Igal: Tratado 52 (II, 3, 9-15) — SOBRE LOS ASTROS Y SU ACTIVIDAD

9. Vayamos, ahora al ejemplo del huso, que fue considerado por unos, ya desde antiguo, como un huso que trabajan las Parcas, y por Platón como una representación de la esfera celeste; las Parcas y la Necesidad, su madre, eran las encargadas de hacerle girar, fijando en suerte, al nacer el destino de cada uno. Por ella misma todos los seres engendrados alcanzan su propia existencia. En el Timeo, a su vez, el demiurgo nos da el principio del alma, aunque son los dioses que se mueven lo que facilitan las terribles y necesarias pasiones: así, los impulsos del ánimo, los deseos, los placeres y las penas, al igual que la otra parte del alma de la que recibimos esas pasiones Las mismas razones nos enlazan a los astros, de los cuales obtenemos el alma; y en virtud de ello quedamos sometidos a la necesidad una vez llegados a este mundo. ¿De dónde provienen entonces nuestros caracteres y, según los caracteres, las acciones y las pasiones que tienen su origen en un hábito pasivo? ¿Qué es, pues, lo que queda de nosotros? No queda otra cosa que lo que nosotros somos verdaderamente, esto es, ese ser al que es dado, por la naturaleza, el dominio de las pasiones, Pero, sin embargo, en medio de los males con que somos amenazados por la naturaleza del cuerpo, Dios nos concedió la virtud, que carece de dueño Porque no es en la calma cuando tenemos necesidad de la virtud, sino cuando corremos peligro de caer en el mal, por no estar presente la virtud. De ahí que debamos huir de este mundo y alejarnos de todo aquello que se ha añadido a nosotros mismos. Y no hemos de ser siquiera algo compuesto, un cuerpo animado de alma en el que domina más la naturaleza del cuerpo, quedando sólo en él una simple huella del alma; si es así, la vida común del ser animado es en mayor medida la del cuerpo, y todo cuanto depende de ella es realmente corpóreo. Atribuimos, por tanto, a otra alma que se halla fuera de aquí ese movimiento que nos lleva hacia arriba, hacia lo bello y hacia lo divino donde a nadie es permitido mandar; muy al contrario, es el alma la que se sirve de este impulso para hacerse igual a lo divino y vivir de acuerdo con él en el lugar de su retiro. Al ser abandonado de esta alma corresponde, en cambio, una vida sujeta al destino; los astros no son para él, en este mundo, únicamente signos, sino que él mismo se convierte en una parte, sumisa por completo al universo, del cual es precisamente parte. Cada ser es ciertamente doble esto es, un ser compuesto y que sin embargo, resulta uno mismo; así, todo el universo es un ser compuesto de un cuerpo y de un alma enlazada a este cuerpo, y es también el alma del universo que no se encuentra en el cuerpo, pero que ilumina los propios vestigios de ella existentes en el cuerpo. Son igualmente dobles el sol y todos los demás astros. Como su otra alma es pura no producen nada pernicioso, pero algo engendran en el universo ya que son una parte de él y constituyen cuerpos vivificados por un alma. He aquí que cada uno de estos cuerpos es una parte del universo, que actúa sobre otra; pero su alma verdadera tiende, sin embargo, su mirada hacia el bien supremo. También las demás cosas siguen de cerca este principio y, mejor que a él, a todo lo que priva alrededor de él. Esta acción se ejercita no de otro modo que la del calor proveniente del fuego, que se extiende por todas partes; y es algo así corno la influencia del alma ejercida sobre otra alma con la cual tiene parentesco.

Las contrariedades habrán de atribuirse a la mezcla porque es claro que la naturaleza del universo aparece mezclada, a la cual, si se la separase del alma, apenas alcanzaría ningún valor. El universo es como un dios, en el supuesto de que el alma entre en cuenta; lo que queda sin ella, dice (Platón), es como un gran demonio, que posee las pasiones de los demonios

10. Si esto es así, hemos de admitir ahora que los astros actúan de signos. Pero no producen todas las cosas, sino tan sólo los propios estados pasivos del universo y cuanto subsiste de ellos sin la presencia viva del alma. Hemos de conceder al alma ciertas cualidades antes de que llegue al nacimiento; porque no podría integrarse en un cuerpo de no estar dispuesta asimismo a un intenso sufrir. Concedamos a la vez que, luego de entrada en el cuerpo, el alma queda sometida a la suerte y al movimiento que rige el universo. E, igualmente, que el movimiento del cielo es concurrente con el del universo y que realiza por sí mismo todo lo que a éste concierne. De tal modo, cada uno de los cuerpos tiene ahí la consideración de parte.

11. Pero hemos de pensar también que cuanto viene a nosotros de los astros no es ya, en el momento en que lo recibimos, lo mismo que era en el momento de su partida. Así como el fuego de la tierra es oscuro, de igual manera la disposición hacia la amistad aparece debilitada en aquel que la recibe, no llegando a producir, por tanto, una amistad completamente bella. El impulso del ánimo que, en la condición de un hombre normal, produciría el carácter viril, en un hombre inmoderado origina la irritación o la indolencia, lo mismo que el deseo del honor, incluso si tiende hacia algo honroso, ha de contentarse con una simple apariencia de lo que pretende. Digamos que de la inteligencia se origina la astucia, que quiere siempre alcanzar a aquélla, aunque vanamente. Las disposiciones recibidas de lo alto no responden, en nosotros a su carácter y se vuelven malas; pero esto no ocurre solamente a su llegada, sino que ya, verdaderamente, no permanecen como en el momento de su partida, mezcladas como están ahora al cuerpo, a la materia, y todas ellas entre si.

12. Las influencias de los distintos astros tienden realmente a unificarse, en tanto que cada uno de los seres que nacen recibe algo característico de esta mezcla, llegando a especificar así lo que él es y sus propias cualidades. Porque es claro que los astros no producen el caballo, pero algo le proporcionan; y si es cieno que “el caballo nace del caballo y el hombre del hombre”, también el sol colabora en su formación. Pues si el hombre nace de una razón (seminal), no es menos verdad que las circunstancias externas pueden perjudicarle o favorecerle. Siendo semejante al padre, el hijo, por lo general, está mejor hecho que aquél, aunque pueda, en ocasiones, llegar a ser peor. Todo esto, sin embargo, no nos hace abandonar nuestro propósito, bien que cuando prevalezca la materia, y no la naturaleza, el ser no alcance su perfección, al ser superada su forma por la materia.

13. Conviene que ahora tomemos tu consideración y distingamos estos dos casos, a saber, el hecho de que unas cosas derivan del movimiento del cielo y otras no, diciendo ademas, de manera general, de dónde proviene cada cosa. Nuestro principio es el siguiente: el alma gobierna el universo de acuerdo con la razón y puede ser comparada al principio que, en cada ser animado, modela las partes de este y las ordena con ese todo del que ellas son parte. En el todo se da la totalidad de las partes, pero en cada parte no se da, en cambio, más que ella misma. Las cosas de fuera son aquí unas veces contrarias y otras favorables a la voluntad de la naturaleza; en tanto en el universo todos los seres, sin excepción alguna, están ordenados al conjunto por ser precisamente sus partes; de ese todo tienen su naturaleza y con él colaboran por su inclinación característica hacia la vida universal.

Los seres inanimados han de ser considerados como instrumentos, movidos a la acción por un impulso que les viene le fuera. Y en cuanto a los seres animados ocurrirá lo siguiente: unos conocerán un movimiento sin límite, cual si se tratase de caballos enganchados que, antes de que el auriga decida sobre la carrera, han de ser dominados a golpe, otros, y hablamos ahora de los de naturaleza racional, tienen en si mismos su propio conductor. Si este conductor es diestro, su carrera será recta y nunca fortuita, como tantas veces ocurre. Unos y otros, sin embargo, están en el interior del universo y colaboran con el todo; los mayores de entre ellos y los que merecen más estima actúan continuamente y colaboran en gran medida a la vida del universo; su disposición es, desde luego, mucho más activa que pasiva. Pero hay otros que perseveran en su pasividad, por carecer apenas de poder para la acción. Y aun puede hablarse de aquellos seres intermedios, que son pasivos en relación con los primeros, pero que actúan con renovada frecuencia y, en muchos casos, sacan de sí mismos el principio de sus acciones y creaciones.

Así se origina la vida universal en la que los seres mejores tienen también la actividad mejor, en razón de que poseen en si mismos el mejor principio; no obstante, deberán subordinarse a su jefe, como lo hacen los soldados con su general; de ellos se dice que “siguen a Zeus’, inclinado a la naturaleza inteligible. Los que poseen una naturaleza inferior ocupan el segundo lugar en el universo, análogamente a lo que tiene el segundo lugar en nuestra alma. En cuanto a los demás se encuentran en el universo a la manera como en nosotros nuestros órganos; porque es indudable que todos ellos no son iguales.

Todos los seres animados viven de conformidad con la razón del universo. Y no sólo los seres animados que están en el cielo sino todos los demás que se reparten por el universo; pues ninguna parte del universo, ni aun la mayor, tiene el poder de transformar las razones de los seres, y ni siquiera lo producido en ellos por estas mismas razones. Puede producir, si acaso, una alteración en doble sentido, mejor o peor, sin que por esto los haga salir de su naturaleza. Y así hace peores a los seres, bien originando su debilidad corporal, bien convirtiéndose accidentalmente en causa de rebajamiento pan esa alma que simpatiza con ella, y que por ella también ha recibido su inclinación hacia abajo. E incluso de la constitución defectuosa del cuerpo hace un obstáculo para la actividad del ser que se vuelve hacia ella, el cuerpo no es entonces otra cosa que una lira desajustada, que no puede recibir el acuerdo riguroso de los sonidos musicales.

14. ¿Cómo concebir ahora la pobreza y la riqueza, la celebridad y el poder? Porque, si la riqueza proviene de los padres, los astros dan fe de ella, lo mismo que anuncian el buen linaje si éste se debe sólo al nacimiento; ahora bien, si ha de atribuirse a la virtud, entonces el cuerpo pude colaborar a ella, contribuyendo a la vez todas las partes que fortalecen el cuerpo, como por ejemplo, y ante todo, los propios padres, y luego cualesquiera influencias recibidas, sean del cielo, sean de la tierra; aunque la virtud pudo adquirirse igualmente sin la intervención del cuerpo, con lo que la riqueza habrá de atribuirse casi por entero al mérito y a la contribución recompensadora de los dioses. Si los donantes son buenos, la causa de la riqueza habrá de buscarse en la virtud; pero si éstos son malos; y su donación es justa, es claro que habrán actuado, en este caso, según la parte mejor que hay en ellos. Si el que ha adquirido la riqueza es perverso, en su perversidad tendrá origen la riqueza adquirida; y ella será también su causa; aunque habrán colaborado al enriquecimiento todos los que hayan dado dinero a ese hombre. Si la riqueza proviene del trabajo, como ocurre en el cultivo de la tierra, deberá atribuirse al agricultor, aunque es natural que las circunstancias hayan colaborado con él; si proviene, en cambio, del descubrimiento de un tesoro, algo habrá que conceder al curso general de las cosas, con lo cual es factible su previsión, dado que, todos los hechos, sin excepción, se siguen unos de otros y pueden ser predichos en su totalidad. Si alguien ha perdido mis riquezas y si, por ejemplo, se las han robado, la causa particular de la pérdida será el ladrón y nadie más; pero, en cambio, si esas riquezas las ha perdido en el mar, la cada serán únicamente las circunstancias.

En cuanto a la fama, digamos que puede ser justa o no. Si es lo primero, habrá que atribuirla a nuestras acciones y a la opinión honrada de los demás; pero si no es justa, descansará entonces en la injusticia de quienes nos halagan. El mismo razonamiento puede aplicarse al poder: esto es, que puede ser conveniente, o no; en el caso de que lo sea, habrá que atribuirlo a la recta opinión de quienes han elegido (al hombre); y si no lo es, entonces se habrá conseguido con la ayuda ajena o con el concurso de cualquier otro medio. La unión matrimonial descansa en la libre elección, o en una serie de circunstancias casuales y azarosas atribuibles al curso del universo; lo mismo ocurre con el nacimiento de los hijos: pues si nada lo impide, el niño es conformado según la razón (seminal), en tanto esta conformación resulta deficiente si algún obstáculo interno como la disposición de la mujer encinta u otras circunstancias concomitantes se muestran desfavorables al embarazo.

15. Platón, antes de referirse al movimiento del huso, concede la debida importancia a la suerte elegida por nosotros; y a continuación, habla de la suerte atribuible al huso, que concurre enteramente con aquélla. También el demonio colabora en su cumplimiento. Entonces, nos preguntamos: ¿qué papel corresponde al huso? Su suerte, contestaremos, dice relación al estado del universo cuando se produce la unión del alma y el cuerpo, a la condición del mismo cuerpo en el que entra el alma, a la progenie del recién nacido y a los lugares donde nace y, por así decirlo, a todas las circunstancias externas que influyen en él. Todas estas circunstancias, en efecto; son producidas y entramadas por una de las Parcas, Cloto, que las hace manifiestas particular y totalmente, mientras que Láquesis procede al reparto de la suerte y Atropos, por su parte, la impone con absoluta necesidad. Algunos hombres hay que dependen enteramente del universo y de las cosas externas; son como hombres encantados y bien poco o nada representan. Otros, en cambio, ejercitan todo su poder, levantan su cabeza hacia lo alto y hacia fuera, y dejan a salvo lo mejor de su alma y la parte principal de su ser. No ha de creerse, pues, que el alma es de tal naturaleza que todo lo recibe de fuera; ni que ella es de tal condición que, entre todas las demás cosas, carece de una naturaleza propia. Necesita el alma, por el contrario, y mucho más que las otras cosas, puesto que ella es un principio, disponer de facultades adecuadas para la actividad que le es natural. Siendo una sustancia, no puede dejar de poseer, con la existencia, tendencias que la inclinen hacia la posesión del bien. El ser compuesto de alma y de cuerpo procede seguramente de otro cuerpo compuesto de la naturaleza, y de él tiene lo que es y su propia actividad; pero el alma, si realmente se separa del cuerpo, ha de actuar por sí misma y con independencia de aquél; las impresiones del cuerpo no le serán atribuibles porque ella ve en adelante que el cuerpo y el alma son seres distintos.