1. ¿Cómo se explica que los objetos lejanos parezcan pequeños y que, situados a mucha distancia, semejen encontrarse en un lugar más cercano, en tanto que los objetos próximos se presentan en su tamaño y a la distancia verdadera? ¿Parecerán los objetos lejanos más pequeños a la vista porque la luz quiere reunirse con el ojo y adaptarse a la dimensión de la pupila? Podría suponerse que cuanto más alejada está la materia del objeto visto, tanto más llega al ojo la forma, pero aislada de la materia. De la magnitud y de la cualidad diremos que son formas, pero entendamos en este caso que la forma de la cualidad llega sola al ojo. O, en otro caso, podría estimarse también que una magnitud se da cita en el espacio y que la percibimos tal como ella realmente lo atraviesa. Convendría que el objeto se encontrase cerca para poder conocerlo en su verdadera dimensión.
¿Hemos de suponer acaso que la magnitud es visible por accidente y que el color es lo primero que se ve? Entonces, un objeto próximo será conocido como algo coloreado, en tanto visto a lo lejos, aunque se ofrezca igualmente dotado de color, presentará partes claramente distintas, que no dan una idea exacta de su magnitud, puesto que los mismos colores llegan ya oscuros hasta nosotros.
¿Qué de extraordinario tiene que las magnitudes sean como los sonidos y que se hagan más pequeñas a medida que su forma vaya oscureciéndose? También el oído busca su forma propia y percibe la magnitud por accidente. Eso decimos de él, pero, ¿cómo percibe ante todo la magnitud propia del sonido? ¿Como si se tratase de un contacto con algo que es visible? Es claro que se trata de una magnitud que no consiste en una determinada cantidad, sino en algo que aumenta o disminuye y que el oído no percibe por accidente. En cuanto a la intensidad del sonido habrá que compararla mejor con la intensidad de lo dulce, que el gusto no percibe por accidente; su magnitud real hay que relacionarla con la extensión del objeto sonoro. El oído la percibe como accidente de resultas de la intensidad del sonido y en una percepción que no es exacta. Porque si hay una intensidad igual para cada uno de los objetos, hay también otra que va haciéndose mayor y extendiéndose por todo el lugar que el objeto sonoro ocupa.
Los colores, sin embargo, no se hacen más pequeños, sino que se oscurecen; las magnitudes pueden, en cambio, hacerse más pequeñas. Con todo, hay en los colores y en las magnitudes un carácter común, que consiste, para los colores, en el oscurecimiento, y para las magnitudes, en la disminución de su masa. La magnitud disminuye en relación con el oscurecimiento del color. Lo cual se presenta con más claridad en una perspectiva de objetos varios: así, por ejemplo, un lugar montañoso en el que se ven profusión de casas, jardines y otras muchas cosas; visto claramente cada uno de los objetos, nos da la medida de todo el conjunto; pero cuando no se ofrece con distinción la forma de cada uno, nos volvernos incapaces de medir los objetos y de conocer el lugar en toda su extensión. Igual ocurre con los objetos próximos: cuando éstos son variados y se lanza sobre ellos una mirada de conjunto, sin atender para nada a sus formas, parecen tanto más pequeños cuanto más se haya ocultado cada uno de ellos a nuestra mirada; porque cuando se les ve a todos adecuadamente, se les mide también con exactitud y se conoce real y verdaderamente lo que son. Si se trata de objetos semejantes en magnitud y en color, nos engañamos al considerar su magnitud porque la vista no puede medirlos en todas sus partes; lo que hace entonces es deslizarse sobre ellos sin encontrar en cada uno ninguna diferencia que le fuerce a detenerse. De ahí que un objeto lejano pueda parecemos próximo; por la misma causa se reduce la distancia que hay entre él y nosotros. Por consiguiente, no se nos oculta la dimensión de los objetos próximos; y en cuanto a los objetos lejanos, cuando no puede seguirse el detalle de sus cualidades, no puede afirmarse tampoco hasta dónde alcanza su magnitud.
2. Se dirá incluso que la disminución de los objetos guarda relación con el ángulo de la visión. Que no es así, ya lo hemos indicado en otra ocasión; queda por añadir ahora que, al afirmar que la disminución del objeto es relativa al ángulo de la visión, se deja a un lado el hecho de que el resto del ojo percibe alguna otra cosa enteramente fuera de dicho ángulo, como por ejemplo el aire. Pero cuando se trata de una gran montaña, que no deja si ojo espacio libre de visión, porque aquélla es igual al campo de éste y no permite ya ver otra cosa, dado que la dimensión del ojo resulta ser precisamente la adecuada al objeto visto, o el objeto sobrepasa por ambos lados el radio de acción de la vista, ¿qué es lo que podrá decirse, si el objeto se aparece más pequeño de lo que en realidad es y, además, ocupa todo el campo de la visión? Nadie podrá tener duda de esto, si dirige su vista hacia el cielo. Porque no es posible ver de una sola ojeada todo un hemisferio, ni la vista podría llegar a extenderse por un tal espacio. Sin embargo, demos esto por bueno, si alguien lo desea así; la vista abarca entonces todo el hemisferio, pero la magnitud real de éste es, en el cielo, un gran número de veces mayor que su magnitud aparente; ¿cómo explicar, pues, por la disminución del ángulo de la visión que la magnitud aparente sea menor que la magnitud real?