Igal: Tratado 4,1 (IV,2,1) – A realidade da alma

1. En lo que hemos investigado sobre la esencia del alma pudimos mostrar que no es un cuerpo, ni tan siquiera, entre los seres incorpóreos, lo que consideramos la armonía o la entelequia de un cuerpo. Esto último no es verdad, tal como se dice, ni tampoco nos indica lo que es el alma, cuya investigación nosotros hemos abandonado. Si afirmamos que el alma es de naturaleza inteligible y de rango divino, veremos algo más claro en lo que atañe a su esencia. Pero, aún así, conviene todavía ir más lejos.

Por entonces, dividíamos las cosas en cosas sensibles y cosas inteligibles, colocando al alma entre las cosas inteligibles. Daremos ahora por sentado, en efecto, que el alma se encuentra en el mundo inteligible y proseguiremos por otro camino la búsqueda de su naturaleza.

Decimos, pues, que hay cosas ya en principio divididas y dispersas por su misma naturaleza. En ellas, ninguna de sus partes es idéntica a otra, ni tampoco al conjunto; cada parte, por el contrario, ha de ser menor que el todo. Esto ocurre con las magnitudes sensibles y los cuerpos materiales, cada uno de los cuales ocupa un lugar apropiado, siendo así que no puede encontrarse a la vez en varios lugares. A todas estas cosas se opone una esencia, que no admite en modo alguno la división; indivisa e indivisible, esta esencia no admite, como decimos, la división, ni siquiera por medio del pensamiento. No tiene, por tanto, necesidad de lugar, ni se encuentra en ningún ser particular, ya en parte, ya en totalidad. Cabalgando sobre todos los seres a la vez, no para fijarse en ellos sino para que todos ellos no puedan ni quieran prescindir de ella, resulta una esencia siempre idéntica a sí misma y un punto común a todas las cosas que vienen después de ella; algo así como el centro en un círculo, pues todos los rayos que van del centro a la circunferencia dejan al centro inmóvil, aunque realmente provengan de él y tengan de él su propio ser. Porque es indudable que participan del centro, punto indivisible que es su principio; pero avanzan desde él, bien que no puedan eludir su dependencia

Hay, por tanto, y en primer lugar, un ser indivisible que actúa como guía de las realidades inteligibles; pero, a la vez, se da otra esencia completamente dividida en las realidades sensibles. Y aun pudiéramos hablar de una tercera, que se halla antes de lo sensible, muy cercana a él e incluso en él; esta naturaleza no se encuentra primitivamente dividida, como los cuerpos, sino que se divide cuando viene a los cuerpos. Al estar los cuerpos divididos, la forma que se da en ellos también se divide; no obstante, se aparece toda entera en cada una de las partes que resultan, como si la forma se multiplicase y cada una de sus partes se separase de las otras, dividiéndose de este modo al insertarse en los cuerpos. Esto es lo que ocurre con los colores, las cualidades y cada una de las formas; pues la forma puede encontrarse toda entera a la vez en varios cuerpos separados, sin que ocupe ninguna parte de un cuerpo que experimente lo que cualquier otro. De modo que aceptaremos que esta esencia se halla toda ella dividida. Al lado de la esencia indivisible, e inmediata a ella, se dará una esencia que proviene de aquélla. Y esta esencia recibe la indivisibilidad de la esencia indivisible, pero como, en su avance, tiende hacia la esencia divisible, resulta ser intermedia entre la esencia indivisible primera y la esencia que se divide en los cuerpos y se encuentra en ellos. No es ya, verdaderamente, como un color o una cualidad que aparece la misma en varios cuerpos, pero presentando cada una de sus partes alejada de las otras, en la medida que cada cuerpo está también alejado de los otros.

La magnitud es una cualidad única, pero, aun siendo idéntica en cada parte de una masa, no proporciona a las partes ninguna comunidad de afectos, ya que, dejando a salvo la identidad, hay en cada parte una extensión diferente. Esta cualidad será, pues, algo idéntico y propio de las cosas, pero nunca una esencia.

Aquella naturaleza que, según decíamos, estaba próxima a la esencia indivisible, puede considerarse una esencia. Es una esencia, añadimos, que viene a los cuerpos y, accidentalmente, se divide en ellos; pero esta división no la experimentaba, en realidad, antes de ofrecerse a los cuerpos. Cuando viene a los cuerpos, y ello aunque se trate del mayor y del que se extiende a todas las cosas, se ofrece en totalidad y sin dejar por esto de ser una; su unidad, sin embargo, no debe entenderse como la unidad de un cuerpo. Porque la unidad de un cuerpo guarda cierta continuidad, aunque cada una de sus partes sea diferente en uno y otro punto. Más, esa naturaleza a la que llamamos alma, a la vez divisible e indivisible, no es lo mismo que una unidad continua, con partes claramente diferentes. Es divisible, porque está en todas las partes del cuerpo en que se encuentra; y es indivisible, porque esta toda entera en todas partes y en una parte cualquiera de ese cuerpo.

Viendo esto, se podrá llegar a conocer la magnitud y la potencia del alma. Y quien lo observe podrá también comprobar qué cosa más divina y extraordinaria es el alma y cuán por encima se halla de todas las demás cosas. Aun sin tener magnitud alguna, el alma está en toda magnitud; se encuentra aquí y allá, pero no por ello es diferente, sino la misma en todas partes. De modo que aparece dividida y no está, sin embargo, dividida. Y aún más: no está dividida, ni puede siquiera estarlo alguna vez, ya que permanece toda entera consigo misma. Si se divide en los cuerpos es porque los cuerpos, a causa de la división que les es propia, no pueden recibirla indivisiblemente. Con lo que debe concluirse que la división afecta a los cuerpos, pero no al alma.

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