Igal: Tratado 2,8 (IV, 7, 8) — Se a alma fosse um corpo não teria pensar

8. Porque no es posible pensar, si el alma es realmente un cuerpo, de qué clase de cuerpo podría tratarse. Veamos para ello: si la sensación consiste en el uso del cuerpo por parte del alma para la percepción de las cosas sensibles, el pensamiento entonces, no consiste en percibir por medio del cuerpo, ya que en ese caso sería la misma cosa que la sensación. Si pensar consiste en percibir sin el cuerpo, conviene con mayor razón que el ser que piensa no sea un cuerpo. Porque, en fin de cuentas, la sensación se refiere a las cosas sensibles y el pensamiento a las cosas inteligibles. Si no se quiere admitir esto, digamos al menos que hay pensamientos de algunas cosas inteligibles y percepciones de seres inextensos. Pero, ¿cómo lo que posee magnitud puede pensar lo que no la tiene? ¿Cómo lo que es divisible puede pensar lo indivisible? Es claro que sólo por una parte indivisible de sí mismo. Y si ello es así, lo que piensa no puede ser un cuerpo, porque no tiene necesidad de sí mismo como un todo para tocar el objeto; le basta, por el contrario, con hacerlo en un solo punto.

Para el caso de que admitan, lo cual es verdad, que los primeros pensamientos se refieren a los seres más libres de cuerpo, tendrán que admitir también que el ser que los piensa debe conocerlos, porque para ello está libre de cuerpo o en disposición de estarlo. Si afirman que los pensamientos se refieren a formas que se encuentran en la materia, digan en todo caso que se originan aparte de los cuerpos y que es la inteligencia la que facilita la separación. Porque no es con el cuerpo, ni, en general, con la materia, como verifica la inteligencia la abstracción del círculo, del triángulo, de la línea y del punto, sino que es preciso que el alma misma se separe del cuerpo y que, en definitiva, no sea un cuerpo. A mi juicio, lo bello y lo justo son algo inextenso y hay pensamiento de uno y de otro. De modo que, si penetran en el alma, ella los recibirá en su parte indivisible, y ellos, a su vez, asentarán en la parte indivisible de aquélla.

Si el alma es un cuerpo, ¿cómo podrá tener virtudes, por ejemplo la prudencia, la justicia, el valor y todas las demás? Porque la prudencia, la justicia o el valor serían entonces, o un soplo, o simplemente sangre, salvo que el valor consista en la impasibilidad del soplo, la prudencia en su moderación y la belleza en una cierta hermosura de las formas, según la cual llegamos a decir que los cuerpos son graciosos o bellos. Es claro que corresponde al soplo tanto él vigor como la belleza de las formas; pero, ¿qué relación puede tener con la prudencia? Muy al contrario, el soplo se encuentra a gusto abrazando y tocando los objetos, allí donde puede recibir calor, o cuando desea un frío moderado o se aproxima a cosas realmente muelles, tiernas y lisas al tacto. Pero ¿qué puede importar al soplo la distribución según el mérito? ¿Diremos acaso que hay cosas eternas, principios de la virtud y otros inteligibles con los que el alma se enlaza, o bien que la virtud nace, nos ayuda y luego perece a su vez? Pero, ¿quién ha podido crearla y de dónde viene? Porque su creador tendría también que subsistir. Conviene sin duda que haya cosas eternas y permanentes, como los objetos de la geometría. Pero si la virtud queda incluida entre estos seres, entonces no puede tratarse de un cuerpo. Es necesario que el ser en el que asiente sea semejante a ella; pero este ser no podrá ser un cuerpo. Pues la naturaleza del cuerpo no permanece, sino que fluye por entero.