Tratado 27 (IV, 3, 2-8) — SOBRE LAS DIFICULTADES ACERCA DEL ALMA I (Igal)

2. Con respecto a esto hemos de responder lo siguiente: admiten (quienes así hablan) que las almas individuales son homogéneas con las del universo, mostrando que alcanzan los mismos objetos y que son de su mismo linaje, lo que equivale a negar que sean partes de él. Mejor podríamos decir que la misma alma es un alma única y, a la vez, cada una de las almas. En este caso, la hacemos depender de un principio que, sin referirse a ningún otro ser, ni al mundo ni a ninguna otra cosa, (produce) lo que hay de animado en el mundo y en cualquier otro ser. Justamente, debe afirmarse que la totalidad del alma no es el alma de algo determinado, siendo como es una sustancia, sino que estas almas de algo que es determinado lo son precisamente por accidente.

Tal vez convenga explicar de modo más claro qué es lo que entendemos por el término parte. Podemos entender el término como parte del cuerpo, sea éste homogéneo o heterogéneo, pero hemos de señalar que, cuando se habla de partes homogéneas de los cuerpos, se dice relación a la masa y no a la naturaleza de los cuerpos. Así ocurre con la blancura: la blancura de una parte de la leche no es una parte de la blancura de toda la leche; es, en efecto, la blancura de esa parte, sin que ello quiera decir que sea una parte de la blancura de la leche, porque la blancura no tiene en absoluto ni magnitud ni cantidad; quede esto en claro. Cuando empleamos el término “parte” sin referirlo a los cuerpos, puede ocurrir una de dos: o que lo refiramos a los números, diciendo, por ejemplo, que dos es una parte de diez, y entendiendo la cuestión con números abstractos, o que pensemos el término como parte del círculo o de la línea, o incluso como parte de una ciencia. Tengamos en cuenta que en lo concerniente a las unidades y a las figuras geométricas, así como en lo tocante a los cuerpos, el todo se presenta disminuido y reducido a partes, siendo naturalmente cada parte más pequeña que el todo. Se trata en realidad de cantidades, que no son la cantidad en sí, por lo cual resultan susceptibles de aumento o disminución. Ahora bien, no puede decirse lo mismo del término parte referido al alma, porque el alma no es una cantidad. No puede decirse, valga la expresión, que la totalidad del alma es una década y que un alma cualquiera es una unidad. Muchas cosas absurdas se seguirían de aquí, pues considerando que la década no es una unidad, o bien cada una de las unidades de que está compuesta sería un alma, o el alma de que se habla sería un compuesto de cosas inanimadas. Se ha concedido, sin, embargo, que las partes del alma universal son homogéneas con el todo y hemos de afirmar ahora, en el caso de la cantidad continua, que no es necesario que las partes sean como el todo, y así, por ejemplo, que las partes de un círculo o de un cuadrado hayan de ser círculos o cuadrados; tampoco en el supuesto de que las partes sean semejantes al todo podrá decirse verdaderamente que todas las partes le son semejantes, porque, por ejemplo, en un triángulo no son todas ellas triángulos, sino alguna otra cosa. Y, no obstante, admiten, como decimos, que el alma es homogénea con sus partes.

En el caso de la línea, cualquiera de sus partes ha de ser naturalmente una línea, pero habrá diferencia de magnitud entre la parte y el todo. Si esta diferencia de magnitud se aplicase también a la relación entre el alma particular y el alma total, haríamos del alma, sin duda alguna, una cantidad y un cuerpo, ya que vendría a tener, como tal alma, diferencias de cantidad. Pero suponíamos, ciertamente, que todas las almas eran semejantes y completas, y parece claro, además, que el alma universal no se divide a la manera de una magnitud. Ni aun nuestros adversarios aceptarían que el alma universal se desgarra en partes, porque con ello destruirían el alma, que ya no sería más que un nombre si nunca fue realmente un todo. Ocurriría aquí como si repartiésemos vino en muchas ánforas y dijésemos luego que la parte dé vino que hay en cada ánfora es una parte de la totalidad del vino.

¿Entendemos el término “parte” como cuando hablamos del teorema de una ciencia y lo consideramos parte de ésta? Pero la ciencia no lo es menos, a pesar de esta división, con la que tan sólo se enuncia y actualiza cada una de sus partes. Cada teorema contiene, en efecto, en potencia la totalidad de la ciencia, pero no por ello deja de existir ésta. Si aconteciese así con el alma universal y las demás almas particulares, el alma universal, de la cual las otras son partes, no sería el alma de algo determinado, sino que existiría en sí misma; pero no sería entonces el alma del mundo, sino una cierta alma también de carácter particular. Las almas todas, si son de la misma especie, podrán ser partes de un alma única. Pero, ¿cómo una de ellas iba a ser el alma del mundo y las otras, en cambio, partes de él?

3. ¿Podremos decir que las almas son partes del alma universal, a la manera como se dice que el alma del ser animado que se encuentra en el dedo es una parte de la totalidad del alma que se encuentra en aquél? Razonando así llegamos a una de estas conclusiones: o bien a admitir que no hay ninguna alma fuera del cuerpo, o bien a afirmar que ninguna alma se da en un cuerpo, de tal modo que la llamada alma del universo se encuentra también fuera del mundo. Esto es lo que habrá que examinar y para ello seguiremos ahora con la misma comparación.

Si el alma universal se ofrece a todos los seres animados en particular, y si cada alma particular es, por tal motivo, una parte de aquélla, una vez dividida, no podría ofrecerse realmente a cada uno de los seres animados. Porque es claro que el alma universal deberá ser la misma en todas partes, una y entera, aunque radicada a la vez en muchos seres. Esto no nos permite hablar, por una parte, de un alma universal y, por otra, de las partes de esa alma, sobre todo si aplicamos a éstas las mismas potencias. Porque el hecho de que a unos órganos se atribuya una función y a otros órganos otra, cual ocurre con los ojos y los oídos, no quiere decir que la parte del alma presente en la visión sea distinta a la parte del alma presente en la audición. Que sean otros los que dividan así. (Para nosotros) se trata de la misma alma, aunque en cada uno de los casos actúe una potencia diferente. En ambas facultades se encuentran verdaderamente todas las demás, proviniendo las diferencias de percepción de las diferencias existentes entre los órganos, ya que la percepción de todas las formas puede ser modificada a discreción. Lo hace manifiesto el que todas las impresiones vengan a parar necesariamente a un solo centro; pues es claro que cada uno de los órganos no puede recibir todas las impresiones, sino que éstas manifiestan diferencias con relación a los órganos que las reciben. Ahora bien, el juicio formulado sobre las distintas impresiones descansa en un principio único que, a la manera de un juez, comprende las razones enunciadas y los actos ejecutados.

Se dirá entonces que el alma universal es una unidad presente en todas partes, aunque con funciones diferentes. Si sus partes se conciben como las sensaciones, ninguna de ellas podrá pensar, lo cual corresponderá sólo al alma universal. Porque si cada parte tuviese su pensamiento propio, existiría realmente en sí misma. Siendo, además, el alma racional, y, según se dice, tan racional como universal, ha de ser idéntica al alma ya mencionada, pero no, en modo alguno, una parte del todo.

4. Si el alma es, pues, una unidad de esta clase, ¿qué hemos de contestar a los que plantean dificultades como las siguientes? En primer lugar, si es posible que una sola cosa se encuentre a la vez en todas las otras, y en segundo lugar, si puede haber un alma que se dé en el cuerpo y otra no — porque quizá debiera afirmarse que toda alma, y especialmente el alma del universo, asentará siempre en un cuerpo, y no decir que ha de abandonar el cuerpo, como se hace con la nuestra, aunque algunos sean de la opinión que si ha dé abandonar este cuerpo no por eso quedará fuera de todo cuerpo — ; pues si alguna alma tiene que quedar enteramente fuera del cuerpo, ¿cómo es que un alma ha de abandonarlo y otra no, tratándose en todo caso de la misma alma? En cuanto a la inteligencia, por su misma alteridad aparece dividida en partes distintas, pero unidas unas a otras, porque, siendo su sustancia indivisible, aquella separación no ofrece dificultad alguna; mientras que, en lo tocante al alma, considerada como divisible según los cuerpos, muchas son las dificultades que se oponen a su unidad.

Sin embargo, podría hablarse de la unidad como existente en sí misma y no precipitada en el cuerpo. De ella procederían todas las almas, tanto el alma del universo como las demás. En cierto modo, se presentarían reunidas y formando una sola alma, que no correspondería a ningún ser particular. Así, suspendidas por sus extremos y relacionadas entre sí, se lanzarían aquí y allá, cual una luz que, tan pronto se acerca a la tierra, se introduce en nuestras casas, aunque no por ello se divida y pierda algo de su unidad. El alma del universo permanece siempre por encima de nosotros, porque no desciende hacia la tierra ni se muestra solícita por las cosas de aquí abajo; nuestras almas, en cambio, no siempre se encuentran en ese estado, porque están limitadas por una porción del cuerpo en cuyo cuidado han de poner toda su atención. El alma del universo, por su parte inferior, se parece al alma de un gran árbol, que dirige la vida sin fatiga ni ruido alguno; la parte inferior de nuestra alma resulta algo así como los gusanos que nacen en las ramas podridas del árbol, pues eso y no otra cosa es el ser animado en el universo; pero, además de esa alma, hay otra alma semejante a la parte superior del alma del universo y comparable a un agricultor que, preocupado por los gusanos del árbol, dirigiese hacia él todos sus cuidados. Como si se dijese que un hombre que disfruta de buena salud, en unión de los otros hombres en sus mismas condiciones, se aplica a todo aquello que debe hacer o contemplar; en tanto, si se encuentra enfermo, aparece entregado a los cuidados de su cuerpo, atento y predispuesto hacia él.

5. Pero, ¿cómo hablar entonces de tu alma y del alma de otro? ¿Acaso el alma se adscribe a un ser por su parte inferior y a otro ser por su parte superior? Si así fuese, Sócrates existiría mientras el alma de Sócrates permaneciese en su cuerpo, pero quedaría destruido una vez que llegase a la región mejor. Ahora bien, ninguno de los seres puede ser destruido y, cuando menos, eso no ocurrirá en el mundo inteligible con las inteligencias, porque éstas no se hallan repartidas en cuerpos. Si cada una de ellas permanece con su carácter propio, es cierto también que todas y cada una presentan el rasgo común de ser. En cuanto a las almas, digamos que se hallan adheridas a una inteligencia y que son, además, las razones de las inteligencias, y aun algo más en su pleno desenvolvimiento. Las almas nacen de las inteligencias al modo como lo que es mucho nace de lo que es poco. Todas ellas mantienen el contacto con su origen y se corresponden una a una con un inteligible menos divisible; mas, aunque hayan querido dividirse, no han podido alcanzar la totalidad de este fin, conservando así tanto la identidad como la diferencia. Cada alma, por tanto, viene a subsistir como un solo ser, y todas reunidas constituyen también un solo ser.

(Diremos así que el punto capital de la cuestión es el siguiente: todas las almas provienen de una sola alma y, al igual que las inteligencias, son divisibles y no divisibles. El alma que permanece es la razón una de la inteligencia, de la cual provienen las razones particulares e inmateriales, como acontece en el mundo inteligible).

6. ¿Por qué entonces el alma del universo, que es semejante a las demás almas, pudo haber hecho el mundo, y, en cambio, no han hecho nada las almas de los individuos particulares, las cuales, sin embargo, tienen todas las cosas en sí mismas? Porque ya se ha dicho que una misma cosa puede existir a la vez en otras muchas; ahora convendrá aclarar de qué modo. Tal vez lleguemos a saber así cómo una misma cosa, que se da en otras, puede actuar y sufrir, o cumplir a un tiempo ambas misiones.

Convendrá que examinemos esto en sí mismo, y para ello nos preguntaremos: ¿cómo y por qué (el alma del universo) creó el mundo, mientras que las almas particulares gobiernan tan sólo una parte de él? ¿No podría considerarse como algo extraordinario el que, de hombres que poseen el mismo conocimiento, unos gobiernan a un número mayor de ellos, y otros a un número menor? Pues la diferencia entre las almas, se añadiría, resulta todavía mayor: hay una que no se ha separado del alma universal y permanece con su cuerpo alrededor de ella; las otras, bajo el mando de esta alma universal, que es como su hermana y les ha preparado de antemano sus mansiones, se reparten al azar las partes del cuerpo existente. Posiblemente haya un alma que contemple la inteligencia en su totalidad, mientras las otras no ven más que la parte que les afecta. Y, tal vez, estas mismas almas hubieran podido crear algo, pero, como aquélla lo ha hecho ya, nada les queda a éstas por hacer, superadas como lo han sido por la primera. La misma dificultad existiría en el caso de que cualquier otra alma ocupase el primer lugar. Diremos con mejor fundamento que la creación corresponde al alma universal porque esta alma aparece más ligada al mundo inteligible; siempre es mayor, en efecto, el poder de las almas que se inclinan hacia la región inteligible. Pues dichas almas se conservan en seguridad y actúan fácilmente — pensemos que el poder mayor corresponde a los seres que no sufren con su acción — , ya que el poder proveniente del mundo inteligible no cesa jamás. El alma universal permanece en si misma y actúa sobre las cosas que se acercan a ella, mientras las otras almas prosiguen su marcha y se hunden en el abismo, O tal vez la pluralidad que se da en estas mismas almas tira de ellas hacia abajo y las arrastra junto con sus pensamientos.

Hay que suponer que cuando habla Platón de “las almas de segundo y tercer rango” se refiere a su mayor proximidad o lejanía con respecto al mundo inteligible. Ocurre aquí como con nuestras almas, que no guardan todas ellas una misma relación con las cosas de ese mundo; y así, mientras unas almas permanecen unidas a él, otras, en cambio, se mantienen cercanas y ansiosas de poseerle; pero aún hay otras que ni esto pueden hacer. No todas las almas disponen, efectivamente, de las mismas potencias y pueden servirse de ellas: unas usan de la primera facultad, otras de la que sigue a ésta, y otras, en fin, de la tercera, aunque todas las almas las posean todas.

7. Pero bastante se ha dicho a este respecto. Ahora nos queda por considerar la sospecha manifestada en el Filebo de que las otras almas son partes del alma del universo. Esta opinión platónica no tiene el sentido que algunos quieren darle, sino que significa, en la medida en que era útil para Platón, que el cielo es un ser animado. Lo cual prueba afirmando que resulta absurdo un cielo inanimado, ya que nosotros, que disponemos de una parte del cuerpo del universo, contamos también con un alma, ¿Cómo, pues, podría contar con un alma una parte del universo, si el todo precisamente no la tiene? Más claramente expone su pensamiento en el Timeo; aquí, una vez nacida el alma del universo (el demiurgo) fabrica las demás almas tomando la mezcla de la misma vasija; esto es, las hace semejantes a aquélla, dándoles tan sólo la diferencia de segundo o tercer rango. Pero aún parece más justo lo que se dice en el Fedro: “Toda alma está al cuidado de lo que es inanimado”. Porque, ¿qué otra cosa gobierna, modela y ordena la naturaleza corpórea sino el alma? Y no es verdad que una sola pueda hacerlo y las otras no. El alma perfecta, dice (Platón), el alma del universo que vuela por las alturas, produce sin sumergirse en el mundo, pero como si cabalgase sobre él: “así gobierna toda alma perfecta”. Cuando habla (Platón) del alma “que ha perdido las alas” la hace diferente al alma del universo. Si dice que sigue el movimiento circular del universo, que recibe su alimento e influencia, no prueba con ello que nuestras almas sean parte de aquélla. Porque el alma está dispuesta para que se modelen en ella muchas cosas provenientes de la naturaleza de los lugares, de las aguas y del aire; en ella dejan su impronta las mansiones de las distintas ciudades y las uniones a los distintos cuerpos. Decíamos que al estar nosotros en el universo contamos con algo de su alma; incluso aceptamos el influjo de la revolución circular, pero oponemos a todo esto otra alma, la cual se manifiesta diferente por su mismo grado de oposición. Aún nos resta el hecho de que nacemos en el interior del universo, mas a esta cuestión respondemos que el niño tiene un alma distinta a la de la madre, no siendo, pues, la de ella la que penetra en su cuerpo.

8. Quedan así resueltas las dificultades que se habían planteado. Y tampoco constituye una dificultad la simpatía existente entre las almas, porque es claro que las almas simpatizan entre sí por derivar todas ellas de una misma alma, de la cual proviene también el alma del universo.

Se ha dicho, en efecto, que hay un alma única y muchas otras almas. Se ha afirmado igualmente que hay virtual diferencia entre las partes y el todo, y se ha hablado, en general, de la diferencia que comportan las almas. Pero debe añadirse ahora que las diferencias que manifiestan las almas en sus caracteres y en sus actos de pensamiento provienen realmente de sus cuerpos y de las vidas que han tenido anteriormente. Dice (Platón) que la elección de las almas se verifica de acuerdo con sus vidas anteriores. Ahora bien; si se considera la naturaleza del alma en general, se advierten entra las almas las diferencias de segundo y tercer rango de que ya se ha hablado; porque todas las almas abarcan todas las cosas, pero cada una de ellas se adapta a su privativa actividad. Así, por su misma acción, un alma aparece unida al mundo inteligible, pero otra lo está por el conocimiento, y una tercera por el deseo; cada una de ellas, aun contemplando cosas diferentes, es y se vuelve lo que ella misma contempla.

Advirtamos, además, que la plenitud y la perfección no son algo idéntico para todas las almas. Pero, si componen un conjunto lleno de variedad — no olvidemos que hay una razón múltiple y variada, como un ser múltiple que contiene muchas formas — , si esto ocurre así y los seres guardan un cierto orden que no permite su violenta separación, el azar no tiene entonces asiento entre ellos, ya que tampoco domina sobre los cuerpos. Consiguientemente, habrá también un número determinado de seres; pero convendrá que éstos sean estables y que, al menos los inteligibles, permanezcan idénticos a sí mismos y formando cada uno de ellos un número. En eso consiste su determinación.

En lo que respecta a los caracteres de los cuerpos diremos que son fluyentes por naturaleza, dado que su forma les viene de fuera y su realidad específica imita siempre la de los seres verdaderos. En cambio, los seres que no resultan de una composición de materia y forma apoyan su realidad en algo numéricamente uno, que ya es tal desde el principio y no será nunca lo que no era ni dejará de ser lo que es. Si suponemos una causa que los produzca, es claro que no contará para ello con la materia; así, pues, les ofrecerá algo de su propia sustancia, con lo que en esa misma causa se originará un cambio adecuado a su producción actual, mayor o menor. Pero, ¿por qué habrá de producir así, ahora, y no siempre del mismo modo? El ser engendrado no es, por otra parte, eterno, ya que tiene más o menos ser; cosa que no acontece con el alma, que permanece siempre tal cual es.

¿Cómo puede ser (el alma) infinita, si realmente es estable? Hablamos aquí de lo infinito en potencia, porque la potencia puede ser ilimitada sin que tenga que dividirse hasta el infinito. Dios, desde luego, no es un ser finito, y las almas, a su vez, son todas ellas lo que son sin necesidad de limitaciones extrañas. Cada una de ellas tiene su cantidad propia, pero sólo ciertamente la que desea. No le ocurre, pues, que deba salir alguna vez fuera de sí, sino que, por el contrario, penetra por doquier en los cuerpos, allí donde por su naturaleza debe hacerlo. El alma no se separa nunca de sí misma, ya se encuentre en el dedo o en el pie. Cubre verdaderamente todo el cuerpo que ella penetra y la hallamos en todas y cada una de las partes de la planta, e incluso en la parte desgajada de ésta. De modo que no sólo se encuentra en la planta original sino en la que surge de aquí por trasplante; porque el cuerpo de toda la planta es uno y el alma se encuentra también en todas sus partes como en un cuerpo uno.

Cuando un ser animado se corrompe y de él se originan muchos otros seres, el alma de aquél no se encuentra ya en el cuerpo, porque el cuerpo carece de disposición para recibirla; de otro modo, no habría conocido la muerte. Si las partes del cuerpo bien dispuestas por la corrupción para producir otros seres tienen realmente un alma, es que no hay ningún ser del que el alma universal este ausente; pero un ser podrá recibirla y otro, en cambio, no. Los seres animados así nacidos no aumentan el número de las almas, sino que dependen del alma única, que permanece también en su unidad. Lo mismo acontece en nosotros cuando nos vemos mutilados en algunas partes de nuestro cuerpo; ciertamente, otras partes sustituirán a aquéllas, pero el alma que desaparezca de las primeras se unirá necesariamente a las segundas en tanto un alma única subsista en nuestro cuerpo. En el universo subsiste siempre un alma única; sin embargo, algunas de las cosas que hay en él cuentan con un alma, y otras, por el contrario, la rechazan, sin que esto afecte para nada al alma misma, que permanece tal cual es.

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