Igal: Tratado 52 (II, 3, 16-18) — SOBRE LOS ASTROS Y SU ACTIVIDAD

16. Pero, ¿qué quieren decir los términos mezclado y no-mezclado, separado y no separado, cuando el alma se encuentra unida al cuerpo? ¿Qué es realmente el ser animado? Trataremos de averiguarlo después, pero siguiendo ya otro camino; porque no coinciden las opiniones sobre este punto. Ahora diremos, si acaso, en qué sentido afirmamos que “el alma gobierna el universo de acuerdo con la razón”. ¿Produce el alma directamente cada uno de los seres, por ejemplo el hombre, el caballo, cualquier otro animal o una bestia, y antes de nada el fuego y la tierra? Y luego, al ver que estos seres se encuentran y se destruyen unos a otros: ¿presta ayuda a la relación derivada de ellos y a los hechos que de aquí resultan para un tiempo indefinida? ¿Colabora acaso a la serie de los acontecimientos produciendo de nueva los seres animados que ya había al principio, o deja que éstos actúen por su cuenta? ¿O bien decimos que (el alma) es la causa de estos hechos y que produce consecuencias derivadas de ella? Con la palabra razón damos a entender que cada ser sufre y actúa no por azar, ni por itria cadena casual de acontecimientos, sino de una manera necesaria. ¿Es ésta la acción de las razones (seminales)? ¿O bien existen estas razones, pero sólo para conocer y sin que nada produzcan? Entonces será el alma, poseedora de las sazones seminales, la que conozca los resultados de todas sus acciones, con lo cual en las mismas circunstancias deberán producirse los mismos efectos. El alma aprehende y prevé dichos efectos, obtiene de ellos las consecuencias necesarias y verifica su enlace. Así, reúne los antecedentes con los consiguientes y forma con éstos de nuevo la serie de los antecedentes, como si partiese siempre de le presente; de donde resulta quizá que todo lo que sigue ya siempre a peor, y en este sentido, los hombres de otro tiempo eran distintos de los de ahora porque, en el intermedio, las razones seminales han ido cediendo continuamente a los fenómenos de la materia. El alma observa todo esto y sigue de cerca lo que ella misma hace; ésa es su vida, que le impide apartarse de su obra y descuidar jamás sus propios fines. Tengamos en cuenta que su producción no ha surgido de una vez para que podamos considerarla perfecta; sino que, al contrario, el alma es como un labrador que, luego de haber sembrado y plantado, endereza lo que dañaron los inviernos lluviosos, los fríos continuos o los vientos huracanados.

Si esto parece ilógico, convendrá decir mejor que tanto la destrucción de los seres como las acciones provenientes de su imperfección son conocidas por el alma por estar contenidas en sus razones seminales. Siendo esto así, diremos también que las razones seminales son la causa de ésa imperfección, y ello aunque en su arte y en su razón no se encuentre error o algo que contradiga esta obra o la destruya. Podrá decirse tal vez que para él universo no hay nada contrario a la naturaleza ni tampoco nada malo; pero, con todo, tendrá que admitirse lo peor y lo mejor. Porque, ¿no colabora lo que es peor a la perfección universal y no conviene, además, que todas las cosas sean buenas? Es claro que todas las cosas contrarias trabajan en común y que el mundo no se concibe sin ellas; lo mismo acontece con cada uno de los seres animados. La razón seminal modela a los seres y les obliga a ser mejores; pero sus defectos permanecen en potencia en las razones y en acto en los seres engendrados. El alma universal no tiene necesidad de producir nada ni de hacer que actúen las razones, aunque la materia produzca una conmoción en todo lo que deriva de las razones, tendiendo a volverlo peor; pero, no obstante, acaba por ser dominada y conducida siempre a lo mejor. De modo que de todas las cosas surge lo que es uno, bien que aquéllas deriven de la materia y de las razones y sean diferentes de lo que eran en las razones.

17. ¿Podremos llamar pensamientos a estas razones que se dan en el alma? Pero, ¿cómo actuar verdaderamente conforme al pensamiento? Porque la razón seminal que obra en la materia es algo que actúa naturalmente; y no se trata de un pensamiento, ni de una visión, sino de una potencia que modifica la materia. Tampoco conoce, sino que obra a la manera como un sello o como una figura que se refleja en el agua; aunque como el círculo, la potencia vegetativa y generadora recibe de otra parte su poder. Y siendo así, la parte principal del alma debe alterar entonces el alma material y generadora. Pero, ¿la modifica luego de haber reflexionado? Porque si reflexiona, tendrá un punto de referencia; habrá de referirse a algo distinto de ella o a lo que ya se da en ella. En este caso, naturalmente, no tendría necesidad de reflexionar; porque ya no es ella la que produce la modificación, sino la potencia que encierra en sí misma las razones. Esta potencia es, en el alma, la más capacitada para actuar. Pero actúa de acuerdo con las ideas, y, para darlas, ha de recibirlas de la inteligencia. He aquí, pues que la inteligencia las da al alma del universo, y el que viene después de la inteligencia las da a su vez al alma que viene después de ella, a la que ofrece brillo y forma; y esta última, como ordenada por aquélla, produce ya las cosas. Sin embargo, esta producción se verifica unas veces libremente y otras (caso peor) con notoria dificultad; pero teniendo, como efectivamente tiene, la capacidad de producir y hallándose cargada de razones — de razones que no son las primeras — (el alma) producirá según lo que ella misma ha recibido, y nacerá de ella como es evidente algo que resulta siempre peor: un ser animado, pero de lo más imperfecto, que sobrelleva difícilmente su propia vida, porque es ya un ser inferior, de natural descontentadizo y violento, como hecho de una materia también inferior. Consideraremos esta materia como el sedimento amargo dejado por los seres superiores; sedimento que se extiende y se incorpora al universo.

18. ¿Son necesarios, pues, los males en el universo, por seguirse de los seres superiores? Sí lo son, porque si no lo fuesen, el universo sería imperfecto. Muchos de entre ellos, e incluso todos, prestan algún servido al universo, como ocurre con los animales venenosos, aunque esto se nos oculta la mayoría de las veces. Aun el vicio reporta mucha utilidad y produce cosas hermosas, como por ejemplo la belleza de todo producto artificial. Por él nos inclinamos a la prudencia, ya que no nos permite descansar en la seguridad.

Si lo que ahora decimos es justo, el alma del universo debe contemplar los seres mejores y enderezarse siempre hacia la naturaleza inteligible y hacia Dios. Llena y colmada de ellos hasta la saciedad, brota entonces del alma una especie de imagen, que ocupa en aquélla su límite más bajo. Esta imagen es precisamente la productora de las cusas, la que ocupa el lugar inferior en la escala de las potencias; sobre ella se encuentra la parte principal del alma, llena de formas que provienen de la inteligencia; y aun por encima quedará situada la inteligencia del demiurgo, que da al alma; que viene después de ella, esas formas cuyas huellas convienen al tercer rango. Se dice, pues, con razón que el mundo es una imagen, reproducida de modo indefinido; la primera y la segunda realidad permanecen inmóviles, y lo mismo puede decirse de la tercera, aunque ésta, por hallarse sometida a la materia, es movida por accidente.

En tanto existan una inteligencia y un alma, las razones (seminales) estarán fluyendo hacia la última especie de alma; al igual que en tanto exista el sol, toda luz provendrá de él.