Igal: Tratado 2,12 (IV, 7, 12) — A alma é imortal, indestrutível, indivisível e imutável

12. Si dicen, pues, que toda alma es corruptible, sería también previsible que todas las cosas pereciesen. Y si lo afirman de un alma y no de otra, esto es, si aseguran que el alma del mundo es inmortal y que la nuestra no lo es, deberán dar la razón de ello. Porque tanto una como otra alma son principios de movimiento, viven por si mismas y están en contacto con los mismos objetos cuando piensan en los seres que se encuentran en el cielo y más allá del cielo, buscando su propia esencia y tratando de remontar hasta el primer principio. El concepto que obtiene cada alma de los seres que ella contempla en sí misma se lo debe a la reminiscencia. Ese concepto, que le da su ser, ya con anterioridad al cuerpo, le permite gozar de una ciencia eterna y hacerse por sí misma eterna.

Todo lo que para existir ha de resolverse por una composición podrá descomponerse naturalmente en los elementos de que está compuesto. Pero el alma es una naturaleza una, simple y que existe en acto por su misma vida; lo cual quiere decir que no perecerá. ¿Podría acaso perecer por una división o fragmentación? Mas, como ya se ha mostrado, ni contiene una masa ni es una cantidad. ¿Podría, entonces, llegar a destruirse por una alteración? Diríamos a esto que la alteración, cuando produce la destrucción, lo que hace es privar de la forma, pero no de la materia. Y ello acontece tan sólo al ser compuesto. Si, pues, el alma no puede ser destruida de ningún modo, tendrá que ser necesariamente indestructible.