. – ¿Qué lo impide?

Sóc. -Me parece a mí, amigo, que el impedimento es que en todas las cosas que tú has citado nos sucedía que las cualidades que se añadían a las cosas, si se añadían a las dos, se añadían también a cada una, y si a cada una también a las dos. ¿Es así?

Hip. – Sí.

Sóc.- En cambio, en las que yo he nombrado no es así. Tenemos, por una parte, lo que es cada uno en sí mismo y, por otra, lo uno y otro conjuntamente. ¿Es así?

Hip. -Así es.

Sóc. – ¿Cuál de estas dos cosas, Hipias, te parece a ti que es lo bello? ¿Aquella de la que tu hablabas: si yo soy fuerte y tú también, lo somos los dos; si yo soy justo y tu también, lo somos los dos, y si lo somos los dos, lo es cada uno; y del mismo modo, si tú y yo somos bellos, lo somos también los dos, y si lo somos los dos, lo es cada uno? ¿O bien, nada impide que sea de este otro modo: siendo los dos conjuntamente par, cada uno de ellos es quizá impar, quizá par; y también siendo cada uno de los dos indeterminado, el conjunto de los dos es quizá determinado, quizá indeterminado; así otros infinitos ejemplos de este tipo que ya dije que se presentan ante mi mente? ¿En cuál de los dos colocas lo bello? ¿O lo- que para mí es evidente acerca de esto lo es también para ti? A mí me parece muy contrario a la razón que nosotros seamos bellos los dos, pero que no lo seamos cada uno, o que lo seamos cada uno, pero no los dos, así como cualquier otra cosa de este tipo. ¿Tomas este punto de vista o el otro?

Hip. -Éste, sin duda, Sócrates.

Sóc. – Haces bien, Hipias, a fin de evitarnos una investigación más larga. En efecto, si lo bello es de esta clase, el placer producido conjuntamente por la vista y el oído ya no sería bello, pues lo hacen bello las dos percepciones, la de la vista y la del oído, pero no cada una de ellas. Esto es imposible, Hipias, según hemos convenido tú y yo.

Hip. -Lo hemos convenido, en efecto.

Sóc. – Luego es imposible que el placer por la vista y por el oído sea bello, puesto que, si se hace bello, implica un imposible.

Hip. – Así es.