Pero, puesto que el alma es de naturaleza diferente, conviene averiguar cuál sea su naturaleza. Supuesto que se trata de algo distinto al cuerpo, ¿será un atributo de él, por ejemplo una armonía? Los pitagóricos hablan de esta armonía, pero en otro sentido, ya que piensan para ello en una armonía de las cuerdas musicales. Porque si las cuerdas de un instrumento están tensas, algo habrá que añadir a ellas y esto es, precisamente, lo que se llama armonía. Sin embargo, ya se han aducido muchos argumentos para probar que esta opinión es imposible. Pues el alma existe antes y la armonía después, y el alma a su vez gobierna y domina el cuerpo, e incluso, con frecuencia, lucha con él, cosa que no podría hacer en modo alguno si fuese una armonía. Por otra parte, el alma es una sustancia y la armonía, en cambio, no es una sustancia, dado que, si la mezcla de los cuerpos de que nosotros estamos compuestos se ve regulada por alguna cosa, habrá de serlo por la salud; y, además, sería necesario que antes de esta alma existiese también otra alma que produjese la armonía, como ocurre con los instrumentos, en los que el músico introduce la armonía de las cuerdas por poseer en sí mismo esa razón armónica que la produce. Porque es claro que las cuerdas no podrían armonizar por sí mismas, como tampoco podrían hacerlo los cuerpos que componen el nuestro.
En general, se sitúa el origen del alma en los seres inanimados y el del orden en un conjunto de irregularidades. Pero el orden no proviene del alma, sino que es el alma la que toma su origen de un orden natural. Lo cual no resulta posible ni en los seres particulares ni en el conjunto del universo, por lo que el alma no es una armonía.