Tratado 14 (II, 2) — SOBRE EL MOVIMIENTO CIRCULAR (Igal)

1. ¿Por qué se mueve (el cielo) con un movimiento circular? Porque imita a la inteligencia. ¿Y a quién corresponde este movimiento, al alma o al cuerpo? ¿Por qué? ¿Acaso porque el alma está en sí misma y porque procura con todo celo el acercarse a sí misma? ¿O porque está en si misma, pero no continuamente? ¿Consideramos que al moverse mueve consigo al cuerpo? Pero entonces convendría que alguna vez dejase de transportarlo, cesando en ese movimiento; y así, debiera hacer que las esferas permaneciesen inmóviles y no que girasen siempre en círculo. El alma misma se mantiene inmóvil o, si se mueve, no lo hace con un movimiento local. ¿Cómo, pues, llega, a producir el movimiento local si ella se mueve con otra clase de movimiento? Tal vez porque el movimiento circular no es un movimiento local. Pero si sólo es un movimiento local por accidente, entonces, ¿de qué clase de movimiento se trata? Tratase sin duda, de un movimiento que vuelve sobre sí mismo, de un movimiento de conciencia, reflexivo y vital, que no sale de si ni busca asiento en otro lugar por la sencilla razón de que debe abarcarlo todo. Porque la parte principal del ser animado universal abarca todas las cosas y les da un sello unidad; si realmente permaneciese inmóvil, no abarcaría todas las cosas como lo hace un ser vivo; y de tener un cuerpo, no podría mantener todo cuanto hay en este cuerpo, porque es claro que la vida de un cuerpo radica en el movimiento. Así, pues, si el movimiento que le atribuimos es un movimiento local, el cielo se moverá con el movimiento que le corresponda y no ya sólo como se mueve un alma; lo hará, mejor, a la manera como se mueven un cuerpo animado y un ser dotado de vida. De modo que el movimiento circular viene a ser una composición del movimiento del cuerpo y del movimiento del alma; el primero se realiza por naturaleza en línea recta, aunque con la resistencia que le opone el alma. De estos dos movimientos, esto es, del cuerpo que se mueve y del alma que tiende a permanecer inmóvil, toma su origen el movimiento circular. Si se adujese que el movimiento circular es propio del cuerpo, cabría preguntarse: ¿y cómo entonces todos los cuerpos, e incluso el luego, se mueven en línea recta? Diremos que se mueve en línea recta hasta donde está dispuesto que deba moverse, porque, una vez llegado a su lugar, parece natural que se detenga y que ese movimiento concluya ahí donde debe concluir. Pero, ¿y por qué una vez llegado a ese lugar no se detiene (el fuego) en él? ¿Tal vez porque corresponda a la naturaleza del fuego el mantenerse siempre en movimiento? Pues, indudablemente, si no cumpliese un movimiento circular, se disiparía en un movimiento en línea recta; por lo cual, parece convenirle mejor el movimiento circular. Pero este movimiento habrá que atribuirlo a la providencia y se dará en el fuego como procedente de la providencia; y así, una vez llegado al cielo, el Fuego debe moverse por sí mismo con un movimiento circular, o, en otro caso, tendremos que afirmar que se mueve en línea recta, pero que al no encontrar lugar a dónde dirigirse, se ve precisado a curvarse y a deslizarse sobre la esfera hasta el lugar que realmente pueda. Porque nada encontraremos después del cielo, ya que él constituye la región última. El fuego, pues, se mueve en la región que le es propia y tiene en sí mismo el lugar adecuado, pero no desde luego para permanecer (ahí) inmóvil, una vez llegado a ese lugar, sino para continuar moviéndose.

Añadamos que el centro de un círculo es inmóvil por naturaleza y que si la circunferencia lo fuese también constituiría un inmenso círculo. Será mejor que gire alrededor de su centro, si consideramos el cuerpo como un ser vivo y dominado por la naturaleza. Así (la circunferencia), convergerá a su centro, pero no encaminándose hacia él — esto, naturalmente, destruiría el círculo —, sino, puesto que tal cosa no es posible, realizando un giro alrededor de él. Sólo de esta manera podrá la circunferencia satisfacer su deseo; y el alma que la rodea no conocerá la fatiga, porque ni la arrastra ni se produce contra la naturaleza, al ser la misma naturaleza la ordenadora del alma universal. Y aún hay más: el alma toda entera está en todas partes y no es divisible; e igualmente, el alma del universo concede al cielo el encontrarse en todas partes, de manera parcial y según le es posible; cosa que puede hacer recorriendo sin interrupción alguna todas esas partes.

Si el alma permaneciese inmóvil en un lugar, el fuego haría lo mismo una vez llegado a él. Ahora bien, como la totalidad del alma está en todas partes (el fuego), quiere moverse a todas partes. Pero, ¿qué ocurrirá? ¿Nunca alcanzará ese fin? Digamos que lo alcanza siempre, y aun mejor que el alma lo conduce de continuo hacia ella, con lo cual también lo mueve eternamente. Pero al no moverlo hacia otro lugar sino hacia sí misma, lo mantiene en el mismo sitio, llevándole de este modo no en círculo sino en línea recta y dándole ocasión de que la posea allí por donde pase. Si el alma permaneciese inmóvil y asentase únicamente en la región dé los inteligibles, donde todo también está inmóvil, el cielo no se movería. Pero si el alma no se encuentra solamente allí ni en cualquier otro lugar, el cielo habrá de moverse hacia todas partes, aunque no fuera de sí; por tanto, se moverá en círculo.

2. Y en cuanto a las demás cosas, ¿cómo sé mueven? Cada una de ellas no es un todo, sino una parte y está contenida en una parte del lugar. Pero el cielo, en cambio, es un todo y algo así como su lugar, al que nada obstaculiza porque es precisamente el todo.

¿Y cómo se mueven los hombres? Digamos que, en razón a que proviene del todo, el hombre es una parte, y en cuanto que es él mismo, compone un todo particular.

Más, si el cielo cuenta con alma, ¿por qué ha de volver sobre sí? Porque el alma no se halla sólo en el mundo inteligible, y si dispone del poder de girar alrededor de un centro, es razonable que ocurra lo mismo con el cielo. Aunque no ha de entenderse el término centro de la misma manera para el cuerpo que para el alma; porque, con relación al alma, es como el lugar del que ella proviene, y, con respecto al cuerpo, tiene un sentido local. El término centro lo empleamos, pues, en sentido análogo, ya que tanto el alma como el cuerpo del mundo deben contar con un centro; este centro es, en el cuerpo, únicamente el centro de la esfera, y como el alma gira sobre sí misma; la esfera también habrá de hacerlo. Si el alma del universo da vueltas alrededor de Dios, es claro que lo llena de su afecto y se sitúa en torno de él, en la medida que le es posible; porque todo depende de él. Da vueltas en torno de él, precisamente porque no puede dirigirse a él. Pero, ¿cómo hacen lo mismo todas las demás almas? Cada una hace otro tanto atendiendo al lugar que ocupa. ¿Y cómo, a su vez, no mueven nuestros cuerpos lo mismo que el cielo? Sin duda, porque están dominados por lo rectilíneo y porque también nuestras propias inclinaciones nos llevan sin cesar hacia otras cosas; por añadidura, lo esférico que se encuentra en nosotros no posee suficiente ligereza, y es terrestre y carece de las sutilezas y movilidad que poseen las cosas del cielo. De modo, ¿cómo podría detenerse cuando el alma se ve afectada por un movimiento cualquiera? Con todo, tal vez se dé en nosotros un soplo que gire alrededor del alma. Y si es verdad que Dios se encuentra en todas las cosas; convendrá que el alma que ansía unirse a él gire igualmente a su alrededor; porque Dios no se halla en un lugar determinado. Platón no concede a los astros él movimiento de rotación característico del cielo, sino que otorga a cada uno de ellos el movimiento alrededor de su centro. Y así también cada ser, donde quiera que se encuentre, abraza a Dios con una alegría que a reflexiva, sino que constituye una necesidad natural.

3. Veamos cómo se produce esto. Hay una potencia última del alma universal que, salida de la tierra, se extiende por todo el universo; y otra, situada más arriba, en el lugar de las esferas, que posee por naturaleza la sensación y es capaz de opinar. La segunda cabalga sobre la primera y le presta su poder para vivificarla. He aquí pues, que la potencia inferior es movida por la potencia superior, que la rodea a la manera de un círculo; e, igualmente, esta última asienta sobre el todo en la medida en que la potencia inferior ha ascendido hasta las esferas. Por consiguiente, diremos de aquélla que rodea a esta en círculo, en tanto la potencia inferior se dirige a la potencia superior y produce con esta conversión una especie de movimiento rotativo en el cuerpo en que se halla implicada. Porque, supuesto que se mueva una parte cualquiera de una esfera, y que se mueva además permaneciendo en el mismo sitio, no cabe duda de que sacudirá la esfera y hará que se produzca en ella ese mismo movimiento. Con respecto a nuestros cuerpos ocurre que el alma se mueve con otro movimiento distinto, cual es el originado en las situaciones alegres o en la visión del bien; el movimiento producido en el cuerpo es entonces un movimiento local. Asimismo, el alma del universo que se ha acercado hasta el bien tiene de él una percepción mucho mejor y produce en el cuerpo aquel movimiento local que, por naturaleza, conviene al cielo. Por su parte, la potencia sensitiva que toma su bien de lo alto y que tiene sus propios goces, persigue este bien que se encuentra en todas partes y se entrega a él dondequiera que lo halle. No de otro modo acontece con el movimiento de la inteligencia, pues ésta se mueve y a la vez permanece inmóvil por el hecho de girar sobre si misma. Y así también, el todo universal que se mueve en círculo permanece a la vez en el mismo lugar.