Igal: Tratado 2,4 (IV, 7, 4) — A alma não é nem sopro nem uma “maneira de ser”

4. Los mismos (estoicos), conducidos por la verdad, confiesan que es conveniente, antes incluso que los cuerpos, una forma de alma que sea superior a ellos, dado que, en su opinión, su soplo es algo inteligente y un verdadero fuego intelectual. Consideran así que la parte mejor de los seres no podría existir realmente sin un fuego y sin un soplo, por lo que tendría que buscar un lugar donde instalarse en él. Ahora bien, más justo sería buscar dónde habrán de radicar los cuerpos y cómo conviene verdaderamente que estén situados en las potencias del alma. Si afirman, en efecto, que la vida y el alma no son otra cosa que el soplo, ¿en qué consiste entonces para ellos esa famosa manera de ser a la que recurren, obligados como están a admitir una naturaleza activa diferente a los cuerpos? Supuesto que todo soplo no sea un alma, dado que existen miles de soplos inanimados, pero admitido lo que ellos dicen de que el alma es el soplo con una cierta manera de ser, habrá que concluir que esa disposición es una realidad o bien que no es nada. Pero si no es nada, el soplo existe solo y la manera de ser no es de hecho más que un hombre. Por este camino llegarán a afirmar que no hay nada más que la materia, y que tanto el alma como Dios son meros nombres, puesto que sólo existe la materia.

Ahora bien; si la disposición de los seres es algo distinto a su fundamento y a su materia, y si se da en la materia no obstante su carácter de inmaterial, puesto que no está compuesta de ella, habrá naturalmente una razón que no sea un cuerpo, sino algo diferente a él. Además, según lo que vamos a decir, no resulta menos manifiesto que es imposible que el alma sea un cuerpo cualquiera. Porque vamos a suponer que se tratase de un cuerpo cálido o frío, duro o blando, líquido o sólido, negro o blanco, dotado por otra parte de todas las cualidades propias de los cuerpos. De ser un cuerpo cálido, lo único que haría sería calentar; de ser un cuerpo frío, tan sólo enfriaría. Y, en el caso de que le correspondiese la ligereza, se aplicaría siempre a ella, lo mismo que si fuese pesado haría pesado todo lo demás. O ennegrecería, si fuese negro, o extendería su blancura, si fuese blanco. Porque no es propio del fuego el enfriar, ni tampoco del frío el calentar. Mas el alma actúa de manera diferente en unos y otros animales, e incluso en un mismo animal produce cosas realmente contrarias, haciendo por ejemplo sólidas algunas de sus partes y líquidas otras, condensando unas veces, rarificando otras, emblanqueciendo y ennegreciendo, aligerando o volviendo pesado lo que sea preciso. Y, sin embargo, parece que debiera producir tan sólo un único efecto, de acuerdo con las cualidades de su cuerpo y, en especial, con su color; pero está visto que produce varios.