Laq 184c-189b: Opinião de Sócrates

LIS.-Pues te ruego yo, Sócrates. Que, en efecto, a nuestro consejo me parece que necesita ahora de alguien que dé la sentencia. Si estos dos hubieran concordado, un tal arbitraje sería menos necesario. Ahora, en cambio -pues, como ves, Laques ha depositado un voto opuesto al de Nicias-, conviene que te escuchemos también a ti, para saber a cuál de los dos votos agregas el tuyo.

SÓC. -¿Por qué, Lisímaco? ¿Vas a aceptar lo que apruebe la mayoría de nosotros?

LIS. – ¿Pues qué podría hacer uno, Sócrates?

SÓC. – ¿Acaso también tú, Melesias, obrarías de igual modo? Y si hubiera una reunión para decidir acerca de la preparación gimnástica de tu hijo, en qué debe ejercitarse, ¿harías caso a la mayoría de nosotros o a aquel que estuviera precisamente formado y adiestrado por un buen maestro de gimnasia?

MEL. – A aquél, lógicamente, Sócrates.

SÓC. – ¿Le harías más caso a él, que a nosotros cuatro?

MEL. – Probablemente.

SÓC. – Supongo, entonces, que lo que ha de juzgarse bien debe juzgarse según la ciencia, y no según la mayoría.

MEL. -¿Cómo no?

SÓC. -Así pues, también ahora toca examinar esto en primer término: si alguno de nosotros es, o no, un técnico1 en el tema que consideramos. Y si lo es, obedecerle, aunque sea uno solo, y prescindir de los demás. Y si no lo hay, buscar a algún otro. ¿O creéis que os arriesgáis en algo de poca monta tú y Lisímaco, y no sobre esa posesión que es efectivamente la mayor de las vuestras? Se trata de si vuestros hijos se harán personas de bien o lo contrario, y toda la casa del padre se administrará según como resulten sus hijos.

MEL. – Dices verdad.

SÓC. -Por tanto, conviene mantener gran previsión en eso.

MEL. -Desde luego.

SÓC. -¿Cómo, pues, según yo decía hace un momento, podríamos averiguar, caso de que decidiéramos hacer el examen, quién de nosotros es un buen técnico en atletismo? ¿No sería aquel que lo hubiera aprendido y practicado, y que hubiera tenido buenos maestros de ese arte?

MEL. – Me parece que sí.

SÓC. – Por tanto, ¿de qué asunto, en principio, vamos a buscar a los maestros?

MEL. -¿Cómo dices?

SÓC. -Tal vez será más claro de esta manera. Me parece que no hemos reflexionado desde el comienzo qué es lo que examinamos y sobre lo que deliberamos: quién de nosotros es experto, quién ha tenido buenos maestros al respecto, y quién no.

NIC. – ¿Es que no indagamos, Sócrates, acerca del combatir con armas: si es preciso, o no, que los jóvenes lo aprendan?

SÓC. – Desde luego que sí, Nicias. Pero, cuando alguno indaga acerca de una medicina para los ojos, si debe untársela, o no, ¿crees que entonces la deliberación versa sobre el fármaco, o sobre los ojos?

NIC. -Sobre los ojos.

SÓC. – ¿Por tanto, también cuando uno examina si debe aplicarle, o no, un freno al caballo, y cuándo; acaso, entonces, delibera sobre el caballo, y no sobre el freno?

NIC. – Verdaderamente.

SÓC. -Entonces, en una palabra, ¿cuando uno examina una cosa en función de algo, la deliberación resulta ser sobre aquello que es el motivo final del examen, y no sobre lo que se investiga en función de otra cosa?

NIC. – Precisamente.

SÓC. -Por consiguiente, hay que observar también si el consejero es técnico en el cuidado de aquello en función de lo cual planteamos el examen.

NIC. -Desde luego.

SÓC. -Por tanto ahora, ¿decimos que tratamos de la enseñanza con vistas al alma de los muchachos?

NIC. – Sí.

SÓC. -Entonces hay que buscar a aquel de entre nosotros que sea un técnico en el cuidado del alma, que, asimismo, sea capaz de cuidar bien de ella y que haya tenido buenos maestros de eso.

LAQ. – ¿Por qué, Sócrates? ¿No has visto que algunos han resultado más técnicos en algunos temas sin maestros que con ellos?

SÓC. – Yo sí, Laques. Pero tú no querrías confiar en ellos, aunque aseguraran ser excelentes artistas, a no ser que pudieran enseñarte alguna obra bien ejecutada de su arte, una o más de una.

LAQ. – Tienes razón en eso.

SÓC. – Entonces, Laques y Nicias, debemos nosotros ahora, ya que Lisímaco y Melesias nos han invitado a deliberar con ellos acerca de sus hijos, en su afán por darles cualquier cosa que mejore sus almas, si decimos que tenemos tal calidad, demostrársela e indicar qué maestros tuvimos y cómo, siendo antes buenos personalmente, cuidaron de las almas de muchos jóvenes y, además, nos transmitieron a las claras sus enseñanzas. O si alguno de nosotros afirma que no tuvo maestro, pero en efecto puede referir sus propias obras, ha de indicar quiénes de los atenienses o de los extranjeros, esclavos o libres, se han hecho gracias a él personas de mérito reconocido. Si no está a nuestro alcance nada de eso, invitémosle a buscar a otros y no nos arriesguemos, con hijos de nuestros compañeros, a corromperlos y a recibir los más graves reproches de sus familiares más próximos.

El caso es que yo, Lisímaco y Melesias, soy el primero en confesar que no he tenido ningún maestro en la materia. A pesar de que siento pasión por el tema desde mi juventud. Pero no puedo pagar sueldos a los sofistas, que son los únicos que se pregonaban capaces de hacerme una persona honorable. Y, además, yo por mi cuenta soy incapaz de descubrir ese arte, por lo menos hasta ahora.

Pero, si Nicias o Laques lo han descubierto o aprendido, no me sorprendería. Pues tienen más posibilidades que yo por su dinero y, por tanto, pueden haberlo aprendido de otros, y también son de más edad, de modo que pueden haberlo encontrado ya. Me parecen en efecto capaces de educara una persona. Nunca se habrían expresado sin temor acerca de los entrenamientos útiles o nocivos a un joven, si no se creyeran saberlo suficientemente. Por lo demás, yo también confío en ellos. Pero lo de que disientan uno de otro me ha sorprendido.

Así que yo te suplico, a mi vez, Lisímaco, y al modo como hace un momento Laques te exhortaba a no soltarme y a preguntarme, también te exhorto a que no dejes a Laques ni a Nicias, sino que les preguntes, diciéndoles que Sócrates asegura no estar al tanto del tema y no ser capaz de juzgar cuál de los dos tiene razón, porque no es ni inventor ni discípulo de nadie en tales materias. Tú, Laques, y Nicias, decidnos, uno y otro, qué entendido en la educación de los jóvenes tuvisteis como maestro y si estáis enterados por haberlo aprendido de otro o habiéndolo indagado por vosotros mismos. Si lo habéis aprendido, decidnos quién fue el maestro de cada uno y quiénes sus competidores, para que, si los asuntos de la ciudad os privan a vosotros de tiempo libre, acudamos a ellos y les persuadamos con regalos o favores, o ambas cosas, a ocuparse de nosotros y de nuestros hijos, para que no avergüencen a sus antepasados por su mediocridad. Y en caso de que ambos seáis descubridores de tal conocimiento, dadnos un ejemplo de a qué otros habéis transformado, al cuidaros de ellos, de mediocres en personas de mérito. Porque, si empezáis ahora, por primera vez, a educar, hay que advertir que el riesgo de vuestro experimento no recae sobre un cario2, sino sobre vuestros hijos y los hijos de vuestros amigos, y que no os ocurra, sencillamente, el dicho del refrán: «Empezar el oficio de alfarero con una jarra». Decidnos, pues, cuál de estos supuestos os sirve y conviene, o por el contrario, cuál no.

Esto, Lisímaco, pregúntaselo, y no los sueltes.


  1. Se utiliza generalmente, la palabra – «técnico» para traducir el término griego technites («experto», «especialista»), que designa al profesional que domina una technearte» «oficio») basada en una episteme o «saber» científico determinado. 

  2. Los carios surtían a los griegos de mercenarios y de esclavos y mano de obra para los oficios más despreciados.