7. Lo mismo podría decirse respecto a la sensación de dolor. Cuando se afirma que un hombre siente dolor en un dedo, ese dolor se da precisamente ahí, pero la sensación, hemos de convenir en ello, se produce como es evidente en el principio hegemónico. Si la parte que sufre es otra, ese principio lo siente y el alma entera a su vez se ve afectada del mismo modo. Pero, ¿cómo ocurre eso? Por una especie de transmisión, dirán algunos. Y así, la parte del soplo que se encuentra en el dedo se ve afectada la primera, transmitiendo esta impresión a la que está a su lado, y ésta a la siguiente hasta llegar por fin al principio dirigente. De ahí que, si la primera parte tiene una sensación de dolor y si, a la vez, la sensación se propaga por transmisión, una nueva sensación será necesaria para la segunda y otra todavía para la tercera, con lo cual se producirán múltiples e indefinidas sensaciones para un solo motivo de dolor. El principio hegemónico de que hablamos será el último en percibir estas sensaciones, pero tendrá, además de ellas, la que es privativa suya. Verdaderamente, cada una de estas sensaciones no es la sensación de dolor del dedo, sino que la inmediata al dedo siente el dolor en la planta del pie y la tercera en la parte que está más arriba. Existen, pues, muchos dolores, y el principio hegemónico siente realmente uno de ellos, pero no el que se da en el dedo, sino más bien el inmediato a él, que es el único que conoce, dando, pues, de lado a todos los demás y desconociendo, por consiguiente, que el dedo sufre. Si ello es así, resulta imposible que la sensación se produzca por transmisión, pero también lo es que el propio cuerpo, como tal masa material, tenga conocimiento de una cosa mientras otra parte de sí mismo soporta el sufrimiento — piénsese en este sentido que toda magnitud se divide en partes — . Hemos de admitir, por tanto, que el ser que siente tiene que ser el mismo en todas las partes del cuerpo; pero esto conviene tan sólo a algo que no sea el cuerpo.
Igal: Tratado 2,7 (IV, 7, 7) — Se a alma fosse um corpo, não teria sensação
- MacKenna: Tratado 2,16 (IV,7,16) — Como duvidar da imortalidade disto donde brota vida
- MacKenna: Tratado 2,17 (IV,7,17) — Dos seres dissoluvéis
- MacKenna: Tratado 2,18 (IV,7,18) — Como a alma entra no corpo?
- MacKenna: Tratado 2,19 (IV,7,19) — Almas dos outros seres…
- MacKenna: Tratado 2,2 (IV,7,2) — A alma não é um corpo e ela não é corporal
- MacKenna: Tratado 2,20 (IV,7,20) — Dos que necessitam comprovação
- MacKenna: Tratado 2,3 (IV,7,3) — Refutação das definições epicuriana e estoica da alma
- MacKenna: Tratado 2,4 (IV,7,4) — A alma não é nem sopro nem uma “maneira de ser”
- MacKenna: Tratado 2,5 (IV,7,5) — O corpo não pode ser o princípio nem da existência nem do movimento
- MacKenna: Tratado 2,6 (IV,7,6) — Se a alma fosse um corpo, não teria sensação