1. Lo que llamamos materia es el sujeto y el receptáculo de las formas; ésa es la opinión general de todos los que han tratado la cuestión, y hasta aquí el acuerdo es unánime, pero, en lo que atañe a la naturaleza de tal sujeto; las opiniones ya difieren. ¿Cuál es realmente la naturaleza de este sujeto y cómo es capaz de recibir las formas? ¿Qué es, en verdad, lo que recibe? Sobre todos estos puntos las opiniones son contrapuestas.
Los unos, aceptando que los cuerpos son las únicas realidades y también la única sustancia, afirman que la materia es una, que subyace a los elementos como su sustancia; todas las demás cosas, y aquí cuentan los elementos, son para ellos fenómenos y maneras de ser de la materia. Se atreven incluso a extenderla a los dioses y dicen, en fin, del mismo Dios que es como un modo de la materia. Conceden un cuerpo a la materia y la consideran corno un cuerpo sin cualidades, pero admiten para ella la magnitud.
Los otros dicen que la materia carece de cuerpo, aunque, de entre éstos, unos afirman que existen dos clases de materia: una, como subyacente a los cuerpos y de la cual ya hablaban los primeros; otra, anterior a ésta y que, en lo inteligible, es el substrato de las formas y de las esencias incorpóreas.
2. Hemos de precisar ante todo si esta especie de materia existe, y, en este caso, qué es y como es. Si la realidad material es algo indefinido e informe, puesto que en los seres superiores de allí no se da lo indefinido y lo informe es claro que allí no hay materia. Digamos, además, que cada ser (inteligible) es simple y que, por tanto, no tiene necesidad de materia; pues el ser que consta de materia y de otra cosa es un (ser) compuesto. E, igualmente, las cosas que han sido engendradas y que pasan de un estado a otro, tienen necesidad de la materia, por lo cual se ha pensado en una materia de las cosas sensibles; en cambio, las cosas que no han sido engendradas no tienen necesidad de la materia. Porque, ¿de dónde provendría y qué fundamento podríamos encontrarle, si hubiese sido engendrada? , ¿a quien la atribuiríamos? Y si es eterna, contaríamos entonces con varios principios que se encuentran de manera fortuita. Por otra parte, si la forma se añade a la materia, nos da un compuesto que es un cuerpo; de modo que, en realidad, habría allí un cuerpo.
3. Tendremos que contestar primero que no debe despreciarse en todas partes lo que se considera indefinido; esto es, no debe ser despreciada esa realidad que, en su propia idea, aparece como amorfa y que, en cambio, ha de ser tenida como sujeto de las realidades superiores. Porque ése es el caso del alma en su relación con la inteligencia y la razón: engendrada e informada por ellas se encamina hacia un ser mejor. En los seres inteligibles se dan los seres compuestos, sin que esto quiera decir que posean un cuerpo; así ocurre con las razones seminales, que son compuestas e introducen la composición en acto en la naturaleza cuando ésta actúa como forma. La naturaleza es todavía más compuesta si admitimos que actúa sobre otra cosa y que procede también de otra cosa. Por otra parte, la materia de los seres engendrados recibe constantemente unas y otras formas, en tanto la materia de los seres eternos es siempre la misma. En cuanto a la materia de aquí es tal vez lo contrario: aquí, en efecto, todas las formas han de ser consideradas como partes, aunque en cada momento sólo exista una, que apenas subsiste algún tiempo porque es rechazada por la otra. Por ello, aquí nada permanece idéntico, en tanto en el mundo de lo alto todas las cosas forman un conjunto; allí, la materia no necesita transformarse porque posee ya todas las formas, y nunca, diremos, se ve privada de ella. Posee también la forma la materia sensible, pero en un sentido diferente. En cuanto a si la materia inteligible es eterna o engendrada, estará claro para nosotros cuando lleguemos a saber lo que es.
4. Damos por supuesta ahora la existencia de las ideas, cosa que ya se ha demostrado en otro lugar. Si realmente hay varias ideas, habrá también necesariamente en cada una de ellas algo común y algo propio, por lo que cada una se diferencie de la otra. Ese carácter propio y esa diferencia que separan a una idea de otra constituyen su forma particular. Pero si existe esta forma, es claro que existe algo informado en lo cual se da la diferencia. Hay, por tanto, una materia que recibe la forma, que será siempre u» sujeto. Pero hay, además, un mundo inteligible, del cual este mundo es una imitación; y como este mundo que habitamos es un compuesto de materia y de forma, habrá en él, naturalmente, materia. ¿Cómo, por otra parte, íbamos a llamarle mundo, si no pensamos en su forma? ¿Y cómo considerar la forma si no pensamos en aquello de lo que es forma? Este mundo lo estimamos indivisible en un sentido absoluto, pero divisible, en cambio, en algún otro sentido; si sus partes pueden ser separadas unas de otras (la materia existe), porque el corte y la separación son fenómenos que afectan a la materia y es ella la que los experimenta. Si el mundo, aun siendo múltiple, es indivisible, su multiplicidad existente en la unidad, y en una materia, no es otra cosa que la multiplicidad de las formas; porque esta unidad sólo puede ser pensada en variedad cómo multiplicidad de formas, sin ella, su unidad carecería de forma. Pues privadle mentalmente de la variedad, de las formas, de las razones y de los pensamientos; todo lo que queda es ya informe e indefinido, sin que haya en él nada de lo que había en la unidad y con ella.
5. Si se arguyen que la unidad posee siempre y a la vez estas formas, y que ambas son una misma cosa, con lo cual podría prescindirse de la materia, es claro que los cuerno tendrían necesidad de ella; porque el cuerpo nunca de forma y es siempre un todo, compuesto de forma y de materia. La inteligencia descubre su carácter dual, y procede a su división hasta llegar a un término simple que ya no puede ser analizado; divide, desde luego, en tanto le es posible hacerlo, y camina así hacia la profundidad del ser. Pero he aquí que la profundidad se confunde, con la materia, y la materia toda se vuelve sombría; la le trae la luz, y esa forma es lo que ve la inteligencia. Viendo en forma, la inteligencia considera que la oscuridad queda situada bajo la luz, de la misma manera que el ojo, también semejante a la luz, lanza su mirada hacia esta y hacia los colores luminosos, distinguiendo así la oscuridad propia de la materia, oculta bajo los colores.
Esta oscuridad de las cosas sensibles es muy diferente de la oscuridad de las cosas inteligibles. Y son realmente diferentes tanto la materia como la forma que se añade a ellas, porque la materia divina tiene un límite preciso y una vida también inteligible, en tanto que la materia del cuerpo resulta ser igualmente limitada, pero no posee vida ni inteligencia, sino que es una cosa muerta aunque ordenada.
En los cuerpos la forma viene a ser una imagen; de tal modo que su sujeto tendrá que ser también una imagen. En el mundo de lo alto la forma es algo real; de modo que su sujeto también lo será. En cuanto a los que llaman sustancia a la materia, hablarían con rectitud si se refiriesen a la materia inteligible: allí, el sujeto de las formas es sin duda una sustancia, o mejor aún, es la sustancia pensada con su misma forma, sustancia completa y toda ella plena de luz.
Trataríamos de indagar ahora si la materia inteligible es eterna, lo que plantea la misma cuestión para las ideas. Es claro que las ideas son engendradas porque tienen un principio, pero podríamos considerarlas como no engendradas puesto que no tienen comienzo en el tiempo; producidas de siempre por un principio, las ideas no se hacen, sin embargo, continuamente, cual ocurre con las cosas del mundo sensible, sino que existen desde toda la eternidad, como acontece con el mundo inteligible. La alteridad inteligible está produciendo siempre la materia, y es como su principio y su movimiento primero; este movimiento también es llamado alteridad porque movimiento y alteración se han originado a la vez. No obstante, movimiento y alteridad son algo indefinido, algo que viene de lo que es primero; de él necesitarán para su definición. Y se definen, ambos, por esa su conversión hacia él. Antes de que la conversión se verifique, la materia y la alteridad son indefinidas; la materia no es buena entonces, porque no posee la claridad de aquél. Si la luz le viene de aquél (esto es, del Bien), la materia misma, que recibe la luz, no podrá poseerla antes de haberla recibido; pues ella no es la luz, sino que llega a poseerla y a recibirla de otra cosa. Vaya por delante, sin embargo, que hemos revelado más de lo que convenía sobre materia inteligible.