Igal: Tratado 15 (III,4) — SOBRE EL DEMONIO QUE NOS HA TOCADO EN SUERTE

1. Las hipóstasis son engendradas por los principios más elevados, que permanecen inmóviles; pero el alma, como ya se ha dicho, se mueve para engendrar la sensación, considerada como hipóstasis, y la potencia vegetativa. El alma que se da en nosotros posee también esta potencia, la cual, sin embargo, no ejerce dominio alguno por ser una parte del alma; no obstante, cuando desciende a las plantas manifiesta en ellas su poder por el hecho de estar sola.

¿Diremos que la potencia vegetativa no engendra nada? No, sino que engendra algo diferente a ella; porque es claro que después de ella no se da la vida y lo engendrado en este caso carece ya de vida. ¿Cómo explicarlo? Veamos: todo lo engendrado antes de esto era engendrado sin forma; ésta le venía, como si se tratase de un alimento, al volverse hacia su generador. Aquí, en cambio, lo engendrado no es una especie de alma, puesto que no tiene vida y permanece enteramente indeterminado. Y si realmente la indeterminación se encuentra en los seres anteriores, digamos que esto acontece cuando en ellos se da la forma; porque la indeterminación no es total, sino con relación a la forma. Ahora se trata, en efecto, de una indeterminación total.

Este término de que hablamos también se perfecciona, e incluso se hace un cuerpo al recibir la forma correspondiente a su potencia; es como el receptáculo del principio que lo engendra y lo alimenta, la Única y última señal de las cosas de lo alto en la última de las cosas de aquí abajo.

2. El dicho de que “toda alma está al cuidado de lo inanimado” se aplica especialmente al alma universal. Pero cualquier otra alma también lo hace de otro modo. Y así, “recorre todo el cielo, revistiendo unas veces una forma y otras otra”, esto es, en forma de alma sensitiva, de alma razonable o de alma vegetativa. La parte que en ella domina cumple su función propia, en tanto las otras permanecen inactivas, por ser exteriores a ella. En el hombre, en cambio, las funciones inferiores no dominan, sino que se dan en él; tampoco domina siempre la llamada función superior, ocupando las demás un cierto lugar a su lado. Porque, realmente, el hombre es como un ser sensitivo, que cuenta con órganos de la sensación; de este modo, muchas veces se comporta cual una planta, ya que tiene un cuerpo que crece y engendra. Todas las funciones del hombre colaboran entre sí; no obstante, sólo es hombre y posee su forma plena en razón de su función superior.

Al salir del cuerpo el alma se convierte en lo que había en ella de sobreabundante. Esto nos prueba claramente que conviene elevarse de este mundo hacia lo alto, para no transformamos en una potencia puramente sensitiva, dejándonos llevar a tal efecto de las imágenes sensitivas, ni asimismo en una potencia vegetativa, cediendo en este caso al deseo sexual y al ansia de la comida, sino en un ser verdaderamente inteligente, en una inteligencia y en un dios. “Cuantos han conservado su condición de hombres, de nuevo se volverán hombres; pero los que vivieron sólo por los sentidos, ésos se convertirán en bestias; serán bestias salvajes si esa vida de los sentidos va unida en ellos a la pasión: la diferencia de estas facultades produce precisamente la diferencia de estos seres. Cuantos acompañen la vida de los sentidos de deseos y placeres, se verán reducidos a meros animales desenfrenados y glotones. Si, con tales inclinaciones, obedeciesen a una lenta sensibilidad, se convertirán en plantas, porque cuando aquéllas aparecen aisladas, lo que priva sobre todo es la potencia vegetativa, disponiéndose entonces el hombre a convertirse en un árbol. Los amigos de la música, que conservaron sus almas puras, se transformarán en pájaros cantores; los reyes que no han contado con la razón serán en lo sucesivo águilas, siempre que no hayan contraído otros vicios; los astrónomos que hubiesen desdeñado la inteligencia, con su vista fija en el cielo, se verán convertidos en pájaros que vuelan por las regiones de lo alto. Y, en fin, el que ha cuidado de las virtudes cívicas, ése permanecerá como hombre; pero caso de que las haya observado en menor escala, pasará a ser un animal sociable, tal como ocurre con la abeja”.

3. ¿Cuál es, por tanto, el demonio que nos guía? Sin duda, un demonio de este mundo. ¿Y qué dios? ¿También un dios de este mundo? Porque es claro que se trata de una facultad activa que conduce a cada uno y le dirige aquí abajo. ¿Pero es ella realmente el demonio que nos ha tocado en suerte? En modo alguno, dado que el demonio es algo anterior a ella; algo que, sin actuar, se halla al frente de nuestra vida, pues sólo actúa verdaderamente la facultad que viene después. Supongamos que priva en nosotros la sensibilidad: nuestro demonio es, en tal caso, un principio razonable. Si, en cambio, vivimos de acuerdo con la razón, nuestro demonio se sitúa por encima de ella y, sin necesidad de actuar, condesciende con la actividad de la razón. De ahí que diga (Platón) que somos nosotros los que elegimos porque al escoger un género de vida escogemos también un demonio superior a ella. Pero, ¿por qué nos conduce? No es lógico que conduzca al que ya ha concluido su vida, mas sí que lo haga con anterioridad, en tanto nosotros vivimos; terminada nuestra vida obedecemos a otro demonio, pues hemos muerto ya a la vida en acto.

Por tanto, mientras vivimos, nuestro demonio quiere conducirnos y, en efecto, nos domina; pero, a la vez, él mismo tiene otro demonio. Si nos vemos agobiados por el peso de nuestras malas costumbres, encuentra el castigo para nuestra falta. De tal modo es castigado el malo que se ve reducido a una vida inferior, semejante por su misma actividad a la vida de las bestias. Si, por el contrario, podemos seguir al demonio que está por encima de nosotros, tendemos hacia arriba en convivencia con él y, entonces, este demonio se convierte en nuestra parte mejor, a la que concedemos el gobierno; pero otro vendrá todavía después de él hasta llegar al demonio más alto. Porque el alma es una multiplicidad y es también todas las cosas, tanto las de arriba como las de abajo, en toda la extensión de la vida. Cada uno de nosotros constituimos un mundo inteligible, enlazados por el cuerpo con las cosas inferiores, y con las cosas superiores por la parte inteligible. Permanecemos en lo alto por nuestra parte totalmente inteligible, pero, en cambio, por la parte que ocupa el último lugar nos encadenamos a las cosas de este mundo, como si infundiésemos a éstas una emanación, y aún mejor, una actividad de la parte inteligible, que, sin embargo, no queda por ello disminuida.

4. Más, ¿permanece siempre en el cuerpo esta emanación? No; porque si nos volvemos hacia lo alto, también ella se vuelve con nosotros. ¿Y qué ocurre con el alma del universo? Esa parte separada de ella, ¿retornará luego con el alma? Digamos que no se había inclinado por su parte última, que no vino ni descendió, sino que permanece tal cual era; y el cuerpo del mundo, a su vez, se ve unido como iluminado por ella, sin que esto le turbe o le cause preocupación, porque el mundo continúa en seguridad. ¿Pues qué? ¿No tiene sensación alguna? “No tiene vista”, dice (Platón), porque no tiene ojos; pero es claro que tampoco cuenta con orejas, nariz y lengua. Entonces, ¿carece el universo de la conciencia de lo que hay en sí, como la que tenemos nosotros de lo que hay en nuestro interior? Ocurre lo mismo con nuestro estado natural: en él se da la calma y ni siquiera se manifiesta el placer; se encuentra y no se encuentra presente aquí la potencia vegetativa, y lo mismo acontece con la potencia sensitiva. Pero en otras partes se hablará del mundo; hablamos ahora de él en cuanto le toca nuestra cuestión.

5. Si el alma escoge allí su demonio y su vida, ¿de qué podremos ser todavía señores?. La llamada elección de ese otro mundo no es otra cosa que la voluntad y la disposición del alma en su conjunto y en su totalidad. Pero si la voluntad del alma es rectora y si la domina el hábito de la vida anterior, entonces no es el cuerpo causa de ningún mal. Porque si el carácter del alma precede al cuerpo y si el alma, a la vez, tiene el carácter que ella ha escogido y, como dice (Platón), “no cambio de demonio”, no es en este mundo donde nos volvemos buenos o malos. ¿O tal vez somos allí una y otra cosa en potencia, en tanto aquí pasamos a serlo en acto? ¿Qué es lo que ocurre cuando un carácter bueno viene a caer en un cuerpo malo, o viceversa? Digamos que cada una de las almas, la buena y mala, pueden en mayor o menor grado procurarse el cuerpo que les corresponde, ya que los acontecimientos externos no fuerzan del todo la voluntad. Cuando (Platón) habla en primer lugar de “las suertes”, luego de los “modelos de vidas” y a continuación de los azares que influyen en la elección, y cuando añade además que de los modelos presentes el alma escoge según su carácter, da realmente la preferencia a las almas que, a tenor de sus caracteres, disponen de lo que a ellas ha sido dado. Porque este demonio no es, en efecto, algo totalmente exterior, sino que aparece de tal modo que no se enlaza a nosotros en su acción; pero es nuestro, o por decirlo así, es nuestra alma; no es nuestro, en cambio, si queremos referirnos al hombre y a su vida, subordinada a él. Eso atestiguan las palabras del Timeo: si se las toma en este sentido no manifiestan contradicción alguna, lo que realmente ocurre si se toma el demonio de otra manera. Está de acuerdo con ello ese dicho de que el demonio “es garante de la elección”. Porque el demonio que asienta por encima de un ser no permite que éste descienda demasiado y que vaya a peor, ni tampoco que se eleve sobre él o siquiera le iguale; ya que no se puede ser otro ser sino en la medida en que ya se es.

6. ¿Quién es entonces el sabio? El que actúa por su mejor parte. No sería verdaderamente un sabio si el demonio trabajase en colaboración con él. Es, pues, su inteligencia la que actúa. De ahí que el sabio sea ya un demonio, o bien actúe según un demonio que, para él, constituye un dios. Porque, ¿podría haber un demonio por encima de la inteligencia? Sin duda, ya que la realidad que está por encima de la inteligencia es para él un demonio. ¿Por qué, sin embargo, no dispone desde un principio de la sabiduría? Atribuyámoslo a la confusión propia de la generación. No obstante, aun antes de ejercitar su razón, desarrolla un movimiento interno que tiende a lo que le es propio. Así pues, ¿le dirige su demonio completamente? No le dirige completamente si el alma tiene una constitución tal que, en esas circunstancias y con su manera de ser, disponga también de tal vida y de tal voluntad.

Dice (Platón) que este demonio de que hablamos no permanece el mismo, luego de haber conducido el alma al Hades, si el alma no escoge de nuevo las mismas cosas. Pero, ¿y cómo es antes de la nueva elección? Conducir las almas a juicio es, para el demonio, recobrar después de la vida la misma forma que tenía antes del nacimiento; y así, como si se tratase de un nuevo período, permanece con las almas que son castigadas hasta tanto se produzca su segundo nacimiento. Pero no es una vida lo que cuenta para ellas sino el castigo que han merecido.

¿Qué diremos de las almas que penetran en los cuerpos de las bestias? ¿Tienen un demonio o algo menos que un demonio? Sin duda, tienen también un demonio, pero un demonio malo y simple. ¿Y en cuanto a las almas de lo alto? Unas caen en el mundo sensible, otras fuera de él. Las almas que se encuentran en el mundo sensible están en el sol, en alguno de los planetas o en el cielo de las estrellas fijas, cada una de ellas a tenor del ejercicio de su razón en este mundo. Porque conviene saber que no sólo hay en nuestra alma un mundo inteligible, sino también una disposición semejante a la del alma del mundo; y ésta se distribuye por el cielo de las estrellas fijas y de los planetas de acuerdo con la diversidad de sus potencias, pues las potencias que se dan en nosotros son de la misma especie que las del alma universal. De cada una de ellas se origina una actividad diferente y así, al separarse del Cuerpo, cada alma ha de dirigirse hacia el astro que concuerda con su acción y con su vida. Entonces esa alma hace uso como dios o demonio, bien de este mismo astro, bien de otro astro que tiene una potencia más elevada. De todo lo cual haremos un examen más detenido.

En cuanto a las almas del mundo sensible se hallan por encima de la naturaleza demoníaca y han remontado ya, en tanto se encuentran en este mundo, todo el destino de la generación y el orden total de lo que vemos. Llevan con ellas, por decirlo así, la esencia que desea la generación a la cual se califica rectamente de “esencia divisible en los cuerpos”, tanto por multiplicarse como por dividirse con ellos. Pero no se divide en masas de gran volumen, sino que es la misma en todas las partes de los cuerpos, en los que está toda entera y una. Cuando un animal origina otros muchos, se divide como decimos, igual que ocurre con las plantas, porque es claro que esta esencia se divide en los cuerpos. Unas veces el alma una origina esas vidas sin dejar para nada el cuerpo: tal es el caso de las plantas. Otras veces las produce luego de haber dejado a aquél, aunque en este caso mejor será decir antes de partir: tal acontece con los esquejes de las plantas o con los animales ya muertos que, de resultas de la putrefacción, dan origen a múltiples vidas. En ello colabora una potencia análoga a la del universo, que es la misma aquí y en todas partes.

Si el alma vuelve de nuevo a este mundo, toma el demonio que ya tenía u otro adecuado a la vida que escogió. Embarca primero en este demonio como en un esquife que la trae a este mundo; luego la toma consigo “el huso de la necesidad” y la ordena como en un navío, en el cual asienta su suerte. Y, al igual que el viento arrastra al pasaje del navío, por más que éste se sienta o se mueva, así también arrastra al alma el movimiento de las esferas. Muchas cosas y muy variadas pasan entonces ante su vista, y le suceden cambios y accidentes lo mismo que al pasajero que, en el navío, sufre el vaivén de éste o cambia de lugar por su propio movimiento, con el que responde por sí mismo a la acción de aquél. Porque en circunstancias análogas no todos se mueven, o quieren, o actúan de la misma manera. De hombres diferentes se originan cosas también diferentes, ya sean análogas o no las circunstancias en que se produzcan; de otros, en cambio, surgen las mismas cosas, aunque las circunstancias sean diferentes. Este es, realmente, su destino.