Laq 178a-181d: Prólogo

LISÍMACO. – Ya habéis visto, Nicias y Laques, pelear a ese hombre equipado con sus armas1. En cuanto al motivo de haberos invitado este Melesias y yo a asistir al espectáculo a nuestro lado, no os lo dijimos antes, pero ahora os lo vamos a decir. Es porque pensamos que con vosotros debemos hablar con toda franqueza. Pues hay quienes se burlan de semejantes ejercicios, y si uno les pide su opinión, no dirían lo que piensan, sino que, por miramientos hacia quien les consulta, dicen otras cosas en contra de su propia opinión. Nosotros, que os consideramos capaces de adoptar un juicio y, una vez adoptado, decir sencillamente lo que opináis, por eso os hemos traído para decidir en común sobre el tema que vamos a consultaros. Y esto acerca de lo que os hago tan largo proemio es lo siguiente.

Éstos de aquí son nuestros hijos. Éste es el de Melesias, que lleva el nombre de su abuelo paterno: Tucídides. Y éste es el mío. También él tiene el nombre de su abuelo, de mi padre, pues le llamamos Arístides.

Nosotros hemos decidido cuidarnos de ellos al máximo, y no hacer como la mayoría que, una vez que sus hijos llegan a muchachos, los sueltan a lo que quieran hacer, sino comenzar precisamente ya ahora a ocuparnos de ellos en todo cuanto podamos. Como sabemos que también vosotros tenéis hijos, pensamos que os habréis preocupado por ellos, más que nadie, de cómo lleguen a ser los mejores gracias a vuestros cuidados. Y, en caso de que no hubierais aplicado a menudo vuestra atención a tal asunto, vamos a recordaros que no debe descuidarse y os exhortamos a dedicar, en común con nosotros, cierta atención a vuestros hijos.

Y por qué hemos decidido esto, Nicias y Laques, debéis escucharlo, aunque me extienda un poco más.

El caso es que acostumbramos este Melesias y yo a comer juntos, y los chicos comen a nuestro lado. Como ya os dije al comenzar mi charla, seremos del todo francos con vosotros. Cada uno de nosotros tiene, desde luego, muchas y hermosas acciones de su propio padre para referírselas a los muchachos, de cuántas cosas llevaron a cabo en la guerra y cuántas en la paz, administrando los asuntos de los aliados2 y los de nuestra ciudad. Pero de nuestras propias acciones ninguno de los dos puede hablar. De eso nos sentimos avergonzados ante éstos, y culpamos a nuestros padres de habernos dejado holgar a nuestro gusto cuando éramos muchachos, mientras ellos se ocupaban de los asuntos de los demás.

Y a estos muchachos les ponemos eso mismo como ejemplo, diciéndoles que, si se despreocupan de sí mismos y no nos hacen caso, serán unas personas insignificantes; pero que, si se aplican, pronto podrán hacerse dignos de los nombres que llevan.

Afirman ellos que nos van a obedecer. Así que nosotros inquirimos qué es lo que han de aprender o practicar a fin de hacerse muy excelentes. Entonces alguien nos recomendó esta enseñanza, diciendo que era hermoso para un joven aprender a combatir con armamento. Y nos elogiaba a ése que habéis visto hacer la demostración, y nos; estuvo animando a presenciarla. Así que nos pareció que debíamos venir a ver la función y que nos acompañarais tanto a nivel de coespectadores como para ser nuestros consejeros y compañeros, si queréis, en el cuidado de la educación de nuestros hijos.

Esto es lo que queríamos comunicaros. Ahora ya es cosa vuestra aconsejarnos, tanto acerca de esta enseñanza, si os parece, o no, que debe aprenderse, como acerca de las demás, si podéis recomendar alguna enseñanza o ejercicio para un hombre joven y decirnos, además, qué es lo que vais a hacer en cuanto a vuestra colaboración con nosotros.

NICIAS. – Por mi parte, Lisímaco y Melesias, elogio vuestro plan y estoy dispuesto a participar en él, y creo que también lo esté Laques.

LAQUES. -Pues lo crees acertadamente, Nicias., Porque lo que decía hace un momento Lisímaco sobre su padre y el de Melesias me parece que está muy bien dicho, tanto de aquéllos como de nosotros y de todos cuantos se ocupan de los asuntos de la ciudad, que les suele ocurrir más o menos eso que él decía: que se desentienden de sus hijos y de sus asuntos privados y actúan descuidadamente. Así que en eso dices bien, Lisímaco. Pero que nos convoques a nosotros como consejeros para la educación de los muchachos, y no llames a éste de aquí, a Sócrates, me sorprende, en primer lugar, porque es de tu demo3 y, luego, porque allí pasa siempre sus ratos de charlas sobre dónde hay algo de eso que tú buscas para los jóvenes: una hermosa enseñanza o ejercicio.

LIS. – ¿Cómo dices, Laques? ¿Es que este Sócrates se ha preocupado por alguno de estos temas?

LAQ. – Desde luego que sí, Lisímaco.

NIC. – Eso te lo podría decir también yo no menos que Laques. Precisamente a mí me presentó hace poco, como maestro de música para mi hijo, a Damón, discípulo de Agatocles4), un hombre no sólo muy bien dotado para la música, sino valioso, además, en todos los demás temas en los que quieras que converse con muchachos de esa edad.

LIS. -Los hombres de mi generación, por lo visto, Sócrates, Nicias y Laques, ya no conocemos a los más jóvenes, puesto que pasamos la mayor parte del tiempo recluidos en nuestra casa a causa de la edad. No obstante, si también tú, hijo de Sofronisco, puedes dar un buen consejo a éste tu camarada de demo, debes aconsejarme.

Y estás en tu derecho. Pues sucede que eres amigo e nuestro por parte de tu padre; siempre tu padre y yo fuimos compañeros y amigos, y murió él sin que antes nos hubiera distanciado ninguna rencilla.

Pero, además, me ronda un cierto recuerdo de lo que éstos decían hace poco. Que estos chicos, dialogando entre sí en casa, a menudo hacen mención de Sócrates y lo elogian mucho. Sin embargo, jamás les pregunté si se referían al hijo de Sofronisco. Entonces, muchachos, decidme: ¿Es a este Sócrates, a quien os referís una y otra vez?

MUCHACHOS. – Desde luego, padre, él es.

LIS. –Bien está, ¡por Hera!, Sócrates, que mantengas en pie el prestigio de tu padre, que era el mejor de los hombres, y especialmente que nos resulten familiares a nosotros tus cosas y a ti las nuestras.

LAQ. -Pues bien, Lisímaco, no sueltes ya a este hombre. Que yo en otro lugar lo he visto defender no sólo el prestigio de su padre, sino también el de su patria. Porque en la retirada de Delion5 marchaba a mi lado, y yo te aseguro que, si los demás se hubieran comportado como él, nuestra ciudad se habría mantenido firme y no hubiera sufrido entonces. semejante fracaso.

LIS. – Ah, Sócrates, es, desde luego, un buen elogio, éste que tú ahora recibes de personas dignas de ser creídas y en cosas tales como las que éstos elogian.

Ten por cierto, pues, que yo me alegro al oír eso de tu buena reputación, y piensa tú que yo te tengo el mayor aprecio. Hubiera sido conveniente que ya antes nos hubieras visitado con frecuencia y que nos hubieras considerado familiares tuyos, como es justo; pero ahora, a partir de hoy mismo, que nos hemos reencontrado, no dejes de hacerlo. Trátanos e intima con nosotros y con estos jóvenes, a fin de que también vosotros hagáis perdurar nuestra amistad. Conque vas a hacerlo así, y ya te lo recordaremos nosotros.

¿Pero qué decís del tema del que empezamos a tratar? ¿Qué os parece? ¿Esa enseñanza, el aprender a combatir con las armas, es conveniente para los muchachos, o no?

SÓCRATES. -Bueno, sobre eso, Lisímaco, también yo d intentaré aconsejar lo que pueda, y luego trataré de hacer todo lo que me pidas. Sin embargo, me parece más justo, al ser yo más joven y más inexperto que éstos, escucharles antes qué dicen y aprender de ellos. Y si sé alguna otra cosa al margen de lo que ellos digan, entonces será el momento de explicárosla e intentar convenceros, a ellos y a ti. ¿Así que, Nicias, por qué no tomáis la palabra uno de los dos?


  1. Se trata de una exhibición de hoplomachía, una especie de esgrima o combate con el armamento completo del hoplita, es decir, del soldado de infantería «pesada». Incluso algunos sofistas enseñaban este arte marcial, según se cuenta en el Eutidemo 271d. 

  2. Arístides, el padre de Lisímaco, fue el primer administrador del tesoro de la Primera Liga Marítima, que fue depositado en la isla sagrada de Delos. 

  3. Del demo (barrio, distrito ciudadano) de Alópece (cf. Gorgias 495d), como Arístides (cf. PLUT., Arist. 1) y Tucídides, el padre de Melesias (cf. PLUT., Pericles 11). 

  4. Damón, músico y filósofo, fue, junto a Anaxágoras, maestro también de Pericles. (Cf. PLAT., Alcibíades 118c; PLUT., Pericles 4. 

  5. En Delion, en Beocia, al Norte del Ática, los atenienses fueron derrotados en 424 a.C. A la valerosa conducta de Sócrates en tal ocasión se refiere Alcibíades en un conocido pasaje del Banquete 221a.