Igal: Tratado 54 (I, 7) — DEL BIEN PRIMARIO Y DE LOS OTROS BIENES

1. ¿Puede decirse que el bien de cada ser consista en otra cosa que en aquella actividad de su vida que sea conforme a naturaleza? Y si alguno consta de varios elementos, ¿puede decirse que su bien consiste en la actividad propia y conforme a naturaleza, siempre que no sea deficiente en nada, del elemento mejor que hay en él? El bien natural del alma consistirá, por tanto, en una actividad suya. Pero suponiendo que además, cuando es un alma eximia, dirija su actividad a la cosa más eximia, ésta será el Bien, no sólo con respecto al alma, sino el Bien sin más.

Suponiendo, pues, que haya algo que, siendo el más eximio de los seres y aun estando más allá de los seres, no dirija su actividad a otra cosa mientras las otras dirijan la suya a él, es evidente que ése será el Bien por el que, además, les es posible a las otras participar del Bien. Ahora bien, las otras cosas, cuantas poseen el Bien de ese modo, pueden poseerlo de dos maneras: por haberse asemejado a él y por ejercitar su actividad dirigiéndola a él. Si, pues, el deseo y la actividad se dirigen al Bien más eximio, sigúese que, como el Bien no dirige su mirada a otra cosa ni desea otra cosa porque es, en su quietud, fuente y principio de actividades conforme a naturaleza y porque hace boniformes a las otras cosas, mas no en virtud de una actividad dirigida a ellas, pues son ellas las que dirigen la suya a él, ese principio no debe ser el Bien en virtud de su actividad ni de su intelección, sino que debe ser el Bien por sí solo. Además, como está «más allá de la Esencia» también está más allá de la actividad y más allá de la Inteligencia y de la intelección.

Además, el Bien hay que concebirlo, a su vez, como aquello de lo que están suspendidas todas las cosas, mientras que aquello mismo no lo está de ninguna, pues así es también como se verificará aquello de que «es el objeto del deseo de todas las cosas». El Bien mismo debe, pues, permanecer fijo, mientras que las cosas todas deben volverse a él como el círculo al centro del que parten los radios. Y un buen ejemplo es el sol, pues es como un centro con respecto a la luz que, dimanando de él, está suspendida de él. Es un hecho al menos que, en todas partes, la luz acompaña al sol y no está desgajada de él. Y aun cuando tratares de desgajarla por uno de sus dos lados, la luz sigue suspendida del sol.

2. Y todas las otras cosas, ¿cómo están suspendidas del Bien? Las inanimadas lo están del alma, y el alma del Bien por la Inteligencia. Pero cada cosa posee algo del Bien por ser una en cierto modo y por ser ente en cierto modo; pero participa además de forma. Del modo, pues, como participa de estas cosas, así también participa del Bien. Luego participa de un remedo, pues las cosas de las que participa son remedos de ser y de unidad; y lo mismo la forma.

En cambio, la vida del Alma, la del Alma primera que subsigue a la Inteligencia, está más cerca de la realidad, y por la Inteligencia es boniforme esta Alma; mas poseerá el Bien, si mira hacia él. La Inteligencia, empero, subsigue al Bien. Por lo tanto, para el ser al que competa la vida, la vida es su bien; para el que tenga parte en la inteligencia, la inteligencia es su bien; en consecuencia, aquél al que competa vida con inteligencia, accede al Bien por doble título.

3. Si, pues, la vida es un bien, ¿compete este bien a todo viviente? ¡Oh, no! La vida del malo es renqueante, como lo es la del ojo que no ve con limpidez, porque no desempeña su función propia.

Si, pues, la vida que tiene mezcla de mal es un bien para nosotros, ¿cómo negar que la muerte sea un mal? ¿Un mal para quién? El mal debe sobrevenir a alguien; pero para aquel que ya no existe o, si existe, está privado de vida, ni aun en este caso hay mal alguno, como no hay mal alguno para una piedra. Pero si hay vida y alma después de la muerte, ya será un bien, tanto mayor cuanto mejor realiza sin el cuerpo sus propios actos. Y si, por otro lado, se integra en el Alma total, ¿qué mal puede sobrevenirle, estando allá? Y, en general, así como para los dioses hay bien, eso sí, pero no mal alguno, así tampoco lo habrá para el alma que preservare su propia pureza. Pero si no la preserva, será un mal para ella no la muerte, sino la vida. Y si además hay castigos en el Hades, de nuevo aun allá la vida será un mal para ella porque no será meramente vida.

Pero si la vida es asociación de alma y cuerpo, mientras que la muerte es disociación de los mismos, el alma será susceptiva de ambas cosas. Ahora bien, si la vida es buena, ¿cómo negar que la muerte sea un mal? Es que la vida es un bien para los que la poseen no en cuanto asociación, sino porque por la virtud se guarda uno del mal; pero la muerte es un bien mayor. O mejor, hay que decir que de suyo la vida misma en el cuerpo es un mal, pero que por la virtud el alma se sitúa en el bien porque no vive la vida del compuesto, sino que está ya separándose de él.