Igal: Tratado 36 (I, 5) — SOBRE SI LA FELICIDAD SE ACRECIENTA CON EL TIEMPO

1. La felicidad ¿se acrecienta con el tiempo pese a que la felicidad es concebida siempre en dependencia del presente? Además el recuerdo de haber sido feliz nada puede influir, y el ser feliz no consiste en decirlo, sino en estar en una cierta disposición. Ahora bien, la disposición, como también la actividad de la vida, estriba en que esté presente.

2. Pero si, porque siempre estamos deseosos de vivir y estar activos, el conseguir tal deseo significara ser más feliz, en primer lugar, según eso, la felicidad de mañana sería mayor que la de hoy, y la siguiente siempre mayor que la antecedente, con lo que la felicidad no se medirá ya por la virtud. En segundo lugar, los dioses mismos serán ahora más felices que antes, con lo que su dicha no será todavía perfecta y nunca jamás será perfecta. Además, cuando el deseo consigue su objetivo, obtiene lo presente y siempre lo presente, y busca el que, mientras exista, posea la felicidad. Ahora bien, el deseo de vivir, puesto que busca el existir, será deseo de lo presente, si el existir está en lo presenté. Y caso que desee lo venidero y lo sucesivo, desea lo que tiene y lo que existe, no lo pasado ni lo venidero: desea que exista lo que ya existe, buscando no que exista perpetuamente, sino que exista ya lo que ya está presente.

3. Entonces, ¿a qué viene lo de que «fue feliz por más tiempo y presenció con sus ojos el mismo espectáculo por más tiempo»? A nada. Porque si con la mayor duración hubiera logrado una visión más exacta, el tiempo le habría proporcionado algún aumento; pero si ha visto del mismo modo durante todo el tiempo, tiene lo mismo que el s que contempló una vez.

4. Pero el otro disfrutó por más tiempo.

Pero no sería correcto añadir esto a la cuenta de la felicidad. Mas si alguien entiende por placer «la actividad desembarazada», dice lo mismo que lo que buscamos. Pero es que además un placer más duradero no tiene en cada momento más que lo presente: lo pasado del placer ha desaparecido.

5. ¿Cómo? Si uno fue feliz de principio a fin, otro en una etapa posterior y otro fue feliz anteriormente pero luego cambió, ¿tienen igual felicidad? Es que, en este caso, no todos los parangonados son felices, sino que se compara a los no felices, cuando no eran felices, con el que es feliz. Si, pues, éste tiene alguna ventaja, tiene exactamente la ventaja que tiene el que es feliz comparado con los no felices, con lo que resulta que les aventaja por lo presente.

6. Entonces, ¿qué decir del desdichado? ¿No es más desdichado con la prolongación? Y todas las otras cosas desagradables ¿no hacen mayor la desgracia con la prolongación del tiempo, por ejemplo los dolores duraderos, las penas y todas las cosas de este tipo? Ahora bien, si estas cosas acrecientan el mal de este modo, con el tiempo, ¿por qué las contrarias no acrecientan la felicidad del mismo modo? Es que, en el caso de las penas y dolores, sí cabe decir que el tiempo produce un incremento, por ejemplo, el que la enfermedad sea crónica, porque se produce un estado y el cuerpo empeora con el tiempo. Porque si el cuerpo se mantuviera igual y el daño no aumentara, aun en este caso lo penoso sería siempre lo presente, a no ser que se le sume lo pasado habida cuenta de la persistencia de lo pretérito. Añádase a esto que, en el estado de desdicha, el mal se dilata con la prolongación del tiempo debido a que también se acrecienta el mal estado con su persistencia. El acrecentamiento de la desdicha se produce, pues, justamente por adición de una nueva cantidad, no por la prolongación de lo igual, mientras que lo que, siendo igual, es más prolongado no existe simultáneamente, y no hay que llamarlo más prolongado en absoluto sumando lo que ya no existe con lo que existe. Pero el estado de felicidad tiene su término y su límite y es siempre el mismo. Y si es verdad que aun en éste se produce un aumento paralelo al aumento del tiempo, de suerte que uno sea más feliz porque progresa al crecer en virtud, lo que se alaba en él no son los muchos años de felicidad contados, sino el crecimiento experimentado en el momento en que es mayor.

7. Pero si no hay que tener en cuenta más que lo presenté sin sumarlo con lo pasado, ¿por qué no hacemos lo mismo en el caso del tiempo, sino que, sumando el pasado con el presente, decimos que es mayor? ¿Por qué, pues, no hemos de decir que la felicidad es tan grande como el tiempo transcurrido? Y así, podemos dividir la felicidad de acuerdo con las divisiones del tiempo. Además, si medimos la felicidad por el presente, la haremos indivisible.

No, el tiempo no es absurdo contarlo, aunque ya no exista, puesto que podemos contar el número de las cosas existidas pero ya no existentes, por ejemplo el de los muertos. En cambio, es absurdo decir que la felicidad que ya no existe esté presente y sea mayor que la presente. La felicidad exige estar junta, mientras que un tiempo de mayor duración que el presente exige dejar de existir. Y, en general, la prolongación del tiempo comporta dispersión de una unidad que existe en el presente. Y por eso se dice con razón que el tiempo es una «imagen de la eternidad», porque trata de desvanecer en su propia dispersión lo permanente de aquélla. De ahí que, si esa imagen le quita a la eternidad lo que en ésta hubiera habido de permanente y se lo apropia, lo destruye: queda a salvo por un momento y en cierto modo gracias a la eternidad; pero perece si pasa a estar del todo en la imagen. Y así, puesto que la felicidad está en la vida buena, es evidente que hay que ponerla en la vida misma del Ser, porque ésta es la más eximia. Luego no debe ser numerada con el tiempo, sino con la eternidad. Ahora bien, la eternidad no debe ser ni mayor, ni menor ni de extensión alguna, sino lo determinado, lo inextenso y lo intemporal. Y, por tanto, no hay que hacer coincidir el Ser con el no-ser, ni el tiempo ni lo perpetuamente temporal con la eternidad, ni hay que extender lo inextenso, sino tomarlo todo entero, si lo tomas alguna vez, tomando no lo indiviso del tiempo, sino la vida de la eternidad, la que no consta de una serie de tiempos, sino que existe toda junta desde todo tiempo.

8. Y si alguno dijera que el recuerdo de las cosas pasadas, perviviendo en el presente, incrementa la dicha de quien haya vivido en la felicidad durante más tiempo, ¿qué querría decir con lo del recuerdo? Porque o es el recuerdo de la sabiduría habida anteriormente, de modo que lo que querría decir es que es más sabio y no se atendría a la hipótesis, o se referiría al recuerdo del placer, como si el hombre feliz necesitara de una buena sobredosis de gozo y no le bastara con el presente. Sin embargo, ¿qué puede tener de placentero el recuerdo de lo placentero? Por ejemplo, si se acordara de que ayer disfrutó de un buen plato (y aún sería más ridículo al cabo de diez años), y, tocante a la sabiduría, que el año pasado era sabio.

9. Pero si el recuerdo fuera de las cosas excelentes, ¿cómo negar que, en este caso, tendría sentido? Pero eso es propio de un hombre que, en la actualidad, está falto de las cosas excelentes y que, por no tenerlas ahora, busca el recuerdo de las pasadas.

10. Pero la prolongación del tiempo ocasiona numerosas acciones nobles, en las que no tiene parte el que es feliz por poco tiempo, si hay que llamar feliz en absoluto a quien no lo es gracias a que sus acciones nobles son muchas.

Pero decir que la felicidad resulta de multitud de tiempos y de acciones, es constituir la felicidad como suma de los componentes ya no existentes, sino pasados, y de uno solo presente. Por eso hicimos depender la felicidad de lo presente y luego nos preguntábamos si es mayor felicidad el haber sido feliz por más tiempo. Esto es, pues, lo que hay que investigar: si la felicidad prolongada por mucho tiempo gana más por el mayor número de acciones. Pues bien, en primer lugar, es posible ser feliz aun sin haberse visto implicado en acciones, y no menos, sino más, que quien ha estado consagrado a la acción. En segundo lugar, las acciones no confieren bondad por sí mismas; son las disposiciones las que hacen buenas aun a las acciones; y el sabio cosecha el bien aun en la acción, no porque obre ni como resultado de lo accesorio, sino como resultado de lo que posee. Pues aun la salvación de la patria podría ser obra incluso de un hombre vulgar, y el sabio disfrutaría por la salvación de la patria aun siendo otro el salvador. No es, por tanto, la acción la causa del placer del hombre feliz; es la disposición la que es causa tanto de la felicidad como del deleite que pueda redundar de ésta. Poner la felicidad en las acciones, es ponerla en lo que es extrínseco a la virtud y al alma. Porque la actividad propia del alma consiste en pensar sabiamente y en actuar en sí misma sabiamente. Y en esto consiste el estado de felicidad.