1. Conviene que tratemos acerca de las dificultades relativas al alma con objeto de ponerlas en claro o, si no salimos de ellas, para conocer, al menos, en qué consisten, lo cual será ya una ganancia. ¿Qué otro objeto resultaría más adecuado para tratar, examinar y discutir? Entre otras muchas cosas, nos da el conocimiento de dos muy importantes: el de los seres de los que el alma es principio y el de aquellos otros de los que ella proviene. Obedecemos así, además, a la recomendación divina que nos prescribe que nos conozcamos a nosotros mismos. Porque es claro que si queremos buscar y encontrar todas las otras cosas, esto es, si deseamos alcanzar justamente cuál es el objeto de nuestra búsqueda, hemos de entregarnos por entero a ese fin tan querido de nuestra contemplación.
Dos cosas hay que considerar en la inteligencia universal, y, con mayor motivo, en las inteligencias individuales, donde se da un sujeto que recibe y un objeto que es recibido. Hemos de examinar, naturalmente, cómo nuestra inteligencia recibe los dioses, pero esto tan sólo cuando tratemos de encontrar cómo viene el alma al cuerpo. Ahora habremos de volver una vez más a los que dicen que nuestras almas provienen del alma del universo. No es quizá suficiente prueba, dirán ellos, que nuestras almas alcancen el lugar del alma del universo, o que ésta marche al unísono con ellas, caso de que eso sea posible, porque es lo cierto que las partes han de ser homogéneas con el todo. En su ayuda traen a Platón, el que intenta convencemos de que el universo es un ser animado: “Así como nuestro cuerpo es una parte del universo — dice — , así también nuestra alma es una parte del alma del universo”. Pero (Platón) quiere convencernos también — y lo dice y lo muestra con claridad — de que debemos seguir el movimiento circular del universo, ya que nuestro carácter y condición provienen de aquí y, nacidos además en el interior del universo, tomamos de él nuestra alma. Y así como cada parte de nosotros recibe una parte de nuestra alma, así, y por la misma razón, nosotros, que somos partes del todo, recibimos una parte del alma universal. Eso mismo quiere decir la frase de Platón: “Toda alma está al cuidado de lo que es inanimado”. De modo que no permite la existencia de ninguna otra alma, fuera del alma del universo, puesto que ésta toma a su cargo la totalidad de lo inanimado.