LIS. -Me parece, amigos, que Sócrates habla acertadamente. Pero a vosotros os toca decidir, Nicias y Laques, si os viene bien y de grado ser interrogados y dar explicación sobre esos temas. Para mí y para Melesias está claro que nos sería agradable el que quisierais exponer en un diálogo todo lo que Sócrates os pregunta. Porque, como os decía al principio, os invitamos a consejo con motivo de que pensábamos que os habríais preocupado, como es natural, por estos temas, especialmente porque vuestros hijos tienen casi la misma edad que los nuestros para la educación. A no ser que tengáis algún reparo, asentid y examinad la cuestión en común con Sócrates, dando y aceptando vuestros razonamientos unos y otros. Porque él tiene razón también en eso de que ahora tratamos del más importante de nuestros asuntos. Conque ved si opináis que así ha de hacerse.
NIC. – ¡Ah, Lisímaco, me parece que de verdad conoces a Sócrates sólo por su padre y que no lo has tratado, a no ser de niño, cuando en alguna ocasión entre la gente de tu demo se te acercara acompañando a su padre, en un templo o en alguna otra reunión del barrio! Está claro que, desde que se hizo mayor, no has tratado con’ este hombre.
LIS. – ¿Por qué, Nicias?
NIC. -Me parece que ignoras que, si uno se halla muy cerca de Sócrates en una discusión1 o se le aproxima dialogando con él, le es forzoso, aun si se empezó a dialogar sobre cualquier otra cosa, no despegarse, arrastrado por él en el diálogo, hasta conseguir que dé explicación de sí mismo, sobre su modo actual de vida Sa y el que ha llevado en su pasado. Y una vez que han caído en eso, Sócrates no lo dejará hasta que lo sopese bien y suficientemente todo. Yo estoy acostumbrado a éste; sé que hay que soportarle estas cosas, como también que estoy a punto ya de sufrir tal experiencia personal. Pero me alegro, Lisímaco, de estar en contacto con este hombre, y no creo que sea nada malo el recordar lo que no hemos hecho bien o lo que no hacemos; más bien creo que para la vida posterior está forzosamente mejor predispuesto el que no huye de tal experiencia, sino el que la enfrenta voluntariamente y, según el precepto de Solón, está deseoso de aprender mientras viva2, y no cree que la vejez por sí sola aporte sentido común. Para mí no resulta nada insólito ni desagradable exponerme a las pruebas de Sócrates, sino que desde hace tiempo sabía que, estando presente Sócrates, la charla no sería sobre los muchachos sino sobre nosotros mismos. Como os digo, por mi parte no hay inconveniente en coloquiar con Sócrates tal como él lo prefiera. Mira qué opina este Laques acerca del tema.
LAQ. -Mi posición, Nicias, sobre los coloquios es sencilla. O, si lo prefieres, no sencilla, sino doble. Desde luego, a unos puedo parecerles amigo de los razonamientos y a otros, enemigo. Cuando oigo dialogar acerca de la virtud o sobre algún tipo de sabiduría a un hombre que es verdaderamente un hombre y digno de las palabras que dice, me complazco extraordinariamente al contemplar al que habla y lo que habla en recíproca conveniencia y armonía. Y me parece, en definitiva, que el hombre de tal clase es un músico que ha conseguido la más bella armonía, no en la lira ni en instrumentos de juego, sino al armonizar en la vida real su propio vivir con sus palabras y hechos, sencillamente, al modo dorio y no al jonio, pienso, y, desde luego, no al frigio ni al lidio, pues aquél es el único tipo de armonía griego3. Así que un tal orador hace que me regocije y que pueda parecerle a cualquiera que soy amigo de los discursos. Tan animosamente recojo sus palabras. Pero el que obra al contrario me fastidia, tanto más cuanto mejor parece hablar, y hace que yo parezca enemigo cíe las palabras.
Yo no tengo experiencia de los parlamentos de Sócrates, pero ya antes, como se ha visto, he tenido conocimiento de sus hechos, y en tal terreno lo encontré digno de bellas palabras y lleno de sinceridad. Si eso es así, le doy mi consentimiento, y de muy buen grado me dejaré examinar por él, y no me pesará aprender, pues también yo admito la sentencia de Solón, añadiéndole sólo un requisito: dispuesto estoy a envejecer aprendiendo muchas cosas sólo de las personas de bien4. Que se me conceda esto: que también el maestro sea persona digna, a fin de no resultar torpe en el aprendizaje por aprender a disgusto. No me importa que el enseñante sea más joven, o poco famoso todavía, o con algún otro reparo semejante. Conque a ti, Sócrates, te invito a enseñarme y a examinarme en lo que quieras, y a enterarte de lo que yo a mi vez sé. Mereces mi afecto desde aquel día en que desafiaste el peligro a mi lado y ofreciste una prueba de tu valor como debe darlas quien quiere darlas justamente. Di, pues, lo que te parezca, sin ponerle ningún reparo a mi edad.
Acepto la exclusión de hósper génei, que no da sentido. ↩
Alusión al fragmento de SOLÓN, 22, 7 Diles.: «Envejezco aprendiendo continuamente muchas cosas.» ↩
Como otros pensadores de la época, Platón concede una gran importancia a los modos musicales, por su influencia en suscitar distintas pasiones en el alma de los oyentes, y destaca su papel en la educación. Cf. Rep. III 398d. ↩
Laques cita aquí la misma sentencia de Sólon, pero le añade una restricción en sentido conservador. ↩