2. Sin embargo, si rehusan la buena vida a las plantas por razón de que carecen de sensación, corren el riesgo de no concedérsela ya tampoco a todos los animales. Porque si hacen consistir la sensación en que la experiencia sea consciente, es preciso que la experiencia misma sea buena antes que consciente; es decir, que guarde conformidad con la naturaleza, aun cuando no sea consciente, y que sea apropiada, aun cuando el sujeto desconozca todavía que es apropiada y que es placentera (eso sí, debe ser placentera); de suerte que si esa experiencia es buena y está presente, ya el que la tiene está en buen estado. Conque ¿qué necesidad hay de añadir la percepción Consciente? A menos, claro está, que pongan el bien no ya en la experiencia habida o en el estado resultante, sino en el conocimiento y en la percepción consciente. Pero eso precisamente equivaldría a identificar el bien con la percepción misma y con una actividad de la vida sensitiva, y, en consecuencia, sea cual fuere el objeto de la percepción.
Pero si alegan que el bien consta de ambas cosas, a saber, de la percepción de tal objeto, ¿cómo es que, siendo indiferente lo uno y lo otro, dicen que es bueno el conjunto de ambos? Pero si suponen que la experiencia es buena y que el buen vivir consiste en tal estado cuando uno conozca que el bien le está presente, habrá que preguntarles si uno vive bien porque conoce que el bien presente está presente, o si hay que conocer no sólo que es placentero, sino además que ése es el bien. Pero si hay que conocer que ése es el bien, eso ya no es obra de la percepción, sino de una facultad distinta superior a la de la percepción. Y, por tanto, el buen vivir competerá no a quien disfrute de placer, sino a quien sea capaz de conocer que el placer es el bien. Así que la causa del buen vivir no será el placer, sino la facultad de juzgar que el placer es el bien. Y la facultad que juzga es de rango superior al de esa experiencia, porque es razón o inteligencia, mientras que esa experiencia es un placer. Ahora bien, en ningún caso lo irracional es superior a la razón. Entonces, ¿cómo podrá la razón preterirse a sí misma y dictaminar que otra cosa incluida en el género contrario al suyo le es superior? De todos modos, no parece sino que cuantos rehusan el buen vivir a las plantas y cuantos la cifran en un tipo determinado de sensación, sin darse cuenta andan buscando el buen vivir en algo superior y haciendo consistir ese algo superior en una vida más clara.
Pasando a cuantos lo hacen consistir en la vida racional y no meramente en vivir ni siquiera con vida sensitiva, puede que tengan razón. Pero conviene preguntarles por qué es así y por qué restringen la felicidad al animal racional. ¿Por qué añadir lo de «racional»? ¿Porque la razón es más ingeniosa y es sagaz para rastrear y asegurarse las cosas primarias conformes con la naturaleza o independientemente de su habilidad para rastrear y dar alcance? Si es por su mayor destreza en el hallazgo, la felicidad competerá aun a los seres carentes de razón, caso de que por instinto y sin ayuda de la razón den alcance a las cosas primarias conformes con la naturaleza. La razón será auxiliar y no será elegible por sí misma, ni ella ni su perfeccionamiento, que decimos que es la virtud. Pero si dijereis que la valía de la razón no se debe a las cosas primarias conformes con la naturaleza, sino que es bien venida por sí misma, habréis de decirnos qué otra actividad es la suya, cuál es su naturaleza y qué la hace perfecta. Porque no debe ser la consideración centrada en esas Cosas la que la haga perfecta, sino que su perfección debe consistir en otra cosa, otra debe ser su naturaleza y ella misma no debe ser una de esas cosas primarias conformes con la naturaleza, ni una de las causas de las cosas primarias conformes con la naturaleza ni debe, en absoluto, pertenecer a esa clase de cosas, sino ser superior a todas ellas. De lo contrario, no creo que ellos vayan a ser capaces de explicar en qué está la valía de la razón. Pero a éstos, mientras no encuentren una naturaleza superior a la de las cosas en las que ahora se detienen, hay que dejarles que se queden ahí donde quieren quedarse, desconcertados sobre cómo les viene el buen vivir a aquellos de entre éstos que son capaces de conseguirlo.