3. Si no se admite esto y se afirma en cambio que la reunión de átomos o indivisibles es la que crea al alma, habrá que invocar como contrapartida la unión y la simpatía de las partes del alma, ya que no se produce ninguna intromisión y simpatía entre cuerpos que son impasibles e incapaces de reunirse en uno solo. Pero el alma posee simpatía consigo misma, y en cuanto al cuerpo y a la magnitud no podrían provenir de seres indivisibles.
Ciertamente, si el cuerpo es simple y de él se dice que su materia no posee la vida por sí misma — porque la materia es algo sin cualidad — , sino que ésta ha de atribuirse a la forma, entonces deberá afirmarse también que la forma es una sustancia, con lo cual el alma no será ya un compuesto de materia y de forma, sino más bien uno solo de estos términos, pero que, en definitiva, no constituye un cuerpo, porque si en él entrase la materia, tendríamos que analizarlo de nuevo del mismo modo. Cabría afirmar que la forma es un estado de la materia y no una sustancia, pero en este caso debería decirse igualmente de dónde han venido este estado y esta vida a la materia. Porque la materia es incapaz de darse una forma y de introducir un alma en sí misma. Conviene que haya alguien que produzca la vida, y si esta función no puede atribuirse a la materia ni a un cuerpo cualquiera, el ser al que corresponda se encontrará fuera y aun más allá de toda naturaleza corpórea. Porque no podría existir el cuerpo, de no existir también la potencia del alma. La naturaleza del cuerpo es fluyente y se encuentra siempre en movimiento; de tal modo que el cuerpo mismo perecería al instante si todas las cosas fuesen cuerpos, y aun en el caso de que a alguno de éstos se le diese el nombre de alma. Porque es claro que este cuerpo sufriría la misma suerte que los demás, al tener como ellos una sola y única materia. O mejor aún, ya ni siquiera nacería sino que se vería detenido en el estado de la materia, por no contar con nada que pudiera informarle. Tal vez tampoco habría materia y nuestro universo resultaría por completo destruido al confiarse a un cuerpo la misión unificadora, esto es, al dar la categoría de alma, e incluso su nombre, a un cuerpo como el aire o el soplo, seres de los más disipables y que no encierran en sí mismos unidad alguna. Si, pues, todos los cuerpos se dividen, ¿cómo confiar el universo a uno cualquiera de ellos? ¿No haríamos de él un ser privado de inteligencia, que se mueve tan sólo al azar? Porque, ¿qué ordenación podrá existir en un soplo que da al alma su regla? ¿Y qué razón? ¿Y qué inteligencia? Pero, si el alma existe, todo esto se halla a su servicio para la ordenación del mundo y de cada uno de los seres, contribuyendo a la vez cada fuerza a la regulación del conjunto. Sin el alma nada podría existir y no sería sólo el orden el que faltase.