6. Si el alma es un cuerpo, no habrá ni sensación, ni pensamiento, ni ciencia, ni virtud, ni nada realmente hermoso. Todo ello está claro por lo que vamos a decir. Pues si el alma, en efecto, ha de tener sensación, conviene que sea una y que todo el objeto sea recibido por el mismo ser, incluso aunque muchas sensaciones penetren por varios órganos, o aun cuando varias cualidades se den en un solo ser o sensaciones diversas lleguen por un solo sentido, cual ocurre en la percepción de un rostro. Porque no es una cosa la que percibe la nariz, y otra los ojos, sino que es la misma la que percibe a la vez todos los rasgos de la cara. Y si en verdad unas impresiones penetran por los ojos y otras por los oídos, esto no quiere decir que no lleguen ambas a algo que es uno. ¿Cómo podría afirmarse entonces que las impresiones son diferentes, si no llegan conjuntamente a una misma cosa? Será preciso, pues, que ésta sea como un centro y que las sensaciones provenientes de todas partes se terminen en ella como si fuesen radios de la circunferencia de un círculo. Tal es la imagen del ser que percibe, ser que es real y verdaderamente uno. Porque si estuviese dividido y si las sensaciones se aplicasen a él como a los dos extremos de una línea, o bien tenderían a encontrarse en un punto, como es el medio, o bien cada extremo recibiría la sensación de una de las dos cosas, esto es, yo sentiría una y tú sentirías otra.
Si el objeto sentido es uno, como por ejemplo el rostro, tendrá que contraerse en una unidad, lo cual es manifiesto, según ocurre con las mismas pupilas; pues, de otro modo, ¿cómo podría verse con ellas los objetos que son mayores? Con más razón aún, al penetrar en el principio dirigente se convierte en un pensamiento indivisible, lo que indica que el principio también lo es. Pues si tuviese una magnitud, podría dividirse al igual que ella, con lo cual cada una de sus partes percibiría una parte del objeto, pero nada de nosotros, en cambio, percibiría el objeto en su totalidad. Y es porque ese principio debe ser todo él uno. Verdaderamente, ¿cómo podría ser dividido? En realidad, una parte igual del principio no podría acomodarse a otra parte igual del objeto, por no ser aquél igual en dimensión a todas las cosas sensibles. ¿Cómo, pues, tendría que realizarse la división? Acaso, podríamos responder, el principio se dividiese en tantas partes cuantos fuesen también los elementos del objeto que entrasen en él. Pero entonces cada una de las partes del alma sentiría por sí misma, o, en otro caso, se volvería insensible, lo cual resulta imposible. Por tanto, si cualquiera de las partes del alma puede sentir, ya que la magnitud es por naturaleza divisible hasta el infinito, se seguirá de aquí que a cada objeto sensible corresponde también una infinidad de sensaciones, tantas como imágenes del objeto se den en nuestro propio principio.
Pero supongamos que lo que siente es un cuerpo. En ese caso, la sensación no se producirá de otro modo que las improntas dejadas en la cera por los anillos, y los objetos sensibles imprimirán su señal en la sangre o en aire. Ahora bien; si, como es lógico, ocurre lo que en los cuerpos líquidos, la impronta se disipará como hecha en el agua, con lo cual se perderá la memoria. Si, pues, las improntas persisten, no será posible imprimir otras mientras aquéllas subsistan, por lo que tampoco podrá haber nuevas sensaciones, o, en el supuesto que otras aparezcan, las primeras tendrán que desaparecer, en cuyo caso la memoria no existirá. Si damos por buena la existencia de la memoria y que unas sensaciones pueden añadirse a otras, sin que las primeras sirvan de impedimento a las siguientes, entonces es imposible que el alma sea un cuerpo.